Así habló Deodato por Juan Gavasa
El profeta Zaratustra vivía recluido en la montaña y cuando consideró que el momento había llegado, decidió abandonar su retiro y divulgar al mundo toda su sabiduría. Eumir Deodato no atesora las virtudes del superhombre que refirió Nietzsche en su universal obra “Así hablo Zaratustra”, pero su concierto del viernes en Pirineos Sur, el primero que ofrece en España aunque parezca sorprendente, fue algo así como una epifanía en medio de las montañas, el anuncio de que el veterano compositor todavía tenía cosas que mostrar a la humanidad. Deodato se hizo inmensamente famoso a principios de los años 70 del pasado siglo por hacer una versión funk de la obra de Richard Strauss “Also Sprach Zarathustra”, inspirada en el texto del filósofo alemán. El tema se incorporó a la banda sonora original de “2001. Odisea en el espacio” y derivó en una confusión legendaria según la cual no fue Strauss sino el propio Deodato el autor de la pieza original.
Entre leyendas urbanas y una fama repentina, el compositor brasileño desapareció de la primera línea de la fama musical demasiado pronto y descendió a las galeras de la composición, donde el talento sólo se reconoce cuando se lleva un micrófono entre manos. Por eso Eumir Deodato es un perfecto desconocido para las nuevas generaciones, ajenas a su primoroso caudal compositivo, a la ingente capacidad creativa que le ha permitido trabajar con los mejores: Frank Sinatra, George Benson, Stanley Clark, Antonio Carlos Jobin, Aretha Franklin… Hasta la fecha, Deodato ha recopilado 16 discos de platino (como artista, compositor y arreglista), y ha vendido sólo en Estados Unidos, 25 millones de discos. Su discografía completa, en la que se incluye todas sus facetas musicales, supera los 450 discos y su álbum de debut, el maravilloso “Prelude” (1973), logró vender cinco millones de copias, otorgándole, además, su primer Grammy. Unas cifras demoledoras que exigen una reverencia ante el artista.
El viernes en Pirineos Sur Eumir Deodato puso sobre el escenario todo el peso de su leyenda. Acompañado de una formidable banda en la que sobresalía la sección de vientos (Piero Odorici, saxofón, y Daniele Giardina, trompeta), el músico brasileño dirigió desde el piano un concierto con efervescencias sicodélicas y nostalgia “setentera”. El jazz, el funk y el pop fueron en esa época la argamasa de una forma de hacer música que respondía con ampulosidad a la decadencia del verano del amor. Deodato fue considerado en aquellos años un verdadero maestro, un tipo que supo entender que los vigorosos arreglos orquestales y las producciones ostentosas eran el signo de los tiempos. Ayer eligió para finalizar su concierto –demasiado breve para todos-, un clásico de Steely Dan (otros maestros de las producciones orquestales), “Do it again”. No fue casualidad. Fueron los 70 años gloriosos años en los que la cultura musical se forjaba por igual en un disco, en una discoteca, en un concierto o en la sintonía de una serie de televisión norteamericana. Por eso ayer fue muy recurrente un comentario entre el público: “suena a sintonía de serie de televisión”, un reconocimiento inconsciente de la influencia que tuvieron músicos maravillosos como Deodato en la conformación de nuestra cultura musical.
La noche de Pirineos Sur presentaba como nombre genérico “Lusofonías”. Brasil se había presentado en el Auditorio de Lanuza con una versión poco convencional, si nos ceñimos a los erróneos patrones tradicionales que vinculan exclusivamente la música del país con la Bossa. La otra pata de la propuesta musical la aportaba la gran diva portuguesa nacida en Mozambique, Mariza. La gran fadista es ya una estrella universal que se pasea como tal por los escenarios; con una pose y una elegancia al alcance tan solo de una clase de mujeres que tiene en el gesto la sensualidad y en la voz un arma maravillosamente seductora. A Mariza ya la han situado al nivel de otras grandes divas como Edith Piaff o Ella Fitgerald. Todo es cuestión de matices y perspectivas pero no hay duda de que es la gran heredera de Amália Rodrigues, la más grande fadista de todos los tiempos.
En la noche del viernes en Pirineos Sur realizó un concierto impecable, un calificativo que de tanto usarse puede transmitir la sensación de abaratamiento. No es el caso. Impecable quiere decir magistral. Mariza domina los infinitos registros de su portentosa voz con sabiduría y profesionalidad; sabe que el público espera encontrar en los directos una versión aproximada de lo que escucha en sus discos. No se pierde en requiebros efectistas ni incita a sus músicos a desvaríos sonoros que siempre se acaban justificando por la incierta inspiración del directo. Lo que Mariza ofrece es un formato sobrio y metódico, envuelto de ternura y delicadeza, una valiosa joya vocal que tiene el tacto del terciopelo. Melancolía y dulzura por partes iguales y el soporte de unos músicos que deambulan entre pequeños brotes de inspiración jazz y la estructura tradicional que alimenta el fado, concebida para no restar ni un ápice de protagonista a la gran y única estrella. Ayer fue Mariza y el mejor instrumento fue su voz.
Entre leyendas urbanas y una fama repentina, el compositor brasileño desapareció de la primera línea de la fama musical demasiado pronto y descendió a las galeras de la composición, donde el talento sólo se reconoce cuando se lleva un micrófono entre manos. Por eso Eumir Deodato es un perfecto desconocido para las nuevas generaciones, ajenas a su primoroso caudal compositivo, a la ingente capacidad creativa que le ha permitido trabajar con los mejores: Frank Sinatra, George Benson, Stanley Clark, Antonio Carlos Jobin, Aretha Franklin… Hasta la fecha, Deodato ha recopilado 16 discos de platino (como artista, compositor y arreglista), y ha vendido sólo en Estados Unidos, 25 millones de discos. Su discografía completa, en la que se incluye todas sus facetas musicales, supera los 450 discos y su álbum de debut, el maravilloso “Prelude” (1973), logró vender cinco millones de copias, otorgándole, además, su primer Grammy. Unas cifras demoledoras que exigen una reverencia ante el artista.
El viernes en Pirineos Sur Eumir Deodato puso sobre el escenario todo el peso de su leyenda. Acompañado de una formidable banda en la que sobresalía la sección de vientos (Piero Odorici, saxofón, y Daniele Giardina, trompeta), el músico brasileño dirigió desde el piano un concierto con efervescencias sicodélicas y nostalgia “setentera”. El jazz, el funk y el pop fueron en esa época la argamasa de una forma de hacer música que respondía con ampulosidad a la decadencia del verano del amor. Deodato fue considerado en aquellos años un verdadero maestro, un tipo que supo entender que los vigorosos arreglos orquestales y las producciones ostentosas eran el signo de los tiempos. Ayer eligió para finalizar su concierto –demasiado breve para todos-, un clásico de Steely Dan (otros maestros de las producciones orquestales), “Do it again”. No fue casualidad. Fueron los 70 años gloriosos años en los que la cultura musical se forjaba por igual en un disco, en una discoteca, en un concierto o en la sintonía de una serie de televisión norteamericana. Por eso ayer fue muy recurrente un comentario entre el público: “suena a sintonía de serie de televisión”, un reconocimiento inconsciente de la influencia que tuvieron músicos maravillosos como Deodato en la conformación de nuestra cultura musical.
La noche de Pirineos Sur presentaba como nombre genérico “Lusofonías”. Brasil se había presentado en el Auditorio de Lanuza con una versión poco convencional, si nos ceñimos a los erróneos patrones tradicionales que vinculan exclusivamente la música del país con la Bossa. La otra pata de la propuesta musical la aportaba la gran diva portuguesa nacida en Mozambique, Mariza. La gran fadista es ya una estrella universal que se pasea como tal por los escenarios; con una pose y una elegancia al alcance tan solo de una clase de mujeres que tiene en el gesto la sensualidad y en la voz un arma maravillosamente seductora. A Mariza ya la han situado al nivel de otras grandes divas como Edith Piaff o Ella Fitgerald. Todo es cuestión de matices y perspectivas pero no hay duda de que es la gran heredera de Amália Rodrigues, la más grande fadista de todos los tiempos.
En la noche del viernes en Pirineos Sur realizó un concierto impecable, un calificativo que de tanto usarse puede transmitir la sensación de abaratamiento. No es el caso. Impecable quiere decir magistral. Mariza domina los infinitos registros de su portentosa voz con sabiduría y profesionalidad; sabe que el público espera encontrar en los directos una versión aproximada de lo que escucha en sus discos. No se pierde en requiebros efectistas ni incita a sus músicos a desvaríos sonoros que siempre se acaban justificando por la incierta inspiración del directo. Lo que Mariza ofrece es un formato sobrio y metódico, envuelto de ternura y delicadeza, una valiosa joya vocal que tiene el tacto del terciopelo. Melancolía y dulzura por partes iguales y el soporte de unos músicos que deambulan entre pequeños brotes de inspiración jazz y la estructura tradicional que alimenta el fado, concebida para no restar ni un ápice de protagonista a la gran y única estrella. Ayer fue Mariza y el mejor instrumento fue su voz.
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