“El Primero de Mayo, fecha imborrable” por Miguel Cano Montero (carpintero de taller). (*)




Hoy todos los obreros conscientes, los que se han dado cuenta de su triste situación y de qué manera la remediarán, doblan la rodilla den entendimiento ante el altar sublime del Universo, y entonan con fe la salve redentora de solidaridad humana, enjugándose el llanto de alegría.


A través de mares y fronteras se abrazan repitiendo el himno mágico de la Internacional Unión.


En la temida Manifestación Internacional pasa revista el ejército del proletariado, y se robustecerá su fe redoblando su energía, viendo cómo con su serena marcha va convenciendo para su causa, un día y otro día, al ilustrado y al ignorante.


El Primero de Mayo es como clarín de paz que convoca a todos los esclavos de la codiciosa explotación, a que pida a los Poderes públicos en todas las naciones que vayan legislando a favor de la clase trabajadora, para de este modo ir rompiendo eslabones de la inhumana cadena que arrastramos.


Hoy, donde sea posible por las condiciones que se encuentre la clase trabajadora, en las diversas localidades y donde se tenga conciencia de lo que representa la Manifestación de ese día, se dejará el trabajo.


Absortos toda clase de tiranos, verán como se lleva el padre a sus hijos para indicarles el sendero de su emancipación e inculcarles el virus salvador de la fraternidad entre todos los seres que puebla la tierra.


Les dará una lección de lógica universal y un repaso de la Historia; haciendo resaltar las ignominias y crueldades que se cometieron y se cometen por la codicia, soberbia e ignorancia de los hombres que en distintos sentidos gobernaron y gobiernan en todas partes.


Les indicará el horizonte por donde se dibuja la naciente aurora y les hará conocer la brújula de que se han de valer para no perderse en su marcha por este camino, manchado de sangre y cieno.


Hoy sale de la subterránea galería a respirar el ambiente de concordia el que con exposición constante de su vida arranca en las entrañas de la tierra tesoros, que él no goza, mientras que al morir entre el grisú sólo deja a su familia desesperación y miseria.


La fábrica callará su monótono ruido, apagando sus fuegos, donde en extracto se queman tantas vidas.


El taller cerrado indicará la festividad del trabajo.


El obrero del campo (que empieza a despertar) dejará yunta y esteva, dirigiendo su mirada hacía la ciudad, como esperando que la onda sonora le lleve el clamoreo del entusiasmo que en las reuniones estalla al exponer por vehemencia el relato de las victorias obtenidas en el eterno batallar.


Aguzará su oído creyendo percibir la exposición de la salvadora doctrina socialista.


Correrán por su áspera mejilla lágrimas de alegría y agradecimiento, pensando cómo sus compañeros de la industria y el arte trabajan y se esfuerzan porque alcancen mejoras, socorriéndoles en sus huelgas y pidiendo un día y otro que se respete la ley que en ellos se conculca.


El que convencido y solo en apartada aldea no puede dejar el trabajo, parará un momento su faena, descubrirá su cabeza, y con la memoria rezará en éxtasis la oración santa del que sufre: la Fraternidad.


(*) Publicado en la revista La Nueva Era en 1902.

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