Música colombiana: una realidad desconocida (VII)
Capítulo especial merece la salsa. César Pagano, uno de los grandes musicólogos del país, nos diserta que Colombia y Venezuela han desplazado a Puerto Rico y Nueva York como centro de la música latina de baile. Comenta que en ambos países han surgido en los últimos años más de una treintena de nuevas agrupaciones, la mayoría de excelente calidad, citando a Cali como la próxima ciudad de referencia de la salsa a nivel mundial, aseveración que defiende con rotundidad.
Lo anterior sólo es una pequeña introducción a la diversidad de las músicas colombianas. Diversas circunstancias han impedido que las mismas tengan la misma difusión entre nosotros que las procedentes de Brasil, Cuba, México o Argentina, por citar algunos países próximos cuyas propuestas musicales son igualmente diversas y plurales. Para analizar realmente los motivos de esta realidad sería preciso un encuentro abierto, plural y sincero entre todos aquellos que tengan la convicción de que apoyar el conocimiento y la expansión de las mismas sería la mejor manera de transmitir la vitalidad de un país que ha padecido, y sufre, un conflicto interminable, poniendo de manifiesto que a pesar de todo, y de todos, Colombia es un país dinámico que tiene bases para el mejor futuro. A pesar de que muchos intenten truncar los deseos de la mayoría de vivir en paz, con honestidad y respeto mutuo, sus ciudadanos y ciudadanas con un ejemplo tenaz. Lucha y perseverancia convertirán al país en uno de los lugares donde merezca la pena vivir. Ellos y ellas son los únicos responsables de que podamos ver al país de manera positiva a pesar de guerras, guerrillas, militares, paramilitares, narcotraficantes, gobernantes… que en la mayoría de las ocasiones han privilegiado sus intereses individuales a los colectivos, como ocurre en casi todos los países, con la diferencia de que en Colombia esa realidad se amplifica al citarse intereses muy concretos, no presentes en otras realidades.
Seguramente el desprecio por la sociedad, como colectivo, haya dado lugar a importantes desigualdades sociales originando que no todos tengan las mismas oportunidades, fomentando un individualismo que impide un trabajo colectivo común. Para enmendar la situación primero debe existir una paz real y efectiva. Desde el exterior –con las limitaciones e imprecisiones que ello acarrea– se intuye que en su búsqueda parece que sólo haya buenas palabras. Intereses económicos y el temor por conocer realmente lo acaecido en tantos años, hacen entrever que los mismos prevalecerán frente a la voluntad de la mayoría de la sociedad de vivir en paz construyendo el mejor de los mundos posibles.
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