"No con mi silencio". Si tocan a una, nos tocan a todos por Miguel Hernaiz
Miguel Hernaiz matemático y activista a tiempo completo, cada
vez más presa de sus verdades. Hace cuentas y escribe sobre cosas
que le atraviesan, lo mezcla todo y dando otra vida a los números
para que hablen de otras realidades.
No con mi silencio
Si tocan a una, nos tocan a todos
Con frecuencia,
los hombres nos encontramos en situaciones en las que presenciamos como otro
hombre tiene una actitud machista y, acto seguido, nos busca con la mirada como
si esperara encontrar en nosotros un silencio aprobatorio, cuando no
directamente un guiño. Escribo estas líneas desde el rechazo a ese guiño.
La violencia de
género es una de las realidades más graves del machismo que impera en nuestra
sociedad. Cada año llegan a los juzgados 130.000 denuncias, pero se estima que
sólo denuncia una víctima de cada cinco. Es decir, más de 600.000 mujeres
sufren cada año violencia de género.
Creo que es
imposible que este número no te sacuda, pero por si acaso quiero que te
detengas en él un segundo. 600.000 mujeres. Eso significa una mujer de cada
cuarenta. Todos conocemos a cuarenta mujeres. Todos conocemos a una víctima de
violencia de género. Esa violencia golpea a todo su entorno. Nos golpea a
todos.
Mientras año tras
año sucede algo tan sumamente grave, es frecuente encontrarse a hombres que
dedican tiempo a propagar mentiras repugnantes que no tienen otro fin que
apuntalar su propio machismo y el de quienes les rodean. La diana preferida de
sus mentiras es la Ley de Violencia de Género (LIVG) y la más famosa de éstas
es la de “las denuncias falsas”.
El último en
repetir esta mentira es ya un habitual. Joaquín Leguina escribía hace unos días
en El Economista que “Juezas y fiscalas sostienen en privado que las denuncias
falsas abundan, pero las radicales lo niegan con estadísticas amañadas”.
Mientras que, como veremos, la mentira se desmonta haciendo números, es
significativo que su frase vaya destinada a enfrentar a mujeres. Como sucede
con otros tantos comentarios machistas que presenciamos a diario, el de Leguina
se presenta como un guiño a los demás hombres, como presuponiendo que en
nuestro interior asentimos, que en el fondo somos solidarios de lo que dice.
Muy al contrario, es preciso que sepa que está solo en su machismo y cuánto nos
ofende que nos crea de su lado. Si en vez de dar la cara por lo que sentimos
nos ponemos de perfil y dejamos pasar estas violencias, seremos cómplices de
aquellas más graves que vengan después.
Joaquín Leguina
El año pasado, la
Fiscalía General del Estado recogió en su memoria anual los datos de los que
disponen acerca de las denuncias por violencia de género presentadas entre 2009
y 2015. A lo largo de estos siete años, el número total de denuncias fue de más
de 900.000. Hasta 2016, tan sólo 63 denunciantes habían sido condenadas por
presentar una denuncia falsa. Aún sumando a estas 63 todas las que están en
tramitación, sólo llegarían a 90; es decir, al 0,0099%: una denuncia entre
10.000. En la misma línea que la Fiscalía, el Consejo General del Poder Judicial,
en un informe de marzo de 2016, afirmaba que “cabe concluir, de forma
contundente, que el número de denuncias falsas en delitos de esta naturaleza es
ciertamente insignificante” y “puramente anecdótico”; en total, el 0,5% de las
condenas por denuncia falsa y simulación de delito, mientras que las denuncias
por violencia de género representan cerca del 6% de todas las que se presentan.
En otras palabras, un juicio por violencia de género que lleva a una condena
por denuncia falsa es 12 veces menos probable que en los demás delitos. A modo
de comparativa, las denuncias falsas por robo de móvil llevaron a 87
detenciones en 2011 y a 113 en 2012.
Ante estos datos,
el argumento se suele deslizar hacia la afirmación de que si sólo hay esas 63
condenas por denuncia falsa es porque son difíciles de probar y que el
argumento real es el número de condenas a los agresores denunciados: 212.000,
tan sólo el 23% de las denuncias.
Un tuit reciente de la Guardia Civil
sobre las
denuncias falsas
Lo primero que
hay que señalar es que ese 23%, en realidad, representa una tasa más alta que
la media del total de delitos. Entre 2009 y 2015, se registraron más de 15
millones de denuncias que llegaron a “sólo” unos 3 millones de detenciones o
imputaciones (ni siquiera condenas): menos del 19% del total. Es decir: las
denuncias por violencia de género son, en todo caso, más reales que la media.
De hecho, representan el 60% de las sentencias, y podrían ser muchísimas más a
la vista del 40% de las denuncias que no llegan a juicio.
Respecto de la
naturaleza de esas denuncias que no llegan a juicio, una macroencuesta del CIS
de 2015 reveló que un 21% de las mujeres que presentan una denuncia la retiran
(es decir, más de la mitad de los casos que no llegan a juzgarse) por razones
de empatía por su agresor (“le prometió que no lo volvería a hacer”, “creyó que
podía cambiar”, “era el padre de sus hijos”, “sentía pena”) o contra su
voluntad (“por miedo”, “por amenazas”, “carecía de recursos económicos
propios”). Además, en la inmensa mayoría de esos casos y a pesar de que la
violencia de género es un delito perseguible de oficio, la fiscalía decidió no
proseguir con el caso.
La realidad, por
tanto, es más bien que las mujeres que sufren violencia de género denuncian
poco: se estima que el 80% de las víctimas no llega nunca a denunciar y que las
que lo hacen –casi siempre con un atestado policial o un parte de lesiones de
por medio– esperan de media entre 5 y 8 años por la normalización de la
violencia que sufren y por la culpabilización a la que las suele someter su
propio entorno. Toda esta información, accesible para cualquiera que quiera
buscarla, debería llevar a concluir que denunciar por violencia de género es en
realidad algo enormemente difícil para las víctimas. Sin embargo, el machismo
se empeña en clamar que esa fragilísima vía de escape a una violencia atroz es
más bien un canal de discriminación hacia los hombres.
Así pues, una
nueva mentira es que los hombres denunciados van automáticamente a prisión
preventiva. Los informes generales de instituciones penitenciarias demuestran
más bien lo contrario: alrededor de un 10% de los hombres en prisión por un
delito de violencia de género lo están de forma preventiva, cuando la media es
de un 13%. Es decir, es menos probable acabar en prisión preventiva por
violencia de género que por otro delito.
Otra mentira más
es que la policía detiene automáticamente al varón denunciado, pero de nuevo la
realidad es distinta: la actuación policial deja a los agentes proponer al juez
el carácter de “extrema gravedad” si la situación denunciada así lo presenta.
Entonces, y sólo si el juez tiene indicios suficientes y racionales de
maltrato, éste ordenará la protección. Como una muestra dolorosa de que no hay
tal “barra libre” de medidas de protección, la policía apreció riesgo “bajo” o
“nulo” en el caso de 14 de las 18 mujeres asesinadas en 2014 que ya habían
denunciado a su agresor --no fuera a ser que la LIVG destruyera la presunción
de inocencia de aquellos hombres, lo que nos lleva a una tercera mentira que se
desmonta por sí sola con un breve vistazo a la ley--.
Cualquiera que
tenga ojos y un mínimo de buena fe se convencerá que todo lo que hace la ley es
introducir una serie de medidas cautelares cuya concesión, por cierto, está en
caída libre desde que empezó a aplicarse la ley y que además han revelado ser
muy insuficientes. En este sentido, un ejemplo que debería hacer reflexionar es
que de las 428 mujeres asesinadas entre el 2009 y el 2015, 107 de ellas,
exactamente una de cada cuatro, habían denunciado previamente a su agresor.
Además, si el testimonio de la mujer bastara para condenar a su agresor, las
condenas no representarían tan sólo el 23% de las denuncias.
Toda esta
estadística, en resumen, además de demontar algunas mentiras, dibuja un marco
en el que denunciar resulta ser un paso extraordinariamente arduo; todavía más,
como hemos visto, que perseverar en el proceso. Además de la complicación
afectiva evidente que conlleva, la víctima de violencia de género se encuentra
sobre todo frente a una normalización social muy difícil de confrontar. La
medida de la culpabilización a la que tiene que hacer frente para poder
denunciar encuentra un reflejo en la acogida que encuentra un maltratador al
terminar de cumplir su condena –en este sentido, un entrevistado por El País en
2011 decía: “cuando salí de la cárcel y volví a casa, la gente me trataba como
si la víctima fuera yo"–. Nada extraño en una sociedad en la que la
respuesta más habitual a los casos más sonados de violaciones –un puñado de
ellos, si tenemos en cuenta que un hombre viola a una mujer cada 7 horas– sea
cuestionar a la víctima.
La LIVG, en
definitiva, no es ningún coladero de falsedades; si de algo peca es más bien de
no ser capaz de proteger eficazmente a las víctimas de violencia de género. Lo
que sí hace, en cambio, es desenmascarar a todos aquellos que tratan de ocultar
la realidad. Con estos datos en la mano, accesibles para cualquiera, ir
pregonando, por ejemplo, que las más de 100.000 denuncias que no terminan en
condena son tentativas de destruir la vida de un hombre es un ejercicio
militante de misoginia, envuelto además en un victimismo patético que hace de
la violencia de género uno de los pocos delitos que aglutina a su alrededor
asociaciones de agresores condenados –imaginemos una asociación de víctimas de
denuncias falsas de accidentes de tráfico, o de condenados “injustamente” por
robo--. Las mentiras quedan así como lo que son, repugnantes piezas de un
enorme entramado social destinado a perpetuar una desigualdad que se expresa en
que la vida de las mujeres tiene menos valor que la de los hombres.
En el contexto de
solidaridad de machos que algunos intentan crear, los hombres tenemos el deber
de posicionarnos contra la violencia de género, contra la desigualdad que la
genera y contra las mentiras que la amparan y que escuchamos a diario. De lo
contrario dejaremos el campo libre a los Leguina que nos rodean para que sigan
ninguneando el problema como si fuera una pataleta de “las radicales”. El
machismo mata y agrede a mujeres alrededor de nosotros, y cada vez que
callamos, otorgamos.
Miguel
Hernaiz
Comentarios
Busca el titular de la tercera muerte por VG en España. Pero la versión completa, no la de la tele.
Ignorante.
https://chefyc.wordpress.com/2016/11/14/las-denuncias-falsas-y-como-han-sido-enganados-los-espanoles/
Mueren 14 enfermos de hepatitis al dia, mas de 1.000 personas al año en accidentes laborales, mas de 2.000 en accidentes de tráfico y mas de 180 practicando escalada.
Lo que tu egoismo feminista no te deja ver es que con esos 24 mil millones de euros se podrían salvar muchos miles de vidas igual de valiosas que la de cualquier mujer, en vez de mantener lobbies feministas que promueven leyes que sólo regalan pagas, custodias y hogares a cualquier denunciante sin necesidad de prueba alguna.
Además, la LIVG no ha mermado ni un ápice las 40-60 muertes que se perpetúan anualmente. Se destinan millones a aumentar condenas y ni un sólo euro a la educación para prevenir los delitos.
Así nos va.
Que sueltan cifras y afirmaciones de manera aleatoria sin nada más que incidir en el asco y la misoginia que eso sí, queda bien evidenciado.
No os queda más que el insulto personal y todo lo que queráis escribir sin nada que pueda avalarlo. No os importa lo que os llevéis por delante.
Es grave que se pueda escribir esto sin necesidad de saber ni de qué estás hablando porque ni te interesa. El objetivo es mostrar el asco.
No tengo nada más que añadir y finalizar con un gracias por este artículo porque os pica, os irrita. Y cada comentario vuestro es un éxito para este texto y una satisfacción para muchas personas.
Definir ¨ la violencia de género¨ sólo como violencia ¨machista¨ del hombre dirigida a la mujer por el hecho de serlo, en una supuesta relación de poder sobre ella que no permite la ley ni la Constitución¨, es un grave error de base que no trata la realidad de la violencia intrafamiliar, que puede afectar tanto a la mujer como al hombre, víctima olvidada de la ley que criminaliza al varón y limita sus derechos, dificultando su defensa ante acusaciones falsas de nuevos delitos que antes eran faltas, y otorga a la mujer privilegios legales y económicos que no respetan el principio de igualdad ante la ley, negando y descartando cualquier factor comparativo con la violencia de la mujer contra el hombre motivada por las mismas razones y principales causas que pueden incitar al hombre y a la mujer a la violencia como: maldad, odio, venganza, celos o interés económico, lo que implicaría que toda posible violencia intrafamiliar estaría motivada por el odio o supuesta relación de poder del hombre, teoría que no se sostiene teniendo en cuenta que la violencia familiar es bidireccional.
La ley contra la violencia mal llamada de ¨género¨ 1/2004/LIVG aprobada por las cortes en enero de 2005, fue y ha sido, más un intento de castrar al varón, que una herramienta legal eficaz para erradicar la violencia doméstica, al ser imposible atajar ningún mal ni conducta social violenta sin respetar los derechos e intereses de quienes forman parte del problema. El mayor error de la ley fue y es pretender mejorar la convivencia de las familias, para acabar con la violencia en el ámbito familiar, dividiendo a sus miembros, según su género, en BUENAS y MALOS, plantando semillas de odio mediante leyes injustas para castigar a los hombres como violentos machistas y tutelar y santificar la naturaleza y la conducta pacífica e intachable de las mujeres y su rol de víctimas, incapaces de actuar motivadas por el egoísmo y la maldad, el odio o la venganza.
Después de 11 años desde la aplicación de la ley 1/2004, es hora de reconocer que a pesar de los grandes medios económicos que se le dedican, de los derechos robados y la desigualdad generada, la ley LIVG ha fracasado como supuesta solución a la violencia intrafamiliar, porque ha dividido más a las familias al conculcar derechos fundamentales y ser un arma legal de control para someter y humillar al varón y otorgar privilegios legales y económicos a la mujer, sin respetar el artículo 14 de la constitución sobre igualdad de trato, que tanto dicen defender los partidos políticos que nos representan, que: Los españoles son iguales ante la ley, SIN que pueda prevalecer DISCRIMINACIÖN alguna por razón de nacimiento, raza, SEXO, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.