Javier Payeras "Retrato del mal" desde Guatemala Ciudad.



Conocí la obra de Javier Payeras tras un Taller de Gestión Musical en Guatemala Ciudad, una de mis mejores experiencias como formador cultural.  Es un escritor, ensayista, poeta, narrador y gestor cultural de referencia en Centro América. 

Uno de los participantes me regaló este libro Soledadbrother / relatos de autodidactas. Esta semana hemos conversado y nos ha regalado el presente texto publicado en dicho libro, para compartir con todos. Leerle y disfrutar con sus textos.

Muchas gracias.


Retrato del mal

Me siento culpable cada vez que escribo. Me siento culpable cada vez que termino una hoja y alguien más la lee. Me siento culpable de creer que puedo hacer literatura. La gente que hace literatura se hace literato. Me siento culpable de eso, de decir que soy literato. Esta es una cadena de culpabilidades que al fin de al cabo resultan siendo pura retórica.


Alguna vez leí una frase que me gustó, algo encapsulado en un libro y que me motivó a escribir. Alguien me dio la receta para hornear el pastel y lo quemé. Alguien me aplaudió y canté 4 canciones más. Alguien me empujó y yo resbalé. Nadie me advirtió que sería más fácil si no tocaba con mis manos impuras la prístina hoja en blanco que tenía enfrente.

Nadie debe ser llevado a la cárcel por el simple hecho de escribir, como nadie debería ser llevado preso por desnudarse. Pero si uno escribe y luego publica, es lo mismo que salir desnudo y asustar a la señora que vende el pan: se desfigura la delgada línea entre el amateur semianalfabeta y el genio. Es un crimen.

Así que convertirse en un mal escritor es lo mismo que transformarse en un genio criminal. Yo soy un criminal: he publicado algunos libros no muy importantes, me he llamado a mí mismo escritor, me han llamado escritor y hasta la fecha no he usado guantes quirúrgicos para tocar ni para decir lo que quiero.

Aprecio mucho a la gente que me hace ver las cosas y que mediante su crítica intenta hacerme entrar en razón. Tengo varias personas que me desalientan por mi bien y por el bien de la literatura. Me acusan de todo: oportunista (eso fue lo primero que me dijeron), pretencioso, degenerado, desencantado, consumista, mediocre, farsante, cínico, iletrado, inseguro, ingenuo, pajero y otro montón de adjetivos de ese tipo. Desgraciadamente escribir es lo mejor que puedo hacer (lo que no significa que lo haga bien).

Quizá lo más difícil de todo ha sido sobrevivir. Cuando llego a pedir un trabajo, los empleadores miran mi hoja de vida y se ríen. Les parece estúpido que diga que soy escritor. Todo el mundo piensa que un escritor es una persona pomposa y no un desempleado que —si ellos lo solicitan— les puede tirar la basura y limpiar sus inodoros. Creen que los escritores vivimos en ciudades cosmopolitas, tenemos dinero, agentes literarios, cenamos con embajadores, dictamos conferencias en auditorios llenos y nos acostamos con muchas mujeres. Entonces me responden

—fíjese que ya dimos la plaza—

y no me dejan otra opción que darme la vuelta y largarme.

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