Cultivar la diversidad

Acabado el año pienso que no es hora de hacer ningún tipo de balance pero no se puede obviar lo ocurrido. Temas personales y familiares tienen que ver mucho con lo global padecido, sin olvidar los profesionales, económicos y las circunstancias que nos rodean que hacen percibir que esto, el mundo, no va parecerse mucho al actual.

Crisis de liderazgo y de personas hace que el escepticismo aumente presagiando la vuelta a tiempos que parecían anclados en el pasado. El rebrote de xenofobias, homofobias y otras cuantas fobias crecen como consecuencia del pesimismo dominante, brillantemente auspiciado por sectores que se encuentran muy cómodos ante cualquier signo de retracción

En contraposición al euroescepticismo en el que nos encontramos, conocer otras realidades permiten cargar energía en momentos como los actuales.

Si el Magreb nos lo mostró hace pocos años, en 2010 lo hemos encontrado en América Latina. A pesar de los problemas que padecen, que nadie niega ni oculta, la vitalidad, el emprendimiento personal y colectivo se perciben con nitidez. Todos parecen querer embarcarse en proyectos surgidos en un mar de ideas con la ilusión y seguridad de su viabilidad. Muchos, quizás la mayoría, no saldrán adelante pero la esperanza da vida y la misma está latente en estos lugares y con ella la alegría y un diseño de lo cotidiano bastante diferente al nuestro.

Seguramente buen parte de ello tenga que ver con la diversidad que abre puertas y posibilidades. El fomento de la misma es una esperanza que ilusiona y mueve sentimientos, emociones, encuentros y amistades. Será uno de los retos de los próximos años.

Cultivar la diversidad en un mundo global es la apuesta contra la resignación y la simplicidad. Formar parte de ella es entender otro mundo donde prevalezca lo colectivo, donde el valor del nosotros sea más importante que el del yo. Donde todos tengamos un pequeño o gran papel del que disfrutar. Quizás estamos locos, pero sabemos lo que queremos. Solo nosotros, en plural, podremos conseguirlo.

Los liderazgos ya no tienen sentido porque los lideres ya no son responsables de lo que hacen, Han sucumbido ante las reglas de un mercado absolutamente injusto y corrupto que prima y desprecia lo colectivo y el bienestar común. En estos momentos el valor de la pluralidad debe recuperarse para romper con el pensamiento monolítico y conductas exclusivamente materialistas.

La cultura fue antes que el comercio. Es preciso que vuelva a recuperar un papel al servicio de la ciudadanía, de la colectividad, olvidándose de las reglas de un mercado que solo la utiliza como mercancía para producir dividendos. Solo ella puede ayudar a recuperar la confianza ante un desapego generalizado por la economía y la política. Para conseguirlo el fomento de la diversidad es imprescindible, quizás sea la última puerta para no sucumbir.

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