¿Cuántos muros quedan?


Estos días todo el mundo hablando de la caída del Muro de Berlín, pero evidentemente restan muchos. Algunos internos como los de Ceuta y Melilla -la foto corresponde a esta última- en nuestro propio territorio, otros cercanos como el del Sáhara creado, en parte, por no haber asumido España sus responsabilidades territoriales. Otros muros de vergüenza y muerte se extienden por la frontera de Estados Unidos y México, para aislar el Tibet de China, o los que se elevan en algunos barrios de las ciudades más populosas de Brasil para que ricos y pobres no tengan opciones de encontrarse.

Otras tapias que repugnan son los de la separación eterna entre palestinos e israelíes, la de las dos Coreas o ese otra que permite que una pequeña parte de Cuba sea propiedad de Estados Unidos utilizándolo para efectuar torturas sin control alguno.

Hace tiempo leí que en Santo Domingo, República Dominicana, se levantó otra para que el Papá no viera la miseria existente en una parte de la capital, siempre creí que el mensaje evangélico era el de la proximidad a los más necesitados, pero como siempre una cosa es predicar y otra dar trigo.

Durante la dictadura argentina, en Rosario, los militares alzaban otra muralla durante el día que desaparecía por la noche. Los pobladores la derrumbaban quedándose con cemento y materiales que dedicaban a la autoconstrucción de sus viviendas.

Evidentemente existen otros muchos surgidos de la intolerancia, la avaricia, la usura, la incomprensión, la insolidaridad del capital con el mundo del trabajo, la dificultad para cumplir leyes y normas de igualdad, de derechos humanos, del niño, la infancia, la mujer, las minorías... También los silencios mediáticos, las corrupción informativa, la manipulación interesada, la apropiación de los derechos culturales, la división internacional del trabajo cultural…, y también nuestros muros personales que consiguen indignarnos mientras leemos o vemos un informativo mientras nos alimentamos, charlamos o descansamos.

Nuestra incapacidad para romper nuestros propios muros imposibilita la caída de los demás. Sólo ocurrirá cuando molesten al capital y a los mercados, algo así ocurrió hace 20 años en Berlín.

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