Surrealismo y revolución. (Antonin Artaud)
Texto extraído del siguiente enlace.
He participado en el movimiento
surrealista de 1924 a 1926 y lo he secundado en su violencia.
Hablaré de él con el espíritu que
tenía en aquella época, y además voy a intentar resucitar ante vosotros ese
espíritu que quería ser blasfemo y sacrilego y que, a veces, lo consiguió.
Diréis que este espíritu se ha superado, que pertenece a 1926, y que si
reaccionáis, lo hacéis en 1926.
El surrealismo nació de una
desesperanza y de un malestar, y vio la luz en los bancos de la escuela. Más
que un movimiento literario ha sido una revolución moral, el grito orgánico del
hombre, las palabras de nuestro ser contra toda coerción. En primer lugar,
contra la coerción del Padre.
En su conjunto, el movimiento
surrealista ha sido una profunda e interna insurrección contra todas las formas
del Padre, contra la preponderancia invasora del Padre en las costumbres y en
las ideas. Veamos, a título puramente documental, el último manifiesto
surrealista, que indica la nueva orientación política de este movimiento:
CONTRA-ATAQUE LA PATRIA Y LA
FAMILIA
Domingo 5 de enero 1936, a las 21
horas en el Grenier des Augustins, 7, rué des Grands-Augustins {metro
Saint-Michet).
CONTRA EL ABANDONO DE LA POSICIÓN
REVOLUCIONARIA REUNIÓN DE PROTESTA
Un hombre que admite la patria,
un hombre que lucha por la familia es un hombre que traiciona. Lo que él
traiciona es lo que es para nosotros la razón de vivir y de luchar.
La patria se interpone entre el
hombre y las riquezas del suelo. Exige que los productos del sudor humano se
transformen en reglas. Hace de un ser humano, un traidor a su semejanza. La
familia es el fundamento de la presión social.
La ausencia de todo compañerismo
entre el hijo y el padre ha servido de modelo a todas las relaciones sociales
basadas en la autoridad y en el desprecio de los patronos hacia sus semejantes.
Padre, patria, patrón, tal es la trilogía que sirve de base a la vieja sociedad
patriarcal y, en la actualidad, a la camada fascista.
Los hombres dominados por la
angustia, reducidos a una miseria y agotamiento cuyas causas no comprenden, se
sublevarán un día hartos. Arruinarán entonces la vieja trilogía patriarcal:
fundarán la sociedad fraternal de los compañeros de trabajo, la sociedad de la
potestad y de la solidaridad humana.
Puede verse por este manifiesto
que el Surrealismo mantiene frente a la orientación estalinista los objetivos
esenciales del marxismo; es decir, los puntos fundamentales por los que el
marxismo trata al hombre e intenta penetrar en sus secretos; y en esta
violencia obstinada debe reconocerse el viejo estilo surrealista, que sólo
puede vivir exasperado.
Pero el misterio del Surrealismo
ha sido que esta revolución ha penetrado en el inconsciente. Ha generado una
mística oculta, un ocultismo de nueva especie y que, como toda mística oculta,
se ha expresado alegóricamente y por manifestaciones, que han tomado la forma
de poesía.
Todo lo que tenía forma de
reivindicación clara, el Surrealismo lo ha descartado o no lo ha apoyado. Una
gran efervescencia de rebelión contra todas las formas de opresión material o
espiritual nos agitaba cuando comenzó el Surrealismo: Padre, Patria, Religión,
Familia,… no había nada que no denostásemos… y más con el alma que mediante las
palabras.
En esta rebelión comprometíamos
nuestra alma y la comprometíamos materialmente. Sin embargo, esta revuelta que
atacaba todo no era capaz de destruir nada, por lo menos aparentemente.
Pues el secreto del Surrealismo
es que ataca las cosas en sus secretos.
Para alcanzar el secreto de las
cosas, el Surrealimo había abierto un camino. Al igual que de el Dios
Desconocido de los Misterios de los Cabiros, que del Ain-Sonph, orificio
animado de los abismos en la Cabala, que de la Nada, el Vacío, el No-Ser
devorador de la nada de los antiguos Brahamas y Vedas, se puede decir del
Surrealismo ‘lo que no es’, pero para decir lo que es se necesita emplear
aproximaciones e imágenes, y el Surrealismo es un movimiento recubierto de
imágenes. Resucita, por una especie de sortilegio en el vacío, el espíritu de
las antiguas alegorías.
Ciertamente hay elementos en la
poesía surrealista de los que se puede hablar, reconocer, etcétera. Pero los
otros géneros de poesía nos conducen siempre a un terreno, nos llevan a un país
que no puede confundirse con otros. Con el Surrealismo comienza el camino de la
perdición, de tal manera que no puede decirse nunca que su poesía esté donde la
vemos.
El Surrealismo tenía necesidad de
salir. «Salir a la luz en el primer capítulo», como dice el Doble del hombre en
el Libro de los Muertos Egipcio. Y nosotros, surrealistas, teníamos necesidad
de salir, siempre con un movimiento de insatisfacción mortal, con una violencia
que no conducía a nada, pero que manifestaba subterráneamente algo: violencia
que, la manía de aclarar las cosas, ha llamado de la desmoralización. Rechazo y
Violencia. Violencia y Rechazo. Estos dos polos significativos de un imposible
estado del espíritu, de una misteriosa electricidad, indican el carácter
anormal de la poesía de esta época, que no era poesía en el sentido usual, sino
la emisión magnética de un halo, una especie de magia bizarra que nos inundaba.
Rechazo. Rechazo desesperado de vivir y que, sin embargo, debe aceptar la vida.
En el Surrealismo, la desesperación ha estado a la orden del día, y con ella,
el suicidio.
Pero a esta cuestión planteada en
el número 2 de La Révolution Surréaliste: ¿el suicidio es una solución?
Han respondido los surrealistas
unánimemente: No, y el suicidio sigue siendo una hipótesis, según las palabras
de Jouffroy: «En el suicidio lo que mata no es idéntico a lo que se mata.»
Todas las manifestaciones surrealistas han participado de este espíritu suicida,
en el que el verdadero suicidio no interviene nunca. Destrucción sobre
destrucción.
Mientras que la poesía ataca las
palabras, el inconsciente ataca las imágenes, y un espíritu más secreto todavía
se afana en recomponer la estatua. La idea es romper lo real, extraviar los
sentidos, desmoralizar, si es posible, las apariencias, pero siempre con una
noción de lo concreto. De su masacre pretendida, el Surrealismo siempre logra
sacar algo. Pues para él, el inconsciente es físico, y lo ilógico es el secreto
de un orden donde se expresa un secreto de vida.
Cuando ha roto el maniquí,
deteriorado el paisaje, los repara, con la intención de estallar de risa o
resucitar un fondo de imágenes terroríficas, que nadan en el Inconsciente.
Quiere decir esto que ultraja la razón, que retira a los sentidos sus imágenes
para devolverlas a su sentido profundo. Y también significa que los escritores
de este tiempo han presentido un conocimiento de los fondos ocultos del hombre,
perdido desde antes del Tiempo. Y el Surrealismo ha liberado y descongestionado
la vida, ha permitido a un hilo de preciosa electricidad ir a animar piedras y
sedimentos inanimados. La vida desorganizada se reforma en reacción con la
anarquía caótica, impuesta a los objetos que se ven. El mundo surrealista es
concreto, concreto para que no se pueda confundirlo. Todo lo que es abstracto, todo
lo que no es inquietante por trágico o bufonesco, todo lo que no manifiesta un
estado orgánico, como una especie de exsudación física de la inquietud del
espíritu, no procede de este movimiento.
El Surrealismo ha inventado la
escritura automática, que es una intoxicación del espíritu. La mano libre del
cerebro va donde la lleva la pluma; y además un extraño hechizo guía la pluma
dándole vida, y por haber perdido todo contacto con la lógica, esta mano así
reconstruida toma contacto con el inconsciente. Niega por su mismo milagro la
contradicción imbécil de las escuelas entre espíritu y materia, entre la
materia y el espíritu. Cada vez que se le toca, la vida reacciona mediante el
sueño y las larvas. Esto quiere decir que el Inconsciente general ha sido alcanzado
por algo, y da lo que conservaba.
Cuando una mujer ha concebido,
sueña sin saberlo. Cuando un hombre ha sido herido, o va a estar enfermo, o
entra en la agonía, sueña también. Junto a los sueños de los hombres están los
sueños de los grupos y los sueños de los países. No sé cuantos surrealistas
habremos sentido que con nuestros sueños realizábamos una especie de herida de
grupo, una herida de la vida. Junto a la obsesión del sueño y frente al odio de
la realidad, el Surrealismo tuvo una pretensión de nobleza, una obsesión de
pureza.
El más puro, el más desesperado
de los nuestros, se decía comúnmente de tal o cual surrealista, pues para
nosotros, sólo era verdaderamente puro el que estaba desesperado. Qué importa
que este fuego puro se haya limitado a consumirse en sí mismo. Ha querido
sinceramente ser puro. Y esta pureza la ha intentado en todos los planos
posibles: amor, espíritu, sexualidad. «El Padre —dice Saint-Yves d’Alveydre en
Les Clefs de VOrient- el Padre, hay que decirlo, es destructor.» Un espíritu
acentuadamente riguroso y que, para pensar, se pone en el plano sobreelevado de
la naturaleza, siente al Padre como enemigo.
El mito de Tántalo, el de Megara y el de Atreo contienen en términos fabulosos este secreto esta especie de verdad inhumana, a la cual intentan acomodarse todos los hombres. El movimiento natural del Padre contra el Hijo, contra la Familia, es de odio; este odio que la filosofía china no ha podido separar del amor. Y cada padre particular busca también en su ser acomodarse a esta verdad general. He vivido hasta los veintisiete años con el odio oscuro del Padre, de mi padre particular. Hasta el día en que le vi morir. Entonces cedió el rigor inhumano con que le acusaba de oprimirme. Y, por primera vez en la vida, este padre me tendió sus brazos. Y yo que estoy molesto en mi cuerpo, comprendí que él había estado toda la vida molesto por el suyo, y que existe una mentira del ser contra la cual hemos nacido para protestar.
El 10 de diciembre de 1926, a las
nueve de la noche, en el café «Prophete», de París, los surrealistas se
reunieron en congreso. Se trataba de dilucidar lo que iba a hacer el
Surrealismo con su propio movimiento frente a la revolución social en ascenso.
Para mí, dado lo que sabemos del comunismo marxista, al cual trataba de unirse,
la cuestión no debía ni plantearse.
¿Es que Artaud se desentiende de
la revolución? —me preguntaron. Me desentiendo de la vuestra, no de la mía,
respondí, dejando el Surrealismo, porque también el Surrealismo se había
convertido en un partido. Esa rebelión que la revolución surrealista quería
ser, mediante el conocimiento, no tiene nada que ver con una revolución que
pretende ya conocer al hombre, y lo hace prisionero de sus necesidades más
groseras.
El punto de vista del Surrealismo y el del marxismo eran
inconciliables. Y no tardó en revelarse cuando algunos de los surrealistas
notables decidieron afiliarse al partido. Es decir, a la sucursal francesa de
la Tercera Internacional de Moscú. «¿Sois surrealista o marxista —se preguntó a
André Bretón—, y si sois marxista, ¿qué necesidad tenéis de ser surrealista?».
Se trataba, en suma, para el Surrealismo, de descender hasta el marxismo, pero
habría sido hermoso ver al marxismo intentar elevarse hasta el Surrealismo.
En 1926 el antagonismo no podía
resolverse, pues la Historia no se había puesto en marcha. Hoy día pienso que
la Historia ha avanzado, y que hay un hecho nuevo en Francia: es la aparición
de una idea histórica en la conciencia de la juventud, y esta idea que quiero
desarrollar la llamo la reconciliación de la Cultura y el Destino. En la
conciencia desesperada de la juventud ha aparecido una nueva idea de la
cultura. Y esta cultura que quiere conocer al hombre, tiene un alto concepto de
él. No acepta que se separe la vida del hombre de los acontecimientos. Quiere
que se penetre en la sensibilidad interior del Hombre, que juega, también, con
los Acontecimientos.
La nueva juventud es
anticapitalista-burguesa, y como el mismo Karl Marx ha sentido el desequilibrio
de un tiempo en el que impera la personalidad monstruosa de los Padres, basada
en la tierra y en el dinero. Cuando se acusa a Marx de querer suprimir la
familia: «La familia, pero si la habéis destruido —responde— ¿dónde están
vuestras antiguas virtudes? En lugar de la virtud, sólo veo la materia y yo,
Marx organizo la materia, la organizo técnica y coercitivamente». Se puede
decir que Marx organiza de los antiguos valores del Hombre, los que la
burguesía ha dejado. Antes de ser la exaltación de una realidad superior, el Surrealismo
era una Crítica de los hechos y del movimiento de la razón en los hechos. Entre
lo real y yo, estoy yo y mi deformación personal de los fantasmas de la
realidad. Y la juventud en su yo actual considera que Marx ha partido de un
hecho, pero ha permanecido en este hecho, sin asomarse a la Naturaleza.
En resumen, ha extraído una
metafísica de un hecho, pero no se ha elevado hasta una metafísica de la
Naturaleza, y la juventud quiere primero elevarse hasta la naturaleza, antes de
dejarse abrumar por la parte económica de los hechos. Pero si esta juventud
propugna la organización de la materia, también quiere que se organice el
espíritu. Considera la organización materialista de Lenin como una organización
transitoria y punitiva, y piensa que Lenin aplica en Rusia esta organización
materialista y punitiva con justo rigor.
Espíritu materia y materia
espíritu, afirma también la interdependencia de estos dos aspectos de su ser.
Pues se alimenta al mismo tiempo que siente; y piensa a la vez que se alimenta.
Acusa a la Europa moderna de haber inventado un antagonismo que no existe en
los hechos. Y si condena a Marx lo hace como europeo y porque esta juventud ama
al Hombre, al Hombre entero, para salvarla del Hombre.
En su nueva concepción de la
cultura hay una idea contra el progreso. La ciencia-moderna nos enseña que no
ha habido nunca materia, y vuelve a la antigua idea alquimista de cuatrocientos
años atrás, de los tres principios, el azufre, el mercurio y la sal, que llama
energía movimiento, masa. Puede decirse que no resulta necesario mencionar el
progreso. Y todo esto revela una idea superior de la cultura, pero para que
esta cultura se logre, deben quebrarse muchas ideas, ideas que son ídolos, y si
nos decidimos a terminar con los antiguos ídolos no es para hacer nacer otros
nuevos bajo nuestros pies.
Esta juventud no quiere ser
engañada, y cuando se dice que los tiempos han cambiado y que hoy un
intelectual o un poeta no pueden ignorar su época, replica que hay un error
sobre los intelectuales y sobre el tiempo. No separa a los intelectuales del
tiempo, y los intelectuales no se separan de su tiempo, y como su tiempo,
piensan que el espíritu no es una cosa vacía y que el arte sólo vale por su
necesidad. Pero para ellos, esta idea de una acción necesaria no quiere decir
prostitución de la acción. Hay una manera de estar en el tiempo, sin venderse
al poder del tiempo, sin prostituir las fuerzas de acción a las consignas de la
propaganda: «Guerra a la guerra, frente común, frente unitario, frente único,
guerra al fascismo, frente antimperialista, contra el fascismo y la guerra,
lucha de clases, clase por clase, clase contra clase, etcétera, etcétera».
Existen ídolos de embrutecimiento
que sirven a la jerga de la propaganda. La propaganda es la prostitución de la
acción, y para mí y para la juventud, los intelectuales que hacen literatura de
propaganda son cadáveres perdidos por la fuerza de su propia acción. Un
intelectual influye sobre el individuo y sobre la masa, y en su acción unánime
de masa hay una idea cultural sobre las fuerzas del individuo.
La juventud quiere que se le
procure una idea de la economía de las fuerzas del Hombre sin su acción sobre
los individuos. Hay una técnica para desplegar las fuerzas del hombre, como la
hay en la medicina china para curar el hígado, el bazo, la médula o los
intestinos, tocando a lo largo del cuerpo físico puntos también físicos, pero
alejados del hígado, del estómago, de la médula o de los intestinos. Como el
mundo tiene su geografía, el hombre interno tiene su geografía que es una cosa
material. Pero el materialismo dialéctico de Lenin tiene miedo de esta manera
profunda de conocer la geografía. Sin embargo, una cultura profunda no debe
temer ninguna geografía, incluso si la búsqueda de continentes inexplorados en
el hombre conduce a ese vértigo, donde se halla la inmaterialidad de la vida.
La verdadera cultura hace brotar
la vida, y la juventud que quiere restablecer una idea universal de la cultura
piensa que hay lugares predestinados para hacer surgir esas fuentes de vida, y
pone su mirada a la vez en el Tibet y en México. La cultura del Tibet sólo es
válida para lo que en el Libro de los Muertos Egipcio se llama cadáveres, es
decir, Invertidos. Por el contrario, la cultura de México vaíe para hacer salir
los sentidos interiores de sus barreras. Hace resucitados. Toda verdadera
cultura se apoya en la raza y en la sangre. La sangre india de México guarda un
antiguo secreto de raza, y antes de que la raza se pierda, pienso que hay que
preguntarle por la fuerza de este antiguo secreto. Mientras que el México
actual copia a Europa, yo considero que es la civilización europea la que debe
pedir a México su secreto. La cultura racionalista de Europa ha fallado, y yo
he venido a la tierra de México a buscar las bases de una cultura mágica, que
puede aún resurgir de las fuerzas del suelo indio.
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