Devastación cultural como estrategia gubernamental
Artículo de opinión publicado en el número 2.154 de Cambio 16 del pasado de mayo.
Escribo esta nota camino de Barcelona para acudir a la presentación de la XXIIª Edición del Festival Internacional de las Culturas PIRINEOS SUR. Un día antes ha tenido lugar el encuentro con la prensa madrileña. Dos intervenciones mencionan el papel en la acción cultural de una institución pública y una empresa privada en momentos complejos como los actuales.
Elisa Sanjuán, diputada responsable del Área de Cultura de la Diputación Provincial de Huesca organizadora del festival, centra su intervención en dos ideas claves: “la apuesta por la cultura de una institución pública no es un gasto, es un derecho, una inversión”, “recortar en cultura es un suicidio”. Enrique Torguet director de marketing de Cervezas Ámbar, patrocinadora del festival, reseña la estrategia de patrocinio “una apuesta por los contenidos, por el compromiso, no sólo por los gestos”. Palabras poco habituales en los tiempos actuales, cuando las ayudas públicas desaparecen y el patrocinio privado se centra en productos comerciales de fácil consumo.
La pregunta habitual en este tipo de encuentros es el tema presupuestario. Luis Calvo, director del festival, señala: “tenemos el mismo presupuesto que en ediciones anteriores a pesar de que la administración central y la autonómica nos han quitado todas las ayudas. Realmente contamos con un 13% menos por la subida del IVA del 8 al 21%”, su comentario centra la cuestión. No sólo se suprimen ayudas, también disminuye la inversión que instituciones, marcas y ciudadanos realizan por el incremento impositivo aprobado. Nada es casual. Para Lluis Bonet, director del programa de Gestión Cultural de la Universidad de Barcelona “la medida es un mensaje político clarísimo; el sector de la cultura no nos vota, por lo tanto vamos a perjudicar a este sector en lugar de a otros”, lo están logrando. En los cuatro primeros meses de subida del IVA para la cultura, descendió un 30% el número de espectadores y un 34% la recaudación; desaparecieron cientos de empresas y puestos de trabajo, entre ellas Alta Films, la distribuidora de cine independiente más importante del país.
Las cifras son dramáticas para el empleo y la competitividad con otros mercados, donde el IVA es mucho más bajo: Bélgica y Holanda 6%, Francia y Alemania 7%, Portugal 13%... Resultado trágico pero coherente con el objetivo de convertir la cultura en una herramienta de entretenimiento que no interfiera en los asuntos públicos. Para lograrlo es imprescindible –y en ese contexto hay que enmarcar las medidas desarrolladas– acabar con la diversidad y pluralidad, reduciendo todo a un único discurso donde sólo tengan cabida las propuestas elaboradas por las industrias culturales dominantes, a cuyo servicio están la mayoría de los gobiernos, como pusieron de manifiesto los cables revelados por WikiLeaks. No son los únicos culpables del desmantelamiento de programas e infraestructuras, todos somos responsables por el papel sumiso que la cultura ha tenido en el posfranquismo y en la llamada transición.
Apostar por la cultura libre –que no gratuita– y la independiente, pasa por tomar determinadas medidas proteccionistas, aunque no sean correctas con las políticas neoliberales imperantes. Arriesgando por nuestras iniciativas y las europeas si pretendemos que la desilusión continental no siga aumentando. Desarrollando un sistema fiscal y tributario competitivo que tenga presente la complejidad y realidad del sector. Apoyando la reconversión digital, dotándose de las medidas legales que permitan su desarrollo, el de la sociedad red y el trabajo transversal.
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