Otra gran mujer recuperada: Asja Lacis, fundadora del teatro proletario
Berlín, 1955. La directora de teatro letona Asja Lacis, que ha pasado diez años en un campo de trabajo de Kazajistán, visita a su amigo Bertolt Brecht que le transmite que ha muerto el amor de su vida: Walter Benjamin. Ahora Roser Amills (Algaida, Mallorca, 1974) recupera la figura de esta mujer desconocida con su cuarta novela, ‘Asja, amor de dirección única’ (Ed. Comanegra) sumergiéndonos en unos mundos tan fascinantes como ignorados. Con ella hemos conversado dando voz a otra de esas mujeres ninguneadas a lo largo de la historia.
Recuperas la vida de Asja a través de un viaje. Las vidas son viajes a veces sin rumbo, incluso sin retorno, pero cuando los recordamos, cuando volvemos a realizarlos, aunque sea mentalmente, ¿saltan las armas?
La novela de Asja Lacis se inicia en Berlín, en 1955, pero la acción se desarrolla desde más de 30 años atrás y en varios continentes gracias a ese maravilloso don que es la rememoración. Asja viaja hacia atrás porque viaja en el tiempo al recordar quién fue Walter con ella y para ella, pero es que además literalmente viaja hacia atrás en el espacio porque regresa desde ese Berlín donde vivió tanto con Benjamin al Moscú donde empezó ella su vida profesional y sentimental. Asja trata de entender por qué salió de aquel Moscú helado a la cálida isla de Capri, y ese frío y calor cruzan varias veces por su interior a medida que la novela avanza.
Asja, madre soltera, fundadora del teatro proletario, bolchevique convencida, prisionera en el gulag soviético durante diez años prostituyéndose para sobrevivir en campos de concentración estalinistas, olvidada por la historia y, a pesar de todo, ¿nunca renegó de su vida?, ¿fue víctima de sus propias trampas?, ¿es más fácil creerlas para justificarnos?
Lo primero que debo destacar para que no haya malentendidos es que Asja Lacis nunca se prostituyó, ni mucho menos. Fue violada de un modo salvaje en el campo de trabajo de Siberia donde estuvo prisionera durante diez años. Fue una víctima, sí, de las circunstancias que le tocó vivir, y su carácter optimista primero la ayudó y luego fue su mayor problema. Respecto a las propias trampas y a si renegó de su vida, que va unido, puedo decir que Asja Lacis madura y evoluciona a lo largo de su vida y la honra darse cuenta, en un momento dado, de sus errores y fragilidades, como también se dio cuenta siempre de los errores y fragilidades de los demás. En un momento de su vida se da cuenta de que ha sido derrotada, de lo ingenuo que fue por su parte pretender vencer a ese monstruo terrible que es el totalitarismo y a ese otro monstruo, igual de poderoso, que es el amor. A merced de ambos vivió, aunque tratara de negárselo a sí misma durante muchos años, y su derrota consiste en tener que reconocerlo y llorar por lo que ya no puede cambiarse: Walter ha muerto, su juventud se ha marchitado, sus ideales se han disuelto.
Retrato de Asja Lacis
¿Hasta qué punto ella es un ejemplo de no comprender por qué hacemos o dejamos de hacer algo?, ¿es todo pura inercia?
Cualquiera de nosotros, tarde o temprano, llega a esa conclusión: las grandes decisiones de nuestras vidas las hemos tomado por pura inercia. Lo valioso es darse cuenta a tiempo, y Asja, como Walter, tampoco lo hizo.
Asja achaca el fracaso de su relación con Walter Benjamin por las dudas permanentes de él, por su falta de compromiso, pero ¿hasta qué punto ella también era una caprichosa interesada y desconsiderada, echando siempre balones fuera?
Asja era una mujer muy generosa y en absoluto interesada, como demuestra con su trabajo dedicado al teatro proletario infantil, a menudo sin remuneración alguna, de forma altruista, pero que se escondía bajo una armadura de mujer pragmática y segura de sí misma que la hacía parecer, como tú dices, aparentemente superficial y desconsiderada. Esa armadura que ella pensó que le serviría de protección, es cierto, termina siendo uno de sus peores enemigos. Pero también debemos reconocer que hay que tener mucha paciencia con un hombre tan indeciso como Walter, y no creo que se la deba culpar por no tenerla. Asja era ímpetu y espontaneidad, Walter reflexión y el brillo hipnótico de la melancolía. Una vez comprendemos cómo sucedió todo entre ella y Walter, el lector se dará cuenta de que era tan lícita la lentitud de Walter como la velocidad de Asia.
¿Capri: amor o dolor?
Capri fue el lugar donde se inició el amor y por lo tanto también es el lugar donde se inicia el dolor, pues como sabemos amor y dolor no es que vayan unidos, sino que son una misma moneda de dos caras.
¿Nos ahogamos en callejones sin salida?
Lo que cuenta esta novela, basada en hechos reales que me esforcé por documentar rigurosamente, es que los callejones sin salida no son el problema. El problema es lo que nosotros hacemos cuando entramos en ellos. De un callejón sin salida se sale con buen paso y serenidad, y en esta historia lo que sucede es que a menudo los protagonistas pierden eso de vista y empiezan a dar tumbos, a ponerse nerviosos, a complicar esa salida. Eso es lo que les sucede a Walter, y a Asja, y a Bertolt Brecht.
¿Existe libertad real para el deseo, sin miedos, temores, tapujos, personalismos?
Ésa es la gran lección de la novela: el deseo de libertad -libertad para pensar, para desear, para amar o no amar, para ser madre soltera o para ser un estudiante perpetuo- choca siempre con esa fragilidad tan humana de no tener la voz propia para expresarlo, las palabras adecuadas para expresar los miedos y esas arenas movedizas de los caprichos personales. La falta de libertad, en el amor, en política, en una tienda cuando vamos a comprar algo… consiste en la dificultad para comunicarnos unos con otros. Si no podemos comunicarnos -así se conocieron Asja y Walter, en un mercado de Capri, cuando él la ayuda a comprar una bolsita de almendras haciéndole de intérprete porque Asja no hablaba italiano- no podemos hacernos con lo que de veras deseamos… Uno puede ser libre cuando tiene las palabras adecuadas para expresarlo, las palabras adecuadas para decir “esto es lo que quiero”, pero si no se sabe lo que se quiere comunicar porque (y ahí está la clave) uno no sabe exactamente lo que quiere, entonces se vuelve muy difícil hacer y conseguir lo que deseamos, y por tanto ser libre.
Sobrevivir y corrección ¿van unidos?
Sobrevivir es el más triste modo de vivir, pero eso no se elige. Ser correcto es otra cosa, que puede venir antes o después de la necesidad que causa la supervivencia. Ser correcto es una simple pantalla para que no nos atosiguen tanto, como el cartel de “no molestar” de las puertas de los hoteles.
Asja suple sus contradicciones y culpas haciéndose la fuerte, culpabilizando a otros…
Lo hace algunas veces, pero no lo sabe. Cuando es joven, no sabe que tiene esas contradicciones y culpas, y es feliz así. Ella simplemente desarrolla su forma de estar en el mundo a su modo avasallador y eso hace que sea por un lado fuerte y admirada, pero que parezca tan fuerte es también una carga porque todos esperan que Asja tire de los demás y se cansa y se desespera y les odia un poco y trata de apartarse de ellos como si así pudiera cambiar su mala costumbre de hacerse la fuerte… Asja vive así y un día, cuando piensa de veras en todo ello, cuando ata cabos, terminará comprendiendo cómo se comportó con Walter y con tantos otros, y sobre todo por qué. Y entonces ya no hay culpables, así que tampoco ella es culpable de nada.
Enamorarse es comprometerse, ¿comprometerse es perder?
Por supuesto. Comprometerse es limitarse, sobre todo para un espíritu libre como Asja. Comprometerse es ponerle vallas a la libertad personal, perder parcelas enteras de libertad a cambio de vaguedades como “estamos juntos en esto” y “vamos a ayudarnos”. Tras investigar y analizar a Asja Lacis para esta novela me he solidarizado con ella: nadie es perfecto, ni el que busca el compromiso, ni el que lo rehuye, y puestos a elegir, elijamos lo que más nos ayude a realizar lo que hemos venido a hacer. Asja sabía desde muy jovencita que lo que debía hacer era trabajar en su obra, y no encontrar maridito y una vida idílica, y en eso fue muy consecuente.
¿Es peligroso enamorarse?
Sí, por supuesto. Enamorarse es lo más peligroso. Es una cuerda floja que sólo está sujeta en ilusiones y vaguedades. Eso, en pocos años, a veces en unos meses, hace que estemos a merced de una irregularidad en la libertad de las personas que no hay razón que la explique excepto las razones amorosas: nuestra vida de pronto depende de la felicidad de ver al otro y de verle feliz con nosotros, nuestros ojos ya no son nuestros ojos sino los ojos que nos miran y todo eso tan excitante y absurdo…
Asja Lacis con su primer marido
¿Hasta qué punto es justificable el deterioro personal en conflictos propios o colectivos?
El simple hecho de vivir ya es deteriorarse. El asunto es dónde están los límites de ese deterioro y quién los decide. Si los elegimos nosotros, en principio no tiene nada de malo. Lo malo es que ese deterioro provenga de imposiciones ajenas, como que te priven de libertad de elegir, que te declaren apátrida, que te obliguen a exiliarte, que no te permitan divorciarte o que te exijan que trabajes en algo que detestas.
¿Qué papel jugaron en el olvido de Asja personajes como Bertolt Brecht?
Los amigos de Asia son los pilares que le ayudan a recordar a situar lo que ella vivió de una manera al principio poco consciente, de una manera tan veloz que Asja Lacis ni siquiera veía lo que vivía, cómo se da cuenta de que no sabe ni cómo eran los ojos de Walter cuando trata de recordarlos. Sus asideros son sus amigos, algo así como una memoria externa a la que puede consultar, y ellos le ayudarán a rescatar, a excavar su pasado y a situar y comprender mucho de lo que vivió demasiado deprisa.
¿Fueron muchos los que la ningunearon?
Prácticamente todos los que conocieron a Asja a través de Walter Benjamin la ningunearon y eso sucede porque no podían comprenderla. Asja bolchevique non grata para los amigos filósofos de Walter Benjamin, una mujer asombrosamente liberal e incomprensiblemente fría como madre a la usanza… Era una mujer muy avanzada para su época y eso generaba desconfianza en los que la trataban. Y era rusa comunista, había sido bolchevique convencida… Había una distancia cultural y una distancia ideológica tan grande que ante la inseguridad de no comprenderla optaron por ningunearla. Eso es justamente lo que yo he querido restaurar, dándole voz a Asja Lacis para que se explique. Podemos estar o no de acuerdo con ella, pero lo que no podemos ni debemos hacer es ningunearla.
Muchos temas reflejados en tu relato están de plena vigencia: silencios, ignorancia, cuando no el desprecio al trabajo intelectual de ciertas mujeres por hombres que se consideran “progresistas” ¿Os sigue costando ser visibles en un panorama donde prima el clasismo y la misoginia?
Lo más triste es que esa misoginia la hemos adoptado también nosotras como algo normal: cuando nos preguntamos sobre alguien, cuando queremos saber qué ha hecho en su vida, es fácil que si es hombre nos interesemos de entrada por su vida profesional, mientras que si es mujer primero querremos saber con quién se casó, de quién fue amante… Buscamos rápidamente sus relaciones como si una mujer necesitara la muleta de sus relaciones para tener entidad propia. Reivindico en esta novela y en las tres anteriores que la vida y biografía de las mujeres es mucho más que su biografía sentimental. Yo antepongo el nivel intelectual, doy por sentado que cualquier mujer primero ha luchado por ser quien es y luego se ha enamorado o relacionado, nunca a la inversa.
Sin memoria con personas como Asja, pero también silenciando la represión ejercida a muchos defensores de la revolución del 17, ¿motivos?, ¿complejos?
Las parcelas desagradables de la historia son las primeras que se silencian y tratan de olvidarse. Es un recurso ingenuo para no adentrarnos en dilemas que nos superan y también muy difíciles de digerir. Cuando analizamos lo que sucede durante una época de intolerancia y de pérdida de libertades como fue la que ocupa esta novela -de la revolución bolchevique a los campos de exterminio y las purgas y gulags rusos, lo primero que llama la atención es cuánto se ha callado para que todo eso, esas atrocidades, fueran posibles. Ese silencio es la traducción del miedo. El miedo atroz a llegar a comprender lo que sucede. Por eso se calla aún hoy, por si entenderlo es aún peor que callarlo, que silenciarlo.
¿Se sigue ilusionando con propuestas que se saben de antemano de su inviabilidad?
El iluso se ilusiona incluso con el aire que respira. Asja es un excelente ejemplo de una mujer que cuando tiene miedo, cuando las cosas se ponen difíciles, siempre opta por tirar adelante, por ilusionarse… Es su catarsis ir contra ese miedo que la paralizaría, y saltar por encima, saltar más lejos para que no la alcance, a menudo con los ojos cerrados, es su única opción. No es que lo decida, es que necesita actuar así.
¿La importancia del conflicto se ha banalizado por prácticas inconsistentes?
Los conflictos no se banalizan; como decía antes, se ocultan, se esconden debajo de la alfombra. Como bien sabemos, es más fácil hablar de banalidades que penetrar en lo que verdaderamente causa los conflictos, y que en muchas ocasiones es además precisamente nuestra actitud tolerante con prácticas terribles o nuestro silencio… No se puede analizar, lo que se puede hacer es jugar al despiste… Por ejemplo así: poco después del fallecimiento de Asja Lacis, Ronald Reagan y su colega soviético Mijaíl Gorbachov hablaron por primera vez de los gulags y empezó a verse que cuando contaban los millones que murieron en los campos de reclusión, a menudo había que multiplicar las cifras oficiales por dos o por tres…. Algo empezó a cambiar en Rusia, sutil y enrevesado. Gorbachov, nieto de prisioneros de Gulag, fue primer ministro y en 1987 se atrevió a desmantelar campos y a contar lo que había sucedido, y en 1991 la KGB fue teóricamente disuelta. Pero he aquí la gran pregunta: tal como están, a punto de 2018, las cosas en el mundo…, ¿es real todo esto del desmantelamiento de los totalitarismos, o es un juego de despiste más?
¿Seguimos hablando sin escuchar?
Hablar es emitir mensajes, escuchar es recibirlos, y ambas actividades no se pueden hacer a la vez. Porque cuando estamos hablando tenemos que concentrarnos en lo que queremos decir y cuando escuchamos tenemos que concentrarnos para averiguar lo que dice el otro. En ese vaivén a veces nos perdemos, a mí no me sorprende nada, no debería sorprendernos, lo maravilloso es que a veces consigamos escuchar de verdad y hablar de verdad. Me refiero a hablar concentrados sólo en lo que decimos y escuchar concentrados únicamente en lo que dice el otro. Es una práctica muy difícil que solo los buenos bailarines de la conversación saben cuidar: hablar y escuchar sin dar pisotones, pero también sin perder el ritmo. Bien pensado, hablar y escuchar como mínimo la misma cantidad de veces que nuestro interlocutor es ya una proeza.
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