Crítica del pensamiento bastardo
Publicado por ADILKNO, Fundación
para el Desarrollo del Conocimiento Ilegal (Foundation for the Advancement of Illegal Knowledge, ILWET),
Amsterdam, 1995
Ahora que la figura histórica del bastardo
se ha desembarazado de su papel como apreciado miembro de la familia
monoparental, puede evolucionar con toda inocencia y covertirse en una
categoría estética bastante espectacular. La crueldad cede el paso a la
belleza. Los Bastardos Unidos de Benneton. El bastardo, que encarna la
seducción, es el resultado visible de un alto grado de irresponsabilidad. El
bastardo moderno, muy seguro de sí mismo, irradia la armonía de una nueva
disposición genética, cultural y tecnológica. El hijo ilegítimo, como prototipo
del Niño Artificial, es una figura emblemática de la familia burguesa. La
historia del siglo XIX está repleta de sirvientas e institutrices caídas en
desgracia. La mojigatería se aseguraba de ocultar cualquier desliz dentro del
matrimonio bajo el manto del amor. El bastardo, que evoca el tierno recuerdo de
la posibilidad de un amor inocente es, según la versión oficial, la víctima de
una violación, del racismo, de la ambigüedad moral o de la historia del mundo.
A pesar de todo, ya hace mucho tiempo que no ocupa un lugar en las estadísticas
oficiales. En lugar de ello, se ha convertido en un caso necesitado de terapia.
Fruto de las circunstancias, de familias rotas, este accidente producto del
fracaso matrimonial busca una madre y un padre propios, una lengua y una
tierra. ¿De verás es eso tan lamentable? El cristianismo nos proporciona el
ejemplo modelo del bastardo organizado. Jesús de Nazareth tenía una madre,
desde luego, pero ¿quién era su padre? La búsqueda de una respuesta a tan
difícil pregunta dio lugar a una religión de repercusión mundial. La tradición
ha provisto a este salvador de rizos rubios y ojos azules. Para completar esta
imagen, deberíamos tener en cuenta que nació en un establo y viajó a Egipto en
una alforja, meros apuntes intelectualoides. La ilegitimidad del Niño Dios hace
las veces de puente hacia lo sagrado, hacia lo metalegal. Normalmente sólo
podemos esperar que surjan unos pocos santos de cada unidad espaciotemporal.
Tan pronto como estalla la crisis tienen derecho a anunciar sus profecías.
Adolph
Hitler, ese bastardo de raza aria y piernas torcidas, es un experto en este
campo: "Los más fuertes deben gobernar y no deben mezclarse con los
débiles que merman su grandeza". En otra ocasión Hitler postula la tesis
válida de que "antes o después toda mezcla racial provocará la caída del
bastardo siempre y cuando el elemento superior de esta mezcla se mantenga puro
dentro de un conjunto que más o menos se asemeje a una raza". En esto basa
su diagnóstico de la situación política: "La raza se 'ennegrece' a un
ritmo tal que se podría hablar del origen de un estado africano en Europa. Un
poderoso estado mulato afroeuropeo está surgiendo entre el Rhin y el
Congo".
Hitler
expresó en palabras una angustia que hoy en día se ha convertido en el deseo de
mezclar las razas. Hitler sin duda tenía razón con respecto a su reino mulato.
Sus encarecidas advertencias han quedado completamente anticuadas y muestran
que seguía estando en conflicto con sus propios orígenes dudosos. Lo mismo
ocurre con el interés por dicotomías que nos recuerdan a la figura del bastardo
como son alto y bajo, gordo y delgado, oscuro y claro, corto y largo, fuerte y
débil: ¡la diversión y el éxito de tu 'propia' identidad!
Al
llevarse a cabo investigaciones más detalladas en el campo de la biología se
descubrió que, incluso hoy en día, los genes de un 10% de los niños nacidos no
corresponde a los de sus padres legales. Y esto no es una mala noticia para la
salud. En la actualidad, la raza depende del suministro de genes frescos y
salvajes venidos de fuera para mantenerse en forma. El bastardo sanguíneo ha
dejado atrás el proceso de emancipación y avanza de la pureza genealógica al
enriquecimiento de un paisaje genético que, de otro modo, estaría empobrecido y
yermo... y que, de acuerdo con el discurso tecnológico dominante, sería también
un paisaje degenerado. Si debido al agujero en la capa de ozono no nos podemos
sentar al sol, sencillamente incorporaremos un par de genes oscuros a nuestro
linaje. "Durante los próximos años todos los holandeses nos iremos
volviendo más oscuros" afirmó un antiracista declarado en un programa de
televisión. La figura del bastardo procede del concepto de pureza racial y
actúa como contrapunto de las familias devotas que celebran ritos en la puerta
principal de sus casas.
El
bastardo representa la conclusión realista de que no hay manera de frenar la
naturaleza y de que debemos vivir conscientes de las consecuencias que conlleva
el desarrollo de una especie sin división de razas. Si acogemos a un antepasado
de una segunda rama en nuestro entorno hacemos posible el desarrollo de un
pragmatismo privado. Desde ese momento, el bastardo no sale con desventaja;
como todos los demás, tiene que demostrar lo que vale. Ahora que la familia,
como principal manifestación de nepotismo, se enfrenta a su propio declive y
caída, nos podemos dedicar a purificar nuestros actos. "Yo soy
políticamente correcto, tú eres políticamente correcto": es el amanecer de
la psicocracia. De ahora en adelante no se puede culpar a los antepasados, ni
por la educación ni por la herencia genética que nos han dado. Ha llegado la
hora de someternos a la dictadura del futuro. El destino ya no nos persigue,
nosotros hemos de perseguirlo. Si esperas pasivamente, te adelantarán por la izquierda
y la derecha y no ocurrirá nada: es la condición en que se hallan miles de
vidas aparcadas. Ahora el bastardo cultural se pone manos a la obra en busca de
su propia realización y tiene problemas al enfrentarse con la cuestión de la
etnicidad verdadera. Debe representar siempre esta mezcla. Los críticos
culturales siguen obsesionados con el análisis de las influencias individuales
con el fin de elevarlas a categorías éticas, humanísticas y religiosas. Tras la
declaración se produce el ascenso a la alta cultura.
También
hay que tener en cuenta la controversia sobre la mezcla de razas y la
adulteración que se están produciendo de veras, una causa por la que ya no hace
falta luchar ; es precisamente por esto por lo que la figura del bastardo no es
un concepto que vaya a afectar las relaciones entre personas. El pensamiento
impuro no mantiene los límites a que se sometía a la mezcla. Es un parásito de
la belleza de su propia impureza. La inteligencia mixta vive gracias a los
fallos de la memoria, a la fascinación morbosa, a argumentos erróneos y a
motivos impuros. No representa ningún cambio, lo lleva a cabo sin casi darse
cuenta. No se decodifica lo codificado, sino que se pervierte. El intelecto
hecho bastardo está sacudiendo las rejas de la jaula que en que se ha encerrado
el poderoso concepto. La negatividad, siempre y cuando no se pueda aplicar o no
se pueda llegar a ella por consenso, puede llegar muy lejos y hacer caso omiso
de las condiciones existentes. Una idea clara no resulta de especial interés
para el bastardo. Por el contrario, prefiere manosearlo todo para provocar un
cortocircuito, siempre vigilando los resplandores de pensamiento a los que
necesariamente siguen truenos que a veces tienen resultados inmediatos o
refrescan la creatividad. El bastardo se alimenta a base de modelos en
decadencia, no para reciclarlos sino con la convicción de que lo total siempre
es lo falso. El conocimiento adulterado reconoce las puntos flojos, las
desventajas y lo superfluo, la falta de motivación de la verdad que se
representa con torpeza. Las catástrofes ya no nos afectan sino que nos pasan de
largo. El bastardo interrumpe las grandes líneas y enturbia la claridad de los
sueños futuros. Está al borde del fracaso, alterando la perspectiva de lo
bueno, no tanto por felicidad ante la certeza del fracaso como por devoción
ante el movimiento de occidente a medida que se empaña la pureza cristalina de
las líneas divisorias.
Tras la
fascinación por el mal que caracterizó la década de los 80, hoy nos ocupa el
interés por el fracaso. Ya no leemos sobre la seducción, la pretensión, la
perfección, el glamour, la pasión como autoexpresión en estado puro. El
mal tuvo que borrar todo el bien de los sesenta y tuvo un éxito magistral.(c.f
la evolución en 1989). Pero, a pesar de todo, el mal tiene un sucesor. No se
produjeron ni el triunfo de la dialéctica, ni la síntesis histórica del mercado
y de la democracia, tampoco se pudo hallar una nueva tesis que se opusiera a
las anteriores. El buen socialismo dio paso, no sin razón, al capitalismo del
fracaso. Tanto el sistema como sus siervos se sometieron a una revaluación de
valores y entretanto nada ha cambiado. Una situación indefinida en la que a
nadie la interesaba ya representar con palabras ni el mundo y ni su propio ego
(ni nada relacionado con estas dos cosas). El caos reina, algo que tampoco hace
posible una visualización anárquica. La lucha inmemorial que se disfraza de
iniciativa privada destructiva se produce en medio del cemento podrido y de las
estructuras gubernamentales en bancarrota. Llegados a este punto se echa en
falta la aparición heroica del dramáticamente anunciado fin de la historia. La
sociedad del espectáculo nos arroja sin previo aviso a la sociedad del debacle.
"Aprendemos de Guy Debord".
La fe
pagana en los nuevos medios, en la vigilancia, la adaptabilidad, el
reaprendizaje, la improvisación, la imagen, la identidad o en la gestión de
provectos es el método infalible para la introducción de nuevas técnicas. Al
principio nos asombra que todos estos curiosos aparatos y conceptos funcionen.
Pero cuando su uso se extiende y de veras funcionan se empieza a prestar más
atención a los momentos en que los métodos y las técnicas fallan e
inmediatamente se desprecian. Una vez se alcanza la normalidad toda cibertécnica
pierde su aura y puede utilizarse de modo rutinario. Una vez el software y el
hardware cesen de cumplir su promesa, la ira del consumidor se dirigirá a las
máquinas y sus creadores. Es estupendo dejarse llevar por la ira y tirar las
máquinas defectuosas por la ventana; ver cómo se van apilando en la calle.
El grunge
y la generación X han movilizado la autenticidad del fallo elemental frente al
resplandor elástico del éxito denegado. El descubrimiento de este estancamiento
es el giro de 360 grados que se ha producido de modo sorprendente en la
historia desde 1989. Mientras se seguía anunciando el final del progreso nada
cambiaba. Pero el filósofo de la liberación, Fukuyama, no podía prever que la
chapuza se haría con la victoria total. Desde luego, los principios con una
organización propia como el caos, la vida artificial, los fractales, la
internet, la complejidad, la biosfera II y las turbulencias se reciben con
optimismo, pero aún no han salido de su fase publicitaria. Como consecuencia,
no se produce la metastasis cancerosa y no dejan de ser modelos. El fracaso,
por el contrario, no es en principio un modelo, ni mucho menos una estrategia.
Es en este sentido en el que se desmarca de todas las ideas que se generaron en
los ochenta. La caída no es un destino: el destino nos aborda desde el
exterior, mientras que el fiasco viene de dentro sin que se haya podido
programar con antelación. La decepción inherente que se produce no es un virus
que se pueda eliminar del programa. En la era de la sobreorganización y del
exceso social de experiencia, evitar una decepción se ha convertido en terreno
peligroso en el que el éxito queda atrapado. Aún se intenta redefinir el
fracaso como una etapa de la que hay que aprender, pero, pese a ser conceptos
poderosos y convincentes, ni Omo Power, ni el Pentium-Chip de Intel, ni Windows
5.1 de Microsoft, ni el CD-I de Phillips, ni el poder atómico, ni la
reunificación de Alemania . . . . nos han llevado a nada. Nos equivocamos en
dos aspectos: podemos adoptar el ángulo equivocado con el objeto correcto o
aferrarnos por los pelos a la cuestión errónea y cubrirla con la teoría
correcta. Ahora, después de que la cultura pop adoptara la falsa pose de
perdedora, podemos comprender el fracaso de la teoría. Derrida confiesa que "en
su Gramatología iba completamente desencaminado". También Lacan admite
que, después de todo, el subconsciente no está estructurado como el lenguaje.
Una decepción para toda una generación de estudiantes de doctorado. Ahora
esperamos un estudio sobre el desmantelamiento total de las teorías de
Nietzsche: ¡el eterno retorno es imposible! El superhombre no es más que un
bastardo.
A veces se
dice extraoficialmente que Marx estaba equivocado... Pero ¿qué nos quedará del
concepto de Ryle de la mente cuando John Garang se base en él para establecer
un gobierno en el sur de Sudán? Se acerca la era en que el pensamiento será una
tormenta de ideas. La falsificación total no disminuye el posible calor
que emana de la teoría que se revela como mentira. Si lo analizamos con calma
veremos que el pensamiento no se ocupa de la pregunta ¿qué constituye el mundo?
sino ¿cómo se organiza éste cuando se observa desde un ángulo concreto?. El
presente clima de pensamiento está dominado por el uso escéptico del discurso,
se puede hacer de todo con él: ¿representa algo?, ¿trata de algo?, ¿se puede
hacer algo práctico con él?, ¿tiene ilustraciones?, ¿se lee bien?,¿es demasiado
complicado?¿nos lleva a alguna parte?, ¿se vende bien?, ¿resulta convincente?,
¿es todo cierto de veras?, ¿podemos ganar puntos con él? El problema con el
concepto de discurso que defiende Foucault es que no se puede descomponer (al
menos según la cubierta del libro). Desde luego, el discurso puede debilitarse,
perder su enfoque, dar giros radicales, extenderse por todo el campo de la
realidad, penetrar en los lugares más íntimos, prohibirse, obtener poder o
formular un poder opuesto, pero no puede detectarse con un detector de
mentiras. La propia verdad tiene continuas filtraciones. En general el discurso
no se maneja públicamente sino que opera sigilosamente entre bambalinas.
¿Fracasará alguna vez la teoría de los medios? ¿Se equivocará por completo, de
tal modo que todo el mundo decidirá de repente dedicarse a otra cosa más
razonable? Os lo aseguramos.
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