¿Por qué democracia apostamos?
Dos
personalidades de la cultura ideológicamente distantes han comentado las
recientes convocatorias del 25S y 29S. El poeta Luis García Montero, impulsor del
nuevo partido Izquierda Abierta, lo
hacía con una entrada en el blog “La realidad y el deseo” de Público.es el pasado día 27[1] y José María Lasalle,
Secretario de Estado de Cultura y del
PP, el día 1 con el artículo de
opinión “Antipolítica y multitud” en El
País[2].
No
pongo en duda la capacidad analítica de ambos, como tampoco su coincidencia al denunciar
a los convocantes por un antipoliticismo y un sentimiento antipolíticos
falso, al que es muy fácil recurrir para una más fácil deslegitimación, no son análisis aislados. Hace poco se presentaba
“Jóvenes, culturas urbanas y redes digitales”, coordinado por el mejicano Néstor García
Canclini, una referencia cultural indiscutible, donde reducía el 15M y el Movimiento 132 a una cuestión generacional. Análisis surgidos desde
un cierto desconocimiento basados en posicionamientos muy determinados. Ignorando
cómo se crean, se fraguan y se consolidan los procesos in situ, lo que impide entender la creación de grupos autónomos que
intentan participar de otra manera, mostrando la calle como referencia, como
espacio común, donde recuperar el debate público, ciudadano.
Unos
piden más y mejor calidad democrática, otros decretan leyes para que solo los
más pudientes puedan presentarse a candidatos. Los otros recortan disminuyendo presupuestos
en cultura, educación, investigación y cooperación sin apenas tocar los
referentes a la Iglesia, defensa, dando cantidades millonarias a la banca. Unos
trabajan en barrios evitando desahucios, tratando que la calidad de vida no
disminuya asumiendo labores que debería hacer cualquier estado llamado
democrático. Mientras exigen una democracia más real, directa, participativa, culturalmente
plural, potenciando gobiernos abiertos, ciudades inteligentes, consultas
ciudadanas regulares a través de las posibilidades que permita la sociedad en Red, los otros apoyan la restricción de
ésta para complacer a las industrias del entretenimiento y del ocio, primando
lo particular a lo colectivo.
Los
avances de las últimas décadas, que nadie cuestiona, no deben ser la excusa
ante la falta de crítica individual y colectiva reflejo de una sociedad
aletargada, pasiva, de una clase política mayoritariamente anquilosada incapaz
de ver nuevas realidades, la de la autojustificación permanente, surgiendo ante
ello nuevas voces, tratando de dar respuestas de carácter absolutamente
político, reclamando lo que muchos no hacen, que la política prime sobre la
economía. Construir instituciones más plurales y sensibles, fomentando nuevas
maneras de participación. Que los programas electorales sean contratos entre
candidatos y ciudadanos, que estos últimos puedan participar y sentir la
política más cerca ¿Existe mayor compromiso con la democracia que este tipo de
propuestas?
Los
procesos cambian porque la sociedad lo hace. El hippismo dio paso al punk, coincidente con el final de la
dictadura. La “movida” como fascinación democrática
olvidó la realidad de muchos barrios. La multiculturalidad visualizó el hip hop
al que replicó el indie con una visión
más elitista. Trabajo colectivo, procesos colaborativos, compartir el
conocimiento, fomentando la participación, decisiones y gestiones en común
priman en la actualidad.
Estamos
ante visiones diferentes de la democracia; una conocida, otra por construir. Algunos
incapaces de comprenderlo, otros más conscientes saben que pueden perder
determinados privilegios, ambos cuestionan estos cambios inciertos quedándose
en las formas y no en el fondo. Los tiempos son los que son, nadie puede impedirlo.
O más democracia o dictadura económica, no hay alternativas. Todos lo sabemos y
tomamos partido en un sentido o en otro.
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