Sonido de cacerolas

Semana singular y compleja en Madrid. San Isidro no ha sido el motivo. Tampoco los triunfos deportivos de sus dos equipos punteros. Bankia acapara protagonismo y, relacionado con ella, el 15M. La nacionalización de la entidad vuelve a cuestionar política y planes para estimular la economía, llevándose por el camino a Rodrigo Rato, ejemplo de gestor para los conservadores. Parece imprescindible contar con una banca pública que mitigue las turbulencias de los especuladores. Los indignados han apostado por ella, lo acontecido refuerza sus argumentos.
Los gobernantes vuelven a dar una imagen alejada de lo que se espera de una sociedad democrática. Prohibir la acampada en Madrid, permitir la de Barcelona o desalojar violentamente las concentraciones en Palma o Valencia, evidencia la inexistencia de una política coordinada, que se realiza en función de la posible repercusión de las actuaciones policiales. Que las únicas imágenes las hayan protagonizado las fuerzas de seguridad[1], exigiendo indiscriminadamente la identificación de personas, algunas ajenas a las movilizaciones,  deteniéndolas, abusando del poder del uniforme para acosar a jóvenes, casi siempre mujeres, o incluyendo a trescientos infiltrados, según comentaba El Mundo, entre los manifestantes, muestra el carácter poco democrático de los servidores de la ley. Los primeros en incumplirla al no llevar la identificación obligatoria, deteniendo o amedrentando al que les exige la misma. Apoyo y justificación de unas prácticas que alejan también a la ciudadanía de las instituciones.  
En tertulias y columnas de opinión reflejan que lo único logrado por el 15M es desalojar al Partido Socialista del poder. Teorías conspiratorias para justificar debacles sin apenas autocríticas, en plural. Los que así se manifiestan con seguridad no han acudido a ninguna de las múltiples asambleas y encuentros realizados durante el año. El desconocimiento impide conocer el perfil sociológico e ideológico de este movimiento, como lo han recogido tres de los estudios realizados. Sus protagonistas, personas con una formación académica más elevada de la media, muestran su compromiso personal con actividades de todo tipo y un único objetivo: construir un mundo mejor.
Las declaraciones de Joaquín Almunia apoyando las medidas económicas del Gobierno o las habituales de José Bono, contribuyen a que la base social que abandonó al Partido Socialista, presente en plazas y movilizaciones, se encuentre cada vez más a gusto en su orfandad política actual, implicándose en propuestas cercanas, horizontales, y distanciándose de otras lejanas y dirigidas. Soslayar esta realidad próxima impedirá la recomposición socialista, dando paso a otras que cada vez serán menos minoritarias.
No es complejo entender la naturaleza de un movimiento plural donde todos tienen cabida: socialistas, comunistas, libertarios, creyentes, ateos, ecologistas… y apartidistas. No se debería obviar a quien plantea recuperar la política frente a los mercados. A los que apuestan por una democracia más real y participativa, a los que luchan contra la corrupción, por la transparencia de la administración, de los partidos políticos, la justicia, por la eliminación de privilegios, a los que luchan contra las políticas de ajuste. Apostar por la justicia, la democracia, la libertad y la protección de los más débiles no debe alarmar a quien se autodefina como progresista.
El 15M es un movimiento inclusivo. Excluyentes son los incapaces de comprender que la pluralidad existe, debe ser escuchada y estar representada. La acción exclusivamente institucional tiene que ver con el pasado, nada con el presente y mucho menos con el futuro. Estamos en una sociedad en continuo cambio. Las formas habituales de intervención política poco tienen que ver con una sociedad formada que demanda más participación, democracia, justicia y derechos. El mejor resumen, la cacerolada del día de San Isidro: si no nos escuchan, nos van a oír.

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