Enrique Morente: siempre en el corazón


En el disco Alcabre el cantante gallego Bibiano Morón entonaba a mediados de los setenta: “Solamente mueren/ aquellos que no dejan semilla…/ Y vosotros dejasteis la mejor/ de todas las sangres./ Sangre, vuestra sangre./ Sangre de la tierra y de la luz./ Sangre de luz, de futuro y de libertad./ Semilla de hombres nuevos,/ como vosotros”; corresponde al disco Canción para los que nunca mueren, que editó la Compañía Fonográfica Española.
Mucho se ha hablado y escrito sobre el genial artista granadino estos días. No puedo ni tengo el valor de juzgarlo por su faceta flamenca, ya que realmente no soy ningún experto en la materia. Me atrevo a aventurarme, con todo respeto y consciente de que puedo cometer errores e incongruencias, desde el punto de vista de un consumidor y gestor cultural, de alguien que siempre ha vivido en una gran ciudad, que comenzó a disfrutar de la música con el punk y el folk americano, tanto del norte como del sur y que lo más aflamencado que había escuchado eran Los Chunguitos, Los Calis o Los Chichos.
Recuerdo haber leído hace tiempo un artículo en que se mencionaba a Enrique Morente como el más, o uno de los más trascedentes, de la Generación Flamenca del 68, incluyendo también los nombres de Camarón de la Isla, Carmen Linares, Juan Peña “El Lebrijano”, José Ménese, y supongo que algunos más que no recuerdo. He intentado conocer si esa generación como tal fue un movimiento o una tendencia común, pero no he encontrado nada al respecto. Supongo que el autor del artículo quiso meter en un mismo saco nombres que renovaron el cante en un momento determinado coincidente en el tiempo.
Mi primer trabajo cultural remunerado fue en una Junta de Distrito del Ayuntamiento de Madrid, donde siempre teníamos un problema a la hora de programar las fiestas y las programaciones culturales habituales. En todas las áreas musicales siempre intentábamos conjugar calidad y novedad, y más o menos no era muy complicado, pero cuando teníamos que hacerlo con el flamenco nos enfrentábamos a un hueso muy difícil de roer. Tuvimos que buscar asesores ya que en un mundo tan complejo no queríamos, ni nos podíamos permitir, meter la pata. El guitarrista Perico el del Lunar (hijo) tenía un bar en la madrileña calle Francisco Silvela y fue, junto con otra persona que siempre le acompañaba, los que realmente nos abrieron ojos y oídos para nuestra música más popular. Gracias a ellos tuve el placer de conocer a Chocolate, José Mercé, El Turronero, Bernarda y Fernanda de Utrera, Rosa Durán… y sobre todo a Rafael Romero “El Gallina” que me impresionó por su rigor interpretativo, sencillez y orgullo de ser gitano. Aquellos momentos y personas me hicieron aproximarme con curiosidad, respeto y cierto miedo, al flamenco.
A Enrique Morente le había escuchado en un disco de vinilo interpretando a Miguel Hernández hacía años, cuando la canción de autor estaba de moda y poner música a la poesía era habitual. Aquella grabación de 1971, un año después Joan Manuel Serrat publicaría su exitoso Miguel Hernández, incluía siete temas, entre ellos “El niño yuntero”, “Sentados sobre los muertos”, “Dios te va a mandar un castigo” o “Nanas de la cebolla”. Sin querer restar méritos a nadie, me parece que las interpretaciones del cantaor son quizás las que más se aproximen al espíritu poético del de Orihuela. El granadino no ha sido el único flamenco que se ha acercado a la poesía. La Niña de los Peines, Lole y Manuel, Diego Carrasco, Camarón, Manzanita, Naranjito de Triana, Vicente Soto, Lola Hisado, Calixto Sánchez y Carmen Linares son otros que también lo han hecho. Pero la relación de Morente ha sido permanente y continua. Rara es la grabación que no incluya algún poema reconocido o relevante. Además de los de Hernández, poemas de Lorca, los hermanos Machado, San Juan de la Cruz, Lope de Vega, Nicolás Guillén, José Bergamín, Al Mutamid, Fray Luis de León, Gustavo Adolfo Becquer, León Felipe, Pedro Garfias, Ibn Haz de Córdoba o Juan de la Encina, son parte de su discografía y con ello de la historia del flamenco y también del patrimonio no material de la Humanidad. No es casualidad que en su despedida Laura García Lorca recitase dos poemas que el cantaor había entonado, “Alma ausente del llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, de su tío Federico y De pronto”, escrito por Francisco García Lorca en memoria de su hermano, o que su paisano Luis García Montero, del que también interpretó poemas, le despidiera en nombre de todos los amigos con las siguientes palabras: "Enrique, qué difícil despedirse de ti. Las palabras son insuficientes, no es posible nombrar el vacío, la desolación. Has muerto lleno de vida, de fuerza, siendo manantial".
Aquella primera apuesta tan temprana por la poesía comprometida, a la que llegó a través de personas como el periodista Paco Almazán, marcó un sendero que vislumbraba por dónde se podía desenvolver una carrera artística distante de los parámetros habituales del flamenco, cuya versatilidad no dejaba indiferente a nadie. Siempre me llamaron la atención las polémicas que originaba entre los entendidos, por un lado grandes entusiastas y otros que no concebían, aunque no creo recordar a nadie que dudara de su valía y calidad, tanto experimento e innovación.
Transformador, creador de una nueva estética musical, reformador, rompedor de normas, pero con el mayor respeto por los grandes del género, como lo manifestó en grabaciones como “Cantes antiguos del flamenco” (1967), todo un reto para un joven debutante, “Homenaje a Don Antonio Chacón” (1977) o en “Nueva York / Granada” (1990) con aquel gitano de Pamplona llamado Agustín Castellón conocido como Sabicas, siendo éste el último disco del afamado guitarrista –uno de los responsables de la internacionalización del flamenco– hecho en apenas tres días. Grabación directa de la que Morente se sentía especialmente orgulloso.
De su Albaicín natal llegó a la capital en 1962 a buscarse la vida. “La verdad es que a Madrid no he venido pensando que iba a triunfar como cantaor, aunque siempre, desde luego, lo he soñado. Hay muchas cosas que he soñado, con ser cantaor, pero, en fin, como también soñaba, pues no sé, con ser rico; pero, vamos no vine a Madrid a eso, vine a buscarme la vida de otra forma, de la que pudiera” manifestada en una estupenda entrevista al mencionado Almazán en la revista Triunfo, un 28 de noviembre de 1970, para añadir “Lo que te hace cantar ya por sí solo es la vida”. Sobre su reconocimiento a tan pronta edad comentaba: “tuvo que ver por el apoyo de una serie de eminentes flamencólogos y señoritos… Gracias a todos estos señoritos que hablan tanto de cante y les gusta presumir con el flamenco y que se hacen llamar flamencólogos en vez de flamencólicos, he llegado a lo que soy”.
Pepe el de la Matrona es su gran maestro en la capital. Departen horas en las inmediaciones de la casa que este tiene en la calle Amparo en Lavapiés, muy cerca de la pensión situada en la calle Embajadores donde se aloja el granadino. En el homenaje que le tributan al cantaor utrerano en el Teatro Monumental, Morente hace público su reconocimiento, gratitud y admiración. Son muchas jornadas compartidas cerca de la Plaza de Santa Ana, núcleo flamenco de la ciudad, como la Peña Charlot, Viva Madrid, Los Gabrieles, Los Claveles y restaurantes y tabernas como El Cortijo o el Figón de Santiago. Unos portales más abajo de la casa del de la Matrona, en la misma calle, vivía Bernardo de los Lobitos, otro de sus maestros. Lugares muy próximos al Candela, taberna flamenca en la que es posible verle años más tarde, junto a otros muchos flamencos, antes del amanecer. Antes ha abandonado El Mago, cerca de la plaza del Dos de Mayo, donde los habituales han creado su peculiar Orquesta Nacional de Malasaña. En las noches de la Sala Caracol en los primeros noventa, los más trasnochadores podíamos verle arrancarse a cantar, con las puertas ya cerradas, acompañado por guitarristas muy ilustres, para deleite exclusivo de los más noctámbulos. En los Lunes Flamencos de la Sala Revolver en plena movida, punkis, mods, popis, horteras y diferentes tribus de la modernidad madrileña, acudían a escucharle, y dejarse ver, junto a gitanos y payos.
Al poco de llegar a Madrid comienza a ser reconocido en los ambientes universitarios. Los amigos le llamaban “El Pijón”. En sus primeros conciertos le anuncian como Enrique el Granaíno. Debuta, paradojas de la vida, en la universidad madrileña en el Colegio Mayor Francisco Franco. En paralelo ilustra las conferencias de uno de los sabios del flamenco José Blas Vega, que se organizan en la Sociedad de Amigos del Cante Flamenco en la Casa de Málaga. En 1964 actúa en el Alcázar de los Reyes Cristianos en Córdoba junto a Antonio Mairena y Pepe el de la Matrona. Otros colegios mayores madrileños pueden escucharle. En el San Juan Evangelista actúa un 20 de diciembre de 1973, horas antes se ha producido un atentado que le cuesta la vida al Presidente del Gobierno Luis Carrero Blanco. Morente no suspende la actuación y comienza cantando una coplas que dicen: “Pa' ese coche funeral/ no me quiero quitar el sombrero,/ pa' ese coche funeral,/ que la persona que va dentro/ me ha hecho a mí de pasar/ los más terribles tormentos". Es lo único que puedo entonar. Intervención policial, concierto suspendido y noche en el calabozo. De manera similar se manifiesta cuando era consciente de que alguna persona relacionada con la dictadura estaba presente en alguna de sus actuaciones. Ocurrió un día en el Teatro Barceló cuando acudió a verle Carmen Polo acompañada de Raphael.
Probablemente el reconocimiento del flamenco por los ambientes más intelectuales e inquietos, tras años de nacional-flamenquismo, como lo denominaba Almazán, cuyas cabezas más visibles eran Lola Flores, Juanito Valderrama, Antonio Molina, Juanita Reina o el Príncipe Gitano, tiene lugar en la Semana de Estudios de Cante del Pueblo en Granada en 1969. Son tiempos de Nova Cançó, Voces Ceibes, Nueva Canción Castellana, Ez Dok Amairu en la música, y de Tábano, La Cuadra y otros grupos independientes en el teatro. Espacios de libertad ganados por artistas con compromiso. Por primera vez en décadas el cante interpreta el verdadero quejío del pueblo. La emigración, las condiciones de vida de mineros, gitanos, campesinos. La escasez de libertad, las penurias de la vida, la represión… se visualizan en las voces de estos jóvenes flamencos. José Menese, Manuel Gerena y el propio Morente son los nombres visibles de un flamenco ciudadano, real, social, comprometido, con identidad propia. “Yo estoy más cerca del pueblo que nunca por dos cosas; primero porque pertenezco al pueblo y segundo porque soy consciente y quiero ser y estar con el pueblo y lo que quiero hacer lo quiero hacer en pro del y para el pueblo” manifestaba en la entrevista con Almazán.
Viaja a Europa, donde actúa en festivales para emigrantes, en solidaridad con los trabajadores españoles en casas de España, y a Estados Unidos. Su reconocimiento definitivo se produce en el tablao madrileño Zambra, donde forma parte del cuadro artístico principal, el de los artistas consagrados. Aunque hay otros muchos en Madrid como El Corral de la Morería, Los Canasteros, El Café de Chinitas, La Venta del Gato, El Duende, Torres Bermejas. El de la calle Ruiz Alarcón era el de mayor prestigio, ya que como señala el flamencólogo Manuel Ríos Ruiz “desde su fundació en 1954 por Fernán A. Casares... en su creación y estructura se siguieron las ideas de los músicos Falla y Turina y del poeta Manuel Machado sobre los escenarios ideales del flamenco".
Precisamente una conferencia de Ríos Ruíz "Entorno al cante flamenco" permite protagonizar a Morente otro acontecimiento sin precedentes. El día 5 de febrero de 1970 se convierte en el primer cantaor que canta en el Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid. La ilustre institución cultural madrileña, que en octubre pasado cumplió 175 años, abre sus puertas al cante para ilustrar la conferencia acompañándose a la guitarra por Manolo Sanlúcar. Ocurrió también en el Teatro Real, con la Fantasía del cante jondo para voz flamenca y orquesta, estrenada el 16 de mayo de 1986, flanqueado a las guitarras por Gerardo Núñez y Juan Habichuela y la Orquesta Sinfónica de Madrid dirigida por Luis Izquierdo. Pionero también en la Abadía de Fontfroide donde estrenó su Misa flamenca, la Mezquita de Córdoba o el Lincoln Center de Nueva York.
Aquellos que le recriminan tanta innovación y experimentación tienen razón. Lo hacía Aurora Carbonell, su mujer, que le reprochaba cariñosamente sus “modernuras”. Poetas en Nueva York le unió con Leonard Cohen, una admiración mutua acrecentada con el paso del tiempo. Poetas de una ciudad que visitó en varias ocasiones cautivando a sus habitantes. Ocurrió con Sonic Youth. La banda neoyorquina fue de las primeras en realizar pocas horas después de su muerte, un particular homenaje en diferentes redes sociales. Juntos protagonizaron uno de los momentos más impactantes de nuestra música popular reciente. Un martinete de diez minutos en la primera edición del Heineken Greenspace de Valencia, interpretado por el cantaor al que acompaña con un ritmo ascendente el rock visceral y distorsionado de la banda americana. La experiencia volvió a producirse el pasado mes de febrero en el Centro de Arte Dos de Mayo en la ciudad madrileña de Móstoles.
Se atrevió con el rock nacional de Los Enemigos, Los Planetas o Antonio Vega. El pop de Amaral o de Sr. Chinarro. La fusión de Chambao. El neocabaret de Ute Lemper. El jazz de Chick Corea, Federico Lechner o Pat Metheny. En la Bienal de Flamenco de Sevilla de 1992 protagoniza una de esas noches mágicas, difícil de olvidar para los asistentes. El percusionista estadounidense Max Roach se acompaña de una docena de músicos, nueve de ellos percusionistas. Morente lo hace con catorce flamencos entre los que se encuentran La Barbería del Sur y Raimundo Amador. También comparte escenarios y estudios de grabación con el turco Omar Farouk, la saharaui Mariem Hassan, la venezolana Soledad Bravo o los marroquíes de la Orquesta Chekara de Tetuán.
Con estos últimos se presenta –completan el cartel los oscenses Willy Giménez y Chanela– en la VI edición del Festival Internacional de las Culturas Pirineos Sur. Una noche denominada “andalusí”. Sus primeras palabras son “Estoy en el Pirineo un lugar de nacimiento”. Al día siguiente, 1 de agosto de 1997, vuelve al escenario con un espectáculo totalmente distinto: Omega, con la banda de rock independiente Lagartija Nick. El Auditorio Natural de Lanuza es una locura de ritmos y sonidos. Impresiona escuchar algo tan singular, tan vivo, tan cautivador, sobre un escenario flotante rodeado de picos montañosos que anhelan acoplar agua, cielo y tierra, para disfrute de dioses y humanos unidos por la magia de la música y la naturaleza.
Una percepción también muy intensa, pero de características totalmente diferentes, sufrimos el 23 de mayo de aquel mismo año durante la presentación del mismo espectáculo en la sala La Riviera madrileña. Un público totalmente emocionado abarrota el espacio. Mientras esto ocurre dos personas comenzábamos una nueva aventura personal y profesional que ha perdurado hasta hoy.
En septiembre de ese año tuvimos la oportunidad de participar en la organización de un nuevo concierto, esta vez en el Patio Central del Conde Duque, junto a los artistas marroquíes ya mencionados de la Orquesta Chekara. Dos horas después de finalizar la actuación pudimos compartir juntos, en una taberna cercana, lo que significó el concierto de La Riviera. Lo hablado queda en el terreno de lo personal, pero como buen maestro comprendió enseguida lo que supuso para nosotros. Tiempos después cuando nos encontrábamos en los pasillos de la discográfica Virgin o en el Candela nos parecía percibir un guiño cómplice, a lo mejor sólo fruto de nuestra imaginación.
Enrique Morente fue un día a Madrid a buscarse la vida, sin olvidar nunca Granada. Con su arte quería vivir, ser feliz y hacernos felices. Sabía que la cultura, el cante, es un vehículo para cambiar, transformar, a las personas y al mundo. Donde tradición y modernidad no son incompatibles. Morente es un ejemplo de compromiso, honestidad y coherencia, que en estos días de recuerdo muchos parecen olvidar mostrando solo una parte de su faceta artística, casi siempre la más comercial, en muchas ocasiones de manera superficial. Enrique Morente era un hombre de profundas convicciones que nunca abandonó. En una de sus últimas ediciones, El pequeño reloj, canta a Lula, esperanza de Brasil.
Maestro. Gracias por todo lo que nos has hecho vivir. Nunca, por motivos muy dispares, te podremos olvidar. Como decía Pablo Neruda, siempre estarás en nuestro corazón.

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