Perseidas
La noche del pasado jueves 12 estuve observando el cielo un buen rato. Trataba de volver a ver la famosa “lluvia de estrellas” o Perseidas. Hace quince o diez y siete años me pasé cerca de cuatro horas en un una pequeña aldea marroquí observando la inmensidad del firmamento. En aquella ocasión estaba acompañado. Mientras tomábamos una cerveza, ya se sabe que para los extranjeros todo es posible hasta en los más pequeños rincones, ella fumaba y juntos comentábamos lo pequeños que somos en la infinidad del firmamento. Observamos cientos de destellos, breves chispazos, sorprendentes resplandores. Realmente llovían. La soledad, la oscuridad, el silencio, aquel escenario único y la agradable compañía, fruto de un viaje fortuito e inesperado, volvieron esta noche a mi memoria después de tantos años.
Hicimos un recorrido de unos quince días por parte del país. Un viaje cordial, fruto de la amistad de dos personas que nunca tuvo continuidad y que se produjo por unas situaciones personales muy concretas. Pero aquella noche de San Lorenzo, por un montón de ingredientes diversos, se convirtió en mágica e inolvidable. Nunca más volvimos a comentarla. Nunca más viajamos juntos. Desde hace años solo tenemos noticias por amigos o conocidos relacionados con nuestro trabajo. Cualquier tiempo pasado no fue mejor, pero existió.
El jueves el escenario era distinto. Un pequeño pueblo de Cuenca de apenas cincuenta habitantes en invierno, si llegan, y unos cientos en verano. Estaba solo. El calor que arrasa el país se convirtió en una noche bastante fresca. Para poder observar bien el firmamento hay que desplazarse fuera de los espacios luminosos de la localidad. No hay cerveza, ni sillas, ni compañía. Solo silencios y veredas que poco a poco se hacían visibles cuando los ojos se acostumbran a la oscuridad. Algún perro y ciertos grillos parecen querer acompañar el lento caminar. De vez en cuando el ruido de un avión te hace volver a la realidad y demandar; ¿dónde irá un avión por esta ruta a la dos de la mañana? A América seguro que no. Para Egipto u Oriente Medio es quizás demasiado tarde o quizás exageradamente pronto. Seguramente esos vuelos no son civiles y tendrán otras labores encomendadas.
Son instantes en que vuelves a pensar lo diminutos que somos, lo minúscula que es la humanidad. ¿Qué significamos ante el gigantismo del universo? ¿Cuántas estrellas, constelaciones… podemos observar? ¿Cuántas nos son desconocidas? En medio de ese vergel astral, ¿qué pintamos, si pintamos algo, cada uno individualmente? Y ¿colectivamente? Da igual.
No es necesario buscar explicaciones para algo que está vedado para la mayoría de los humanos. Quizás es preciso reflexionar sobre lo que comentaban aquellos animados galos, de ficción, que nunca se dejaban someter por los romanos y que lo único que les preocupa es que el cielo callera sobre sus cabezas. Cuando en una noche solitaria, oscura, observas el firmamento de manera horizontal, no frontal, lo que pasaba por la mente de aquellos héroes juveniles nuestros quizás tenga más sentido de lo que pretendía la ingeniosa frase.
Siendo conocedores de nuestras carencias quizás nuestros comportamientos serían otros. Guiados por la sencillez todo sería más deleitable. El gran escaparate que es el mundo estará siempre limitado por y para nosotros. Seríamos más conscientes de todo ello si de tarde en tarde nos encerráramos en oscuridad. No ocurrirá. La oscuridad, decía Benedetti, es nada. Nosotros somos apariencia, pero quizás para no reconocerlo, tenemos que encender la luz, el ordenador, la llama, la antorcha, la linterna, la hoguera, el mechero, el soplete, la lámpara, el faro.
En medio de la noche; un rayo, que no es precisamente el que no cesa, te hace tornar a la realidad y decides volver a descansar. Las estrellas siguen lloviendo. Te encuentras la puerta cerrada pero siempre hay alguien amable y/o que te quiere que aparece en esas ocasiones. Hay otras personas están siempre. Te acompañan, aconsejan, guían, reprenden. Se enfadan, enfurecen, cabrean. Son responsables de que hace que el mundo siga girando, por lo menos tu mundo. El cercano, próximo, diminuto. Quizás nunca acabas de entenderlas, ya que cambian, se transforman, evolucionan a diario. No eres capaz de calibrar el valor de sus mutaciones, pero eres consciente que sin ellas no eres nada. Son imprescindibles.
Es de agradecer que tengas alguna cerca de ti. Eres un afortunado por ello, aunque casi nunca te atrevas a decírselo, ni lo manifiestes personalmente, aunque con terceros siempre esté presente. Hay que utilizar más las palabras. El lenguaje nos hace comprender y comprendernos y con ello seguir adelante, avanzando, viviendo.
La oscuridad muchas veces da vida aunque en la mayoría de las ocasiones da miedo, quizás no deberíamos olvidarlo. Cinco días después vuelvo a leer este texto y decido compartirlo. No hace falta ningún motivo.
Punto final.
Comentarios
se mezcla en cóctel
de dulce sabor.
en la sangre gitana que llevo dentro
me arde fuego,
de mis manos, directa al corazón.
y de madrugada, alma de alhelí,
sobrevuela, trastornando marea,
cada madrugada, alma de alhelí,
y no lo siento por mí.
Tarde o temprano
me perderé en cadenas.
una vez en la vida
debo encontrar dentro de mí
una noche de agosto
mi alma perdida
que arrojé al mar.
Tierra prometida que nos pertenece
por obra, por arte,
y por gracia de dios.
tierra prometida que nos pertenece,
¿qué más nos da
ser moro o cristiano,
si hay para los dos?
en la sangre gitana que llevo dentro
me arde fuego,
de mis manos, directa al corazón,
al corazón ...
una vez en la vida
debo encontrar dentro de mí
una noche de agosto
mi alma perdida
que arrojé al mar.