Salvador Benesdra: el escritor que no sobrevivió a su novela
Más allá de las recomendaciones ‘mainstream’ que corren estos días para atraparnos en casa, podemos detenernos en libros y personajes fascinantes que pasan desapercibidos entre tanta oferta de entretenimiento. Hoy Rubén Caravaca nos hace otro descubrimiento de los suyos: el escritor y periodista argentino Salvador Benesdra, que a los 11 ya había leído las obras completas de Lenin y a los 13 militaba en el Partido Obrero; que sufría brotes psicóticos y escribió una novela de culto ‘El traductor’, que refleja las incoherencias en que tantos nos movemos y cuenta una relación tortuosa, entre lo sadomasoquista y lo psicótico, entre lo turbio y el placer.
En estos días de reclusión forzada andábamos dando vueltas al tema del despotismo, el poder, las libertades individuales, cómo los autoritarismos ya no necesitan recurrir a las armas para gobernarnos: bastan las urnas. Damos como válidos determinados discursos sin apenas cuestionarlos. ¿Quién decide lo bueno / lo malo, lo bonito / lo feo, lo correcto / lo equívoco, la cordura / la locura, lo hetero / lo homo, el listo / el tonto? Propongo a ciertos allegados una relectura y una conversación posterior de Las palabras y las cosas, de Michel Foucault, con escaso éxito, la verdad, algo perfectamente comprensible porque bastante tenemos con la que está cayendo.
Quizás el bombardeo de cientos de propuestas para entretenernos en estos días no sea ajeno a lo anterior: libros, películas y conciertos gratuitos. Caigo en la cuenta de que casi todas provienen del mainstream, la industria o el autobombo, con escasas referencias a autoediciones y/o producciones propias, lo que me parece normal, ya que cuesta tanto crearlas y ponerlas en circulación que como para tener que regalarlas… Pero los que lo hacen van más allá del “regalo o de la autocomplacencia”, buscan crear o ampliar redes de complicidad y conocimiento para poder salir de esta situación de la mejor manera, nos muestran que hay otras formas de entender la cultura, el mundo y la relación entre personas con una sensibilidad, percepción y mentalidad ajenas a las simples reglas del mercado.
Todo esto da para una reflexión: ¿por qué en estos momentos de solidaridad con los socialmente más débiles no lo somos también con los más frágiles de la cultura? ¿Cuesta tanto aprovechar estos días para descubrir las cientos o miles de propuestas existentes con escasa difusión para seguir aferrándonos a lo conocido, lo estándar, lo rentable, lo correcto?
Estando en ello recibo uno de esos envíos de sugerencias que propone ver una serie de películas chilenas, bolivianas, mexicanas, argentinas…, de las que prácticamente desconozco todas. Un título me llama la atención, Entre gatos universalmente pardos, dirigida por Ariel Borenstein y Damián Finvarb (2018). Me presto a verla y al acabar la comparto en el blog.
Se trata de un documental sobre la novela El traductor y su autor, Salvador Benesdra. Tras verlo siento la necesidad de leer el libro, conocer algo sobre un escritor del que nunca había oído hablar. Encuentro una mala copia en internet, empiezo a devorarla, son casi 700 páginas, y me entra ansiedad por tenerla físicamente. Tengo claro que no la voy a pedir en Amazon; en La Casa del Libro quedan dos ejemplares, compro uno, ya me llegará cuando lo puedan repartir, esa joya tiene que estar en la biblioteca. Busco en Wikipedia: “Salvador Benesdra (Buenos Aires, Argentina, 29 de noviembre de 1952 — ib., 2 de enero de 1996) fue un escritor, periodista y psicólogo argentino. Autor de dos libros póstumos, su novela El traductor ha sido elogiada por autores y críticos. En el prólogo que escribió para su reedición, el escritor Elvio Gandolfo la calificó como ‘una de las mejores novelas argentinas que se hayan escrito desde 1810”.
La novela describe la historia de Ricardo Zevi, un traductor, militante trotskista en sus años de juventud, que trabaja en una editorial progresista. Todo indica que Zevi es un alter ego del propio Benesdra, este último es hijo de una familia judía acomodada dedicada al comercio de zapatos. Como el protagonista de la novela, también trabajó en varios medios de comunicación como La Voz, La Razón, El Porteño, El Periodista, Clarín y Página/12 , periódico igualmente progresista de donde fue despedido junto a 80 compañeros en 1995.
Hasta los tres años no aprendió a hablar, a los 11 ya había leído las obras completas de Lenin, llegó a dominar perfectamente siete idiomas, estudió en Francia y Alemania y a los 13 años militó en el Partido Obrero argentino, que formaba parte de la Coordinadora por la Refundación de la Cuarta Internacional, actualmente alienado en el Frente de Izquierda y de los Trabajadores. Durante la dictadura militar vivió exiliado en París, donde sufrió su primer brote psicótico; fue internado en el hospital psiquiátrico Maison Blanche, y allí lideró una revuelta de los internos.
La novela navega desde lo más personal e íntimo al ensayo político, narrando y comentando los tiempos en que se desarrolla: la Perestroika, la caída de la URSS, la Revolución Islámica, Reagan. Como líder sindical expone las relaciones labores en Alemania y Japón, también la realidad argentina con el neoliberalismo desarrollado durante la presidencia de Carlos Menem y los efectos para los más débiles de la globalización. La traducción de un ensayo de un fascista denominado Brockner da pie para expresar sus opiniones sobre Marx, Freud, Lacan, Platón, Kafka, Nietzsche, Chomsky…
En lo más novelado podemos conocer al protagonista/autor más cercano. Su vida laboral, las condiciones de trabajo en una editorial que presume de progresismo y de izquierdas, pero que no duda en actuar y compartir los mismos métodos de los que se califican como capitalistas y conservadores, lo que origina siempre múltiples contradicciones entre sus trabajadores. ¿Cómo actuar ante los que dicen reconocer los intereses de los débiles, publicando textos de autores comprometidos, incluso revolucionarios, y al mismo tiempo utilizar las herramientas más reaccionarias para doblegar a los más combativos? ¿Qué hacer ante los que se reconocen como “nosotros” y actúan como “ellos”? ¿Qué papel juegan los sindicatos aliados de gobiernos en pos de un pacto social cuyo resultado es que los más débiles siempre pierdan, en tiempos de crisis o no? ¿Qué responsabilidad tienen en todo ello los representantes sindicales? El final siempre es el mismo, intento de salvamento individual ante la segura derrota colectiva que te lleva a preguntarte algo que sobrevuela sobre toda la novela: ¿existe realmente la izquierda?, ¿tienen realmente algo de progreso los autodenominados bloques progresistas?
Pero no todo es trabajo, reflexión o militancia. La vida personal nos presenta al Zevi más contradictorio, donde fluyen las incoherencias entre activismo y vida cotidiana. Ambicioso y decepcionante. Con virtudes pero con más carencias. Ilusiones, aspiraciones, debilidades, sueños pornográficos. Soledades que le hacen refugiarse en la prostitución huyendo de su realidad, todo expuesto con tal cantidad de detalles que se aproxima a lo obsesivo. Diálogos tan ágiles y fuertes como contundentes, tan irónicos como crueles. Tras las derrotas política y sindical, busca la victoria en lo personal, un particular compromiso para alcanzar una supuesta felicidad no en exclusiva, sino en compañía de Romina, su gran amor, a la que conoció en un bar mientras ella repartía propaganda adventista. En pos de esa anhelada felicidad, la joven cristiana no duda –obligada por él– en prostituirse con varios clientes a diario para intentar superar una supuesta frigidez, a cambio de “una plata” que, aunque no era el objetivo de esta “prostitución consensuada”, siempre era bienvenida y de agradecer. Una relación que viaja entre lo sadomasoquista y lo psicótico, entre lo turbio y el placer, que hierve tanto como enamora, que atormenta y entusiasma, pero que trastorna mucho más al lector que a los protagonistas.
Realidad, activismo laboral y vida cotidiana son los ejes de la novela de Benesdra que nunca vio publicada. La presentó un par de veces al Premio Planeta Argentina. Elvio Gandolfo, miembro del jurado de la edición de 1995, comentó que no podría ganar, demasiado buena para un premio tan comercial. El dinero del premio lo quería para dedicarse a escribir. La envió a varias editoriales (Anagrama, Emecé, Espasa-Calpe, Tusquets…), pero ninguna mostró interés. A principios de 1996 se sumergió en el abismo definitivo al arrojarse desde un balcón de su décimo piso bonaerense. Según comenta Denise Kripper, “gracias al aliento de Gandolfo, una beca de la Fundación Antorchas y la financiación de la familia Benesdra, la novela finalmente llegó a las librerías. Editada por Ediciones de la Flor, tuvo una primera tirada de 1.500 ejemplares y una reedición de mil ejemplares más, pero no logró convertirse en una obra exitosa ni convertir a su escritor en rico y famoso post mortem. En 2012, la editorial Eterna Cadencia reeditó El traductor con algo de éxito y, aunque todavía con poca recepción académica y crítica” (Denise Kripper, Los agentes de la traducción: las ficciones del traductor como relatos de mercado. Lake Forest College); escasos juicios pero muy heterogéneos, tanto del autor como con la novela.
En 2007 se estrena la versión cinematográfica dirigida por Oliverio Torre, cuarta generación de destacados directores argentinos: Leopoldo Torres Ríos, Leopoldo Torre Nilsson, los hijos de este último Javier y Pablo Torre y el mencionado Oliverio. El año pasado ve la luz la mencionada Entre gatos universalmente pardos (Argentina, 2019) origen de esta crónica a punto de finalizar.
Roland Barthes mantuvo que la obra deja de pertenecer a su autor pasando a ser propiedad de la sociedad y de cada lector. Benesdra murió físicamente y como autor. De la primera muerte mucho tuvo que ver la manera de medir y elegir qué tienen los editores siempre complacientes con las empresas libreras. La segunda no llegó a producirse porque unos pocos lectores se apropiaron de ella, dándola vida.
Han pasado ya tres décadas de los hechos narrados, que siguen siendo tan actuales cuando comprobamos cada día que lo mucho o poco alcanzado se va desmoronando. Muchos anhelos de juventud se quedaron en loables sueños, en fantásticas intenciones, algunos se niegan a resignarse, otros, como los protagonistas de esta nota, navegamos en la contradicción permanente.
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