La ‘muyahidín’ Patrizia Fiocchetti y las guerreras feministas más olvidadas del 8-M
Irán, Irak, Kurdistán, Siria, Afganistán…, escenarios en nuestro imaginario de violencia, conflicto, tensiones, guerras. La escritora / activista italiana Patrizia Fiocchettiha estado presente en la mayoría de ellos como integrante, durante 13 años, de los Muyahidín del Pueblo Iraní –en un batallón militar integrado exclusivamente por mujeres-, desde el activismo político, el compromiso social apoyando a refugiados o como relatora de realidades casi siempre ocultas, donde ellas siempre son las realmente invisibles. Nos ha concedido una entrevista dura, llena de esquinas y reivindicaciones en la lucha feminista que pocas veces se contemplan. El suyo no es un discurso convencional. Con ella ‘El Asombrario’ asume las complejidadesde un día como hoy, 8-M.
Recientemente, una pequeña editorial de Barcelona, Veusambveu, ha publicado en castellano Variaciones de Luna, mujeres combatientes en Irán, Kurdistán y Afganistán, donde la escritora italiana da voz y vida a mujeres fuertes, comprometidas, valientes, dispuestas a resistir y pelear sabiendo que sus vidas dependen de hilos muy frágiles. Un libro de vivencias y recuerdos que muestra mundos absolutamente silenciados o manipulados, donde ellas son protagonistas de situaciones invisibles.
Con ella hemos conversado gracias al empeño de Noemi Santarella, que realizó las labores de mediación y traducción. Sin su implicación y dedicación esta conversación no habría sido posible.
Estar en medio de la destrucción y la muerte, te han convertido en reportera. ¿Cuáles fueron los momentos que te llevaron a dar este paso?
Las razones que me han llevado a decidir abandonar el activismo dentro de la resistencia iraní están relacionadas con la necesidad, que sentí muy poderosa, de no poder ser parte de una sola causa. Por muy importante y formativa que había sido la experiencia dentro del movimiento, tenía que sumergirme en el mundo y convertirme en testigo de otras batallas, otras reivindicaciones. Salir fue doloroso, fue desarraigarme de lo que durante 13 años fue mi casa, mi familia. Tenía que hacerlo, y la herramienta que elegí para seguir la lucha fue el bolígrafo, la escritura.
¿Cómo entraste en contacto con los movimientos opositores iraníes?
Había conocido a algunos activistas ya a principios de los 80, recogían firmas en contra de la represión del régimen de Jomeini en las calles de las ciudades europeas. Primero en Reino Unido y luego en Roma. Hablé con ellos y en un principio me propuse ayudarles. En Roma, me pidieron clases de perfeccionamiento de la lengua italiana y corregir artículos que el sector político escribía para ser publicados en periódicos italianos.
¿Por qué decidiste unirte a ellos?
Soy hija de mi época. Cuando iba al instituto en Italia el movimiento estudiantil de izquierda y el feminismo eran muy activos en sus solicitudes de cambio. Manifestaciones, colectivos, y también la represión por el gobierno de aquel entonces, que rompió el movimiento y llevó a las personas que habían formado parte de él a tomar una elección muy a menudo radical: ir a la lucha armada o volver a la vida burguesa. La unión entre nosotros, la sensación de comunidad y el sueño de poder cambiar el mundo en que vivimos… Aún recuerdo aquella sensación. He rechazado la idea de la lucha armada en un país como Italia, porque la veía destinada al fracaso e injusta. Pero tampoco podía aceptar el papel que el sistema me había tatuado, también como mujer: graduarme, encontrar trabajo, casarme, tener hijos… Sentí la necesidad de tomar otro camino. El encuentro con los iraníes de la resistencia fue tanto accidental como vital.
Al cruzar una frontera de manera ilegal para enfrentarse a algo desconocido, sabiendo que la muerte está a tu alrededor, ¿qué se siente?
En mi experiencia, la muerte es una compañera que llegó a mi vida de puntillas. Primero de manera indirecta, en las historias de las compañeras con quienes compartía el día a día. Luego de manera directa, cuando falleció uno de los miembros con los que había trabajado, hasta la muerte de mi marido, que fue asesinado en 2003 por los pasdaran del régimen iraní, en la frontera con Irak. De hecho, la presencia de la muerte se convierte en un motor de las increíbles actividades que llevas a cabo. Sabes que es una realidad que puedes vivir en todo momento. La gente no comprende, lo veo a diario desde que regresé a la vida civil; le tienen miedo, y a menudo no viven de verdad. Nosotros vivíamos plenamente cada momento. El tiempo tenía el color de la sangre, y por eso era valioso.
Háblanos de los muyahidín.
La Organización de los Muyahidín del Pueblo Iraní fue fundada en Teherán, en otoño de 1965, por tres estudiantes universitarios. Fue una de las principales formaciones que se opuso al shah Pahlevi. Después de la revolución de 1979, su líder, Masood, sobrevivió y se negó a reconocer a Jomeini como Guía supremo. A partir de los años 80 se ilegalizó la organización y sus activistas fueron arrestados, torturados y asesinados en las cárceles del régimen, 30.000 solo en 1988. Masud Rajavi logró escapar a París y ahí reconstruyó la organización política, dando un impulso decisivo al protagonismo femenino en la lucha contra el régimen de Jomeini con la elección de Maryam Rajavi, una mujer, como secretaria general de la organización. En la segunda mitad de los años 80, en un territorio en la frontera con Irán, en la provincia de Anbar, se fundó Camp Ashraf, la ciudad de la resistencia, donde se creó el Ejército de Liberación Nacional de Irán. Resulta muy difícil resumir toda la historia en pocas líneas. Sin embargo, el movimiento actualmente sigue activo, tanto en el interior del país como en el extranjero, ahora única y exclusivamente a nivel político. Tras la entrada de las tropas de EE UU en Irak en 2003, todos los combatientes fueron desarmados y en 2009 se cerró definitivamente Camp Ashraf, por la opresión practicada por la milicia de los iraquíes proiraníes, haciendo varios ataques contra la ciudad, destruyéndola y matando a un centenar de activistas. Se trasladó a una parte de los combatientes enfermos y heridos a algunos países europeos. Los restantes 2.000 fueron acogidos por Albania.
¿Y el Batallón 14?
El batallón de mujeres, fundado a finales de los 80 en el Camp Ashraf, fue una de las primeras formaciones militares estructurada que se crea dentro de un movimiento de resistencia formado solamente por mujeres. Las mujeres dentro de la organización de los Muyahidín del pueblo ya habían alcanzado roles de primer plano n en el ámbito político, como alternativa concreta y fundamental en la oposición al régimen patriarcal y misógino. Con la creación de Lashgar 14, llegaron también a nivel militar. Desde los grados más altos hasta el último soldado, el batallón estaba compuesto únicamente por mujeres. Anteriormente, el componente femenino ya había estado presente en las acciones armadas promovidas por el ejército de liberación nacional; fue un paso increíble, tanto las mujeres como los hombres tuvieron que enfrentarse a una realidad de hecho: las mujeres eran comandantes y estrategas militares, no temían las batallas contra un enemigo despiadado. Formé parte de ella durante varios meses, como miembro del Estado Mayor, como responsable de logística del batallón. Ninguna experiencia fue tan formativa. Nunca más me he vuelto a sentir parte de un todo, fuerte con muchas hermanas con quienes he compartido el mismo objetivo sin envidia o competitividad. Dedos de una misma mano.
Trece años luchando en la resistencia iraní. ¿Qué actividades has realizado en estos años?
Esencialmente en el sector político. He viajado mucho para representar a la organización y a sus reivindicaciones en situaciones muy variadas. Además de mi época militar, claro está. En el libro Variaciones de Luna he escrito algunos recuerdos de mi vida de entonces.
¿Cuándo y por qué decidiste dejar y seguir desde la sociedad civil?
Decidí regresar a la vida civil en 1999. Desde que salí, decidí no parar: he trabajado con solicitantes de asilo, trabajo que sigo haciendo. He realizado misiones y viajes de conocimiento en Afganistán, Palestina, Turquía y Kobane. Escribí, intentando todo lo que pude traer las voces de aquellos que mis compatriotas no habían escuchado.
¿Qué sientes cuando sabes que la vida o la muerte la determina una pared, cuando eres consciente del hecho de que se necesita matar para vivir?
Cuando tu vida está determinada por una pared divisoria, como pasó en Kobane, siempre te la puedes jugar, usar las cartas en tu mano para derrotar el enemigo, quien está pensando exactamente lo mismo más allá de aquella pared. El punto es que, cuando estás en el suelo, indefensa, en el interior de una casa o de una trinchera, como me sucedió en Camp Ashraf, y pasan por encima de la cabeza cazabombarderos, haciendo caer bombas, tú no eres nada, no cuentas para nada. No tienes la posibilidad de actuar, realizar ningún tipo de resistencia o de defensa. Yo esperaba, rendida y enfadada, porque alguien estaba decidiendo por mi propia vida y la de mis compañeras. No me estoy refiriendo al piloto del caza, sino a aquellos que, sentados cómodamente en un palacio lejos, a cientos de miles de kilómetros, habían decidido que esto pasara. Siempre recuerdo esa sensación cuando escucho hablar de los bombardeos en Afganistán, en Siria…
¿Qué pensar cuando las fuerzas “amigas” de la parte occidental bombardean los campamentos de refugiados, donde se hallan los opositores/combatientes contra los regímenes de sangre/totalitarios?
A aquellos que bombardean campamentos de refugiados, ciudades, sin tener en cuenta las vidas de los civiles desarmados, decidiendo sobre sus vidas, no se les puede llamar “amigos”. Por ejemplo, lo que está sucediendo ahora en Siria por parte de los rusos y el ejército de los leales a Assad, con el apoyo de Irán, es un verdadero genocidio. El mundo está en silencio. ¿Europa es impotente? Tal vez. Pero el punto es que hay otros intereses en juego, tanto a nivel de las grandes potencias como de las potencias regionales, tampoco muy secretos. Son intereses relacionados con las estructuras de fuerza, económica y geopolítica. De ahí la crueldad de una parte y el balbuceo patético y aterrador de otra. Los civiles, los niños, no son los de Occidente. De hecho, nunca hubo equidad en el reconocimiento y ejercicio de los derechos entre nuestro mundo y el Tercer Mundo. Pero ahora que todas las cartas, los acuerdos, los convenios se han pisoteado malignamente, la vergonzosa realidad está bajo los ojos de todo el mundo. Mejor dicho, de aquellos que la quieren ver. Los luchadores por la libertad gustan a los poderosos mientras sirven para sus propios fines. Entonces, como se ha visto en Afrin, en el Kurdistán sirio atacado por el ejército turco, simplemente son sacrificados en el altar de los “intereses nacionales imprescindibles”.
¿Y cuando los activistas por la libertad se catalogan en los países occidentales como terroristas, sin saber realmente lo que está pasando en esos países?
Nadie se plantea lo que realmente significa la etiqueta de “terrorista”, que se da tan fácilmente, de acuerdo a una perspectiva que es muy occidental. Los partisanos que lucharon contra el nazi-fascismo en Europa, ¿no fueron considerados por los gobernantes de aquel entonces unos “terroristas”? Los Muyahidín del pueblo de Irán también fueron incluidos en las listas de organizaciones terroristas en Estados unidos, Gran Bretaña y luego en Europa. Recuerdo bien ese momento, cuando estaban negociando el acercamiento económico-político con el Irán del presidente sonriente Jatami. Era el precio que había que pagar. Incluso si los Muyahidín no habían hecho acciones terroristas ni en Europa ni en Irán. De hecho, luego se les eliminó de las dos listas; en 2008 en Gran Bretaña, en 2009 en Europa y en 2012 en Estados Unidos. Más bien habían sufrido ataques y asesinatos de sus representantes más reconocidos en Europa. Recuerdo cuando en Roma, en marzo de 1993, en una emboscada, un comando mató a Mohammad Hossein Naghdi, el representante en Italia del Consejo Nacional de Resistencia de Irán, y amigo, con quien he trabajado durante algunos años. Nadie fue condenado, los asesinos no se encontraron. Se aplican dos medidas distintas sobre la base de los intereses superiores del momento. Otro ejemplo: se consideraba a los combatientes kurdos terroristas hasta que comenzaron a resistir y oponerse a las fuerzas de Isis, autorizados de alguna manera incluso por Estados Unidos. Y ahora otra vez se pueden volver a sacrificar ante los intereses del aliado de la OTAN, Erdogan.
Tirar un huevo a un sanguinario dictador como Akbar Rafsanjani, como hiciste en la cumbre de los Países Islámicos en Dakar en el año 1991, puede llevar a la tortura y a la muerte. ¿Qué te empujó a hacerlo?
Con esa acción estaba realmente a un paso de ser deportada a Irán, donde, sin duda, no llegaría con vida. No pasó gracias a la intervención de un soldado de la guardia presidencial de Senegal, y a todos los esfuerzos del entonces embajador italiano Maurizio Moreno. Hice el gesto de protesta, el lanzamiento de un huevo, y siguiendo con lo dicho anteriormente, porque yo era un miembro de la organización a todos los efectos, seguía una orden, pero sobre todo sabía el sentido político de ese gesto: avergonzar a Rafsanjani como elemento clave y responsable político directo de todos los atentados contra los opositores políticos en el extranjero. Estos ataques aumentaron considerablemente después de su elección como presidente de la república islámica. Demostrar al mundo que el pragmático Rafsanjani tenía sus manos manchadas de sangre del pueblo iraní. No tuve miedo. Dudaba, sin embargo, de que iba a salir con vida de esa situación cuando nos llevaron a la prisión en el puerto de Dakar, permitieron al embajador del régimen interrogarnos y nos prohibieron llamar a nuestra embajada. Me equivocaba. Tuvimos suerte.
Hay un Kurdistán ignorado, oculto. El Confederalismo Democrático: ¿cuáles son sus pilares?, ¿existe la posibilidad de aplicarlo en medio de un conflicto armado?, ¿qué papel tienen las mujeres?
A finales de 2014, cuando tuvo lugar la valiente resistencia de Kobane, el mundo descubrió la realidad de otro Kurdistán, que llevaba algunos años experimentando una forma de contexto comunitario no estatal, en la región del norte de Siria llamada Rojava. Los combatientes de las Fuerzas para la Defensa del Pueblo (YPG) y sobre todo las militantes de las Fuerzas de Defensa de la Mujer (YPJ) han llegado a ser muy famosos, hasta llegar el límite del estereotipo que lleva a reducirlas a un papel, en lugar de reconocer una realidad individual mucho más antigua, estructurada y compleja. El destino de esa zona hoy en día ha desaparecido un poco del interés de la opinión pública, también por responsabilidad de los medios de comunicación, que hablan de ello de manera marginal. Sin embargo, hay un fuerte ataque devastador contra uno de los tres cantones, Afrin, por parte de las fuerzas armadas turcas, que no quieren un área independiente kurda en sus fronteras. Por otro lado, el Confederalismo Demócratico se basa en cuatro pilares: la democracia participativa, el respeto incondicional de cualquier religión y origen étnico, la protección de la ecología y la paridad de derechos entre hombres y mujeres. Es una realidad concreta y activa, y sobre todo en medio de un conflicto que sigue adelante desde hace varios años. El protagonismo de las mujeres es un elemento fundamental desde hace muchos años, no sólo en el aspecto militar, sino especialmente en la organización política y económica de la sociedad. Era algo que me sorprendió mucho cuando fui a Kobane, apenas un mes después de la expulsión de Isis: enseguida las mujeres se habían convertido en las verdaderas tejedoras de aquel proceso de reconstrucción que pasaba primero por la reconstrucción de la comunidad.
¿Por qué tanto interés en ocultar aquellas realidades, tan lejanas de los mensajes oficiales?
El punto es que todo lo que va a ser un peligro para los intereses de quien tiene el poder político y económico de la región se debe contener mediante su utilización interesada, si es necesario, o se debe destruir cuando se pongan en riesgo intereses vitales para las superpotencias y los poderes regionales. Eso es lo que está pasando desde hace tiempo en Siria e Irak, por ejemplo. Siguen un patrón enloquecido donde las alianzas de ayer ya no tienen sentido hoy en día. En realidad, el equilibrio se rompió de manera definitiva, y cada uno persigue su fin en la elección del aliado más útil en cada momento. Sin embargo, aquellas realidades existen y resisten, aunque a costa de tantas vidas humanas y de la destrucción del medioambiente. La propuesta alternativa y la defensa de esta son las verdaderas y únicas cartas ganadoras.
Millones de dólares y de euros invertidos en Afganistán, además de enriquecer los señores de la guerra y los empresarios occidentales, ¿han servido para algo, cuando el país sigue siendo considerado el peor en el mundo para ser mujer?
No, en absoluto. Creo que es obvio que los miles de millones de dólares que han inundado Afganistán desde finales de 2001, cuando comenzó la ocupación del país, han engrasado el sistema de corrupción afgano y los señores de la guerra, los verdaderos culpables de la condición en la que se encuentra la población, sin que haya un verdadero cambio, una mejora real. Esto pasa con el silencio de los países occidentales, que habían querido mostrar su papel de “salvador de mujeres de la locura de los talibanes”, mientras que las mujeres afganas viven en condiciones aún más horribles. Donde la seguridad es un falso lema, que especialmente Estados Unidos ha abanderado. El 2017, con 2.300 víctimas, fue el año más sangriento para los civiles. Como dicen las activistas democráticas afganas, sin los ocupantes de los 40 países extranjeros, habría un enemigo menos a combatir.
Un poco de historia, ¿quién fue Farkhunda Malikzada?
Farkhunda Malikzada era una mujer de 27 años, estudiante de Derecho islámico, brutalmente asesinada el 15 de marzo de 2015 en el centro de Kabul, a sólo unos metros de distancia de los edificios del gobierno. Fue linchada por instigación de un vendedor ambulante, seguido por los clérigos de una mezquita cercana, quienes la acusaron de haber quemado el Corán. En realidad, la joven había criticado la venta de amuletos en el santuario, por ser contraria a los preceptos islámicos. La masacre provocó una enorme ola de protestas y Farkhunda fue elegida mártir, símbolo de las mujeres de Afganistán, tanto que a su funeral acudió una verdadera multitud de mujeres de todos los grupos étnicos, y, por primera vez, las mujeres leyeron los versículos coránicos para el funeral.
Mujeres en la lucha en contra de Estados (Irán, Afganistán) o de fuerzas militares (ISIS), con valentía y sacrificio, que se nos presentan en forma de heroínas de cómic o de película, mientras que en realidad son personas que luchan por la justicia y la libertad. Esta imagen, lejana de la realidad, ¿es parte del control/dominio patriarcal?
Sin duda, sí. Es una manera de volverlas tan lejanas de nosotras, mujeres corrientes, normales, para convencernos de que ellas son inimitables, así como las heroínas sin mancha y sin miedo de las películas. Pero no es así: estas mujeres son reales, hechas de carne y hueso, llenas de límites por superar, de miedos por ganar, día tras día, durante toda su vida terrenal. Son madres, esposas, estudiantes, obreras, maestras, haciendo un camino de independencia y liberación arduo, difícil, dentro de sus familias, en la sociedad, para afirmarse a sí mismas como individuos, únicas y activas en el cambio. Y es precisamente por eso que consiguen llegar a la decisión de dejarlo todo atrás y tomar un kalashnikov o salir para las aldeas más remotas de Afganistán y convertirse en protagonistas de la justicia y de la liberación de su pueblo. Hasta el sacrificio, en plena conciencia, de su propia vida. Repito, mujeres como cada una de nosotras. No nos dejemos engañar por ese filtro, es patriarcal, que quiere atarnos en miles de hilos, de manera que nos quedemos bien lejos de la acción para cambiar un sistema que ha convertido a todo el mundo, tanto hombres como mujeres, en esclavos y sumisos.
Mujeres sin tiempo para expresar sus emociones, cuyo objetivo es luchar por la vida, por sus hijas, por la libertad… De las que casi nadie se acuerda, ni el 8 de marzo ni en el resto del año…. ¿Todos somos responsables de esos silencios? ¿De estos olvidos?
Lo somos, porque más allá del acto de celebración simbólico que se realiza un par de veces al año, además del 8 de marzo y del 25 de noviembre, nos movemos en un contexto sociopolítico y económico-financiero misógino, donde las mujeres no tienen un protagonismo real, a menos que sigan las pautas ya trazadas. La acción tiene lugar en la vida cotidiana, en los lugares de trabajo, en las escuelas, en las universidades, en los lugares de reunión, en las familias… En fin, en todas las áreas de nuestra vida. No se puede bajar la guardia. En primer lugar, las mujeres están aprendiendo a mirarse las unas a las otras sin las lentes que el patriarcado nos ha impuesto históricamente, las que nos han convertido en rivales siguiendo falsos estereotipos de belleza y de sujeción a las necesidades del macho dominante. Así nos han dividido y debilitado como seres portadores de nuevas líneas para volver a levantar el Estado de nuestra sociedad y del planeta entero. En nuestra lucha cotidiana, está también la historia de vida de todas nuestras hermanas, que en otras partes del mundo cada día arriesgan sus vidas para obtener derechos y reconocimiento. Ellas deberían ser una fuente de valor e inspiración para encontrar nuestro cambio. En Occidente, nosotras, las feministas, nos considerábamos las hermanas mayores de estas mujeres del Sur del mundo. Ahora no, ya no es así, nos movemos unas junto a otras, en la misma línea.
¿Podemos considerar el patriarcado como una forma de terrorismo tolerado?
El patriarcado es la base del sistema neoliberal. A lo largo de la historia ha necesitado enemigos a combatir para poder mantener un estricto control sobre la sociedad, y la esclavitud, en sus diversas formas de explotación y abuso de los más débiles. Hoy en día, por ejemplo, es la narrativa que se hace de los refugiados. El sexismo o la misoginia son armas que todavía utiliza. A esto se añade la destrucción del planeta, y el marco de acción sistémica y radical del patriarcado es completa. Para esto es necesario que los hombres también comprendan que para romper las cadenas de una realidad activa que parece no tener salida hay que pasar necesariamente por el reconocimiento, en todos los sentidos, del potencial de lo femenino, expresado sólo parcialmente. A través de este pasa la liberación de todas y todos. En los países que pensamos mucho más atrasados que nosotros no sólo lo han entendido, sino que, de hecho, llevan años poniéndolo en práctica.
¿Es difícil ser dueña de su propio destino, incluso en Occidente?
Sí, es difícil. Especialmente en Occidente, debido a que muchas estamos convencidas de que ciertos derechos ya han sido adquiridos y que va bien así. Paralelamente, los casos de violencia, de abuso, no sólo física sino también económica y profesionalmente, los vivimos de forma continua. Especialmente ahora, con el colapso de un determinado sistema financiero que los más débiles estamos pagando, con la pérdida de ese nivel de bienestar y poder adquisitivo que estábamos acostumbrados a tener, la situación de las mujeres se ha deteriorado significativamente. Pero los movimientos feministas internacionales, como, por ejemplo, Ni una menos, que representan el renacimiento de un feminismo transnacional y vital, es esperanzador. Hay debates y enfrentamientos, pero esta es la mejor manera de encontrar el camino para ser a la vez, individualmente y en la comunidad, dueñas de nuestro propio destino.
¿Qué has aprendido de todas estas experiencias? ¿Valió la pena, te arrepientes de algo?
No me arrepiento de nada. Para mí, esta ha sido mi educación y mi universidad. Tengo una enorme deuda con las mujeres, especialmente con las activistas de la resistencia iraní, por la persona en que me he convertido, por las capacidades aprendidas para mirar el mundo y a los demás a través de ojos diferentes, no sólo los de una chica, una mujer occidental. Ser el otro en diferentes contextos, haber vivido experiencias al límite, me ha permitido romper un montón de límites personales. Pero, sobre todo, haber tenido el privilegio inestimable e irrepetible de ser parte de un todo, de un coro en el que se me ha visto en la simplicidad y la complejidad de ser individuo y mujer. Acogida y aceptada sin juicio, viviendo con la conciencia de estar en un camino de crecimiento, individual y colectivo al mismo tiempo. Esta es una deuda que nunca voy a ser capaz de pagar. Y que me lleva a seguir caminando por el mundo, a conocer y explicar.
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