Otras semanas de ‘pasión’: los viajes para ver ‘El Decamerón’ y ‘Emmanuelle’
Semanas santas ha habido para muchos gustos, aunque el discurso dominante se haya empeñado en destacar la de vírgenes y capirotes. Hoy aquí, en ‘Culturas Invisibles’, queremos recordar aquellas otras peregrinaciones al extranjero, mucho más profanas, de principios de los 70. Mientras en España programaban en cine y televisión ‘La isla del tesoro’, Buster Keaton o ‘Mi querida señorita’; al otro lado de la frontera con Francia, la semana de pasión se desataba con ‘Yo soy una ninfómana’, ‘El Decameron’ de Pasolini o ‘El último tango en París’, de Bertolucci.
Eran rutas que poco tenían que ver con la pasión religiosa y más con otra pasión y con poder visionar lo que aquí no estaba permitido. Pocos cinéfilos y sí una mayoría ardientes de deseo por comprobar aquello que estaba vetado y que a escasos kilómetros era lo habitual. Lo que empezó siendo una escapada en busca de cierta libertad acabó convirtiéndose en un negocio excelente.
Tiempos olvidados en que cerraban lugares de juego, teatros y prostíbulos, dando paso a potajes y torrijas. En las emisoras de radio, la música religiosa era la única radiable. En los cines, proyecciones también religiosas o de romanos, algo que podemos comprobar todavía en las programaciones de algunas de nuestras televisiones. No hace tanto, la clásica película X de los viernes de Canal + desaparecía de la parrilla en tan señalada fecha.
Es 1972 y en nuestra única televisión, con dos canales, UHF y VHF, en las fechas cercanas a la Semana Santa se podían ver títulos como: La isla del tesoro de Victor Fleming, Toni de Jean Renoir o ciclos dedicados a Ingrid Bergman y Humphrey Bogart. En la gran pantalla estrenos como No desearás a la mujer del vecino, de Fernando Merino, o La semana del asesino, del nunca suficientemente reconocido Eloy de la Iglesia, anunciándose para el Domingo de Resurrección el estreno de Los clowns, de Federico Fellini. Las películas más taquilleras, algunas de ellas es de suponer que con notables cortes censurados, correspondían a Buster Keaton con El maquinista de la general, a Joseph Losey con El mensajero, y a Sam Peckinpah con Perros de paja, y entre las nacionales, Mi querida señorita, de Jaime de Armiñán, y Las melancólicas, de Rafael Moreno Alba.
Curioso surtido, pero no suficiente. Tiempos de aperturismo estético donde era imposible acceder a aquello que disfrutaban en Francia, pero no en España y no en Portugal, que todavía tenía que sufrir su dictadura militar un año más, y que muchos no querían perderse.
Las ciudades favoritas a desplazarse eran Biarritz y Perpignan, dependiendo del lugar de inicio de trayecto. Así, en la primera de las poblaciones los días 30 y 31 de marzo y 1 y 2 de abril se celebró el IV Festival de Arte y Ensayo en el Casino Municipal. Entre las películas exhibidas, El Decamerón de Pier Paolo Pasolini, Music Lover de Ken Rusell, Easy Rider de Denis Hooper, Le soufle au coeur de Louis Malle y Taking off de Milos Forman. Se podía acudir por cuenta propia o en viajes organizados por agencias con sedes en Zaragoza, Madrid, Bilbao, San Sebastián, Valencia, Barcelona o Pamplona.
Por su parte, en la localidad francesa de Ceret, a 12 kilómetros de La Junquera, como explícitamente se anunciaba en la publicidad, tenía lugar el correspondiente ‘Cine – Ciclo 72. Programa para Semana Santa. Selección cinematográfica internacional inédita en España’. Una programación intensiva donde se podía ver de todo un poco; desde La sal de la tierra de Herbert J. Biberman hasta Yo soy una ninfómana de Max Pécas, pasando por Los cuentos de los hermanos Grimm o El Decamerón. Existía un abono de 100 francos, unas 1.300 pesetas de la época, que permitía el acceso a 14 proyecciones y otro de 77 para 10 pases. La entrada suelta a 10 francos. Viajes desde la Barcelona cercana, jueves y sábado.
Algunos de los títulos fueron toda una peregrinación, como Emmanuelle, de Just Jaeckin, o El último tango en París, de Bernardo Bertolucci. La sodomización de Maria Schneider por Marlon Brando hizo correr hilos de tinta y todo tipo de comentarios. Se afirmaba que el consumo de mantequilla aumentó en nuestro país al utilizarla Brando como lubricante para la penetración, acción no prevista en el guión inicial como años después reconocería el propio director, una violación en toda regla. La actriz, fallecida en 2011, manifestaba lo siguiente al Daily Mail en 2007: “Aquella escena no estaba prevista en el guión, aunque digan otra cosa. Pero no pude decir que no. Debería haber llamado a mi agente o a mi abogado, porque nadie puede ser obligado como actor a hacer algo que no esté en el guión. Pero en ese entonces yo era muy joven y no lo sabía. Así fui obligada a exponerme a lo que creo fue verdadera violencia. Las lágrimas que derramo en esa película son verdaderas: son lágrimas de humillación”.
Aquellos viajes permitieron, en fin, llenar páginas y viñetas en revistas de humor como Hermano Lobo, donde se relataba un ácido debate, en París, sobre una película española, Último chotis en la corrala, inexistente fruto de la imaginación del autor de aquella crónica y en otras de información general como Triunfo, donde Manuel Vázquez Montalbán narraba con maestría aquellos episodios que todos parecen olvidar, pero que siguen formando parte de nuestras culturas invisibles.
Semanas santas hay y ha habido muchas, aunque sólo se visualicen algunas.
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