Politizar la cultura en tiempos revueltos
A partir de los debates en Guayem, Ganemos y Podemos sobre cultura y la convocatoria de dos congresos culturales en los próximos meses, me ha parecido interesante abordar algunos temas relacionados con este texto que publiqué ayer en Nueva Tribuna
Tiempos electorales
Propuestas e iniciativas varias
para incluir en los programas de quienes concurren o pretenden presentarse a
las elecciones. Convocados dos congresos de cultura. Uno en Navarra, otro en
Madrid. Objetivo general: ¿Crear un plan? ¿un programa? ¿un marco? ¿un pacto?
¿un…? sobre la cultura.
Misión Imposible
La cultura es todo menos un
sector unificado, el único hilo de unión son los intereses contrapuestos en un
sector que se desarrolló en base a imaginarios radicalmente confrontados.
Cambiemos de chip
no hablemos de cultura: conversemos sobre culturas.
Dineros
Me invitan a intervenir en un
debate sobre la financiación de la cultura. No sé como empezar. ¿Financiar a
qué? ¿Para qué?
¿Financiar una industria que no
tributa entre nosotros cuando tiene ingresos millonarios? ¿Financiar un
festival musical que oferta puestos de trabajo a 2,65€ la hora? ¿Financiar
proyectos de startups que se apropian de narrativas innovadoras para
vaciarlas de contenido y así servir a los coletazos del idilio entre
construcciones monstruosas y centros culturales? ¿Financiar un local de música
en directo que te intoxica con el peor garrafón? ¿Financiar un centro cultural
gestionado por empresas relacionadas con la especulación inmobiliaria, los
desahucios o la privatización de hospitales y guarderías públicos que solo
buscan mejorar la cuenta de resultados?
¿De qué hablamos?
Más aburrido que las tertulias
políticas de los sábados televisivos –antes programaban películas eróticas, por
lo menos– es el debate sobre la cultura como derecho o como recurso. Sirve para
poco. No lidiemos sobre algo que es un derecho constitucional, exijamos que se
cumpla. Así de sencillo. Como eso depende de la voluntad política de turno y,
en general, no ocurre, apostemos por un nuevo marco constitucional donde la
constitución sea cumplida y no un listado de artículos llenos de buenas
palabras e intenciones que en la práctica se quedan en papel mojado. Y no solo
en lo relativo a la cultura. Si algo no se cumple, habrá que cambiarlo.
¿Dé que hablar entonces?
Sencillo: politicemos la cultura.
Ah, un momento. ¿Recordamos eso de que si la cultura no incide en lo
político no es cultura...? Bien, sí. De hecho, desde el 15M vivimos el
mayor vuelco cultural en más de treinta años. Tal vez deberíamos puntualizar.
La propuesta sería pues: politicemos la Cultura, el sector, los gremios,
las políticas, las instituciones e incluso las industrias si me apuran.
Hagámoslo, pero sin volver a caer en la fácil tentación del cortoplacismo
electoral o partidista, uno de nuestras grandes lacras.
La agenda, si es que existe,
siempre la marcan terceros: la coyuntura política, las instituciones, las
industrias culturales, las sociedades de gestión, las…
Hagamos nuestra hoja de ruta.
Deseemos otro imaginario
Hablemos de como conseguir que
todos tengan acceso a la cultura, no solo a su difusión, también a la creación
y a la producción. Hablemos de como acceden los productores pero también el
público, los agentes, los gestores. Pensemos en nosotros, no en todos –ya se ha
comentado anteriormente que no somos un sector unificado y homogéneo–, pero sí
en la mayoría.
No hablemos de financiación
Hablemos de sostenibilidad.
Medidas que impulsen la creación, la difusión, la legislación, el registro y de
manera especial la formación, la gran olvidada. Primordial para hacer
sostenible las culturas contribuyendo a
la existencia de creadores, artistas y trabajadores culturales.
No es lo mismo
La UNESCO dixit: "las actividades, los bienes y los
servicios culturales son de índole a la vez económica y cultural, porque son
portadores de identidades, valores y significados, y por consiguiente no deben
tratarse como si solo tuviesen un valor comercial". El acceso a las
culturas es un derecho pero también debe garantizar un trabajo digno,
remunerado. El conocimiento y la creación son inmateriales y no deben, ni
pueden, tratarse como la mayoría de los objetos productivos materiales. Si no
son lo mismo no los tratemos igual. La materia prima cultura es el
conocimiento, no algo extraído de la naturaleza y manipulado para su consumo ¿o
si?
No confundir por favor
Como bien explica el maestro Juan
Urrutia, los recursos existen. Lo que no existe –que diría Rubén Martínez– es
una economía cultural. Existe una economía política de la cultura. Los recursos
existen y políticamente se decide cómo gestionarlos. No somos un país que
carezca de ellos.
Trabajemos para cambiar las
prioridades:
¿sanidad/armas?
¿educación/bancos?
¿cultura/amnistía fiscal?
¿Quién pone el cascabel a los
Presupuestos Generales del Estado? Cambiarlo también depende de nosotros.
Seamos patriotas
Si quieren hablar de economía
política de la cultura, hablemos. Solo es preciso mirar la balanza comercial de las industrias
culturales. ¿Cuánto importamos? ¿Cuánto exportamos? ¿Alguien tiene en cuenta
dicha balanza comercial? Seamos patriotas de verdad, no de banderitas, himnos o
frases manidas.
Apoyemos nuestra creación, a
nuestros creadores, a nuestras empresas, a nuestros colectivos. No fomentemos
leyes y acuerdos que nos excluyan, derroten o nos obligue a sobrevivir en la
precariedad. Fomentemos la cooperación y el intercambio, los lazos con el Sur
–patrimoniales, económicos, colaborativos, históricos–.
No olvidemos la diversidad de
nuestras culturas nacionales para sucumbir ante una globalización excluyente y
seguir desequilibrando nuestra balanza comercial. La diversidad es una riqueza,
no un problema.
Busquemos algo
Marcos, acuerdos, pactos,
programas… de confluencia. Politicemos la cultura. Incidamos en todo. No nos
dejemos en manos de los mejores que excluyen a la mayoría y dan pie al
surgimiento de un neofascismo oculto. Si en la cultura participamos todos, ya
sea creando, gestionando o consumiendo, todos debemos participar en su gestión,
pero también en su legislación.
Estamos en un cambio de paradigma
reflejado en el nuevo escenario político que se presenta en Europa. Esta
mudanza tiene mucho que ver con la cultura. Pasamos de un paradigma
absolutamente competitivo (masculino) a otro colaborativo (femenino) que va a
cambiar radicalmente nuestro modelo de sociedad.
Un modelo que también pasa por
una transformación vertical de competencias, más descentralizadas y cercanas a
la ciudadanía; y también horizontal, acerca de espacios y presupuestos
gestionados directamente por la ciudadanía.
Apostemos
Por unas culturas en su sentido
más amplio y político. Para la transformación social. Para profundizar en la
democracia. Para apropiarse del saber y compartirlo. Para enriquecer la vida
cotidiana. Para educar, educarnos, formar y formarnos. Para trabajar por la paz
y despatriarcalizar la sociedad. Para frenar al colonialismo de las industrias
culturales que desestabilizan nuestras balanzas económicas. El 65% de la
exportaciones de Estados Unidos en 2012 correspondieron a productos
inmateriales –conocimiento, información...–. Ellos lo tienen claro, ¿y
nosotros?
Hagámoslo
Desde abajo, de manera
transversal. Cambiando tanto el proceso creativo, como su divulgación con la
participación de todos en ello. Liberemos el conocimiento. Creemos un horizonte
de ilusiones. Rompamos la hegemonía cultural existente y trabajemos para que no
exista ninguna más.
Comentarios
Quizá la cuestión no sea tanto "politizar la Cultura" como ser consciente de la irrenunciable dimensión política de la Cultura. Eso nos permitiría descubrir esas supuestas invisibles conexiones y repercusiones políticas de la Cultura que sólo se señalan cuando presentan una función disidente, crítica, antagonista. Como bien indicas al respecto del 15M, un cambio político real no será posible sin un cambio cultural, y viceversa. Por tanto, desafiar las estructuras de gestión cultural conlleva poner en duda todo el sistema de relaciones (de producción, entre sexos y con el entorno natural) en las que estamos inmersos.
En ese sentido, es fundamental comenzar a construir ese otro tipo de relaciones: crear grietas, siguiendo la metáfora clásica, que no pretendan ser espacios de autoafirmación (el clásico "chiringuito"), sino espacios que irradien otras formas de convivir y de generar conocimiento. Si buscamos salir del marco de la mercancía y del mercadeo, aun siendo conscientes de las contradicciones múltiples que tendremos que asumir (pues no existe un afuera en la sociedad), resulta básico trabajar y derrochar energía y creatividad en levantar otras redes, otros canales de distribución y de recepción. Y también de creación, que se alejen del ensimismamiento y de la aspiración egocéntrica.
Sin duda, se trata de un camino lleno de incertidumbres, pero precisamente en esas dudas es donde reside la potencia y la fuerza para construir otra sociedad que aspire a respetar la dignidad y la felicidad de todo lo vivo.