Cambio 16 cumple dos mil semanas en la calle

Con motivo del número 2.000 de la revista de Cambio 16, semanario decano de política, economía, cultura y sociedad, sus responsables han pedido a diversas personalidades (Príncipe Felipe, Presidente de Gobierno, Ex Presidentes, Presidentes del Senado y del Congreso, Presidentes de Comunidades Autónomas, Minist@s, líderes diversos…) y colaboradores una visión personal sobre la revista.

A continuación incluyo la mía;

Encuentros, fracasos y celebraciones

Realmente no recuerdo cuando conocí, leí, ojeé… por primera vez Cambio 16. Supongo que sería en 1974 o 1975. Era alumno de bachiller del Colegio Azorín de Madrid. Un año antes habíamos protagonizado la primera huelga de estudiantes de enseñanza media en un colegio privado. Un acto que tenía mucho de aventura, pero era la primera vez que compañeros, compañeras, amigas y amigos iniciábamos una acción que se desarrollaba con la presencia de la guardia civil en las aulas. Nuevo Diario fue el único periódico que nos mencionó, durante años guardé aquel recorte con orgullo. En alguna de mis mudanzas se extravió, fue mi primer contacto de proximidad con la prensa.

Sufrimos amenazas de retiradas de becas –no era mi caso– y expulsiones –sí lo era– por parte de la dirección, y sólo el apoyo de algunos padres, que después descubrimos sus implicaciones en luchas de más calado, nos permitió sacar adelante la reivindicación consiguiendo la readmisión del profesor expulsado que, por cierto, a nosotros no nos daba clase.

Podría calificar el año como el que crecimos vertiginosamente. Aquello nos unió. Compartimos ilusiones, aventuras, amores… y desde allí surgió una buena base del movimiento juvenil en nuestro distrito que luego se trasladaría a la organización de secciones locales de los diferentes partidos de izquierdas.

Conseguimos el respeto de nuestros hermanos mayores y que nuestros padres nos previnieran con regularidad de los líos en los que nos estábamos metiendo con el comentario habitual de “no está el horno para bollos”. Con catorce, quince años no éramos conscientes de lo que estaba pasando en el país. La falta de información y un futuro incierto hacía que lo nuestro tuviera una buena parte de inconsciencia, otra de incertidumbre y otra más, quizás la más importante, de actitud vital.

Aquellos lances cambiaron de manera radical cuando acudimos a una manifestación ilegal, como todas, contra las últimas penas de muerte del General Franco. Una de las mejores amigas acabó en los calabozos de la Puerta del Sol, seguramente cerca del actual despacho de Esperanza Aguirre, donde sufrió un trato vejatorio improcedente para cualquier persona, pero mucho más para una de tan corta edad.

De la aventura pasamos a la acción activa y de esta a la militancia. La detención nos marcó y, quizás, nos cambió la vida. Comenzamos a acudir a todo tipo de manifestaciones, concentraciones, recitales, jornadas y actos, sin importarnos quién los convocaba. No sabíamos lo que queríamos pero sí lo que no deseábamos. Aquel reducido grupo de estudiantes acabó enrolado en cinco organizaciones juveniles diferentes, lo que nos trajo fuertes discusiones con debates muy ideologizados, que con el tiempo nos dimos cuenta que poco tenían que ver con la realidad, y algún amor frustrado al no procesar los implicados la misma militancia juvenil.

Amigos y familiares mayores intentaban hacernos cómplices de su quehacer. Libros y revistas pasaban de casa en casa. El intercambio de material nos permitió acceder y conocer otras fuentes y realidades. Las copias musicales pasaban del vinilo al casete en un afán real de acceder a aquello que no nos estaba permitido por la escasez de libertad y de recursos. Aprendimos que hay realidades silenciadas, que la diversidad es un bien preciado. Aquella gratificante experiencia hoy no podría realizarse dada la cantidad de leyes que regulan y encorsetan la pluralidad. La política al servicio de la economía está limitando muchos de los derechos por los que nos ilusionamos, impidiéndonos acceder al conocimiento real y no sólo al superficial. La democracia por la que peleamos con ilusión juvenil se ha convertido en algo formal, un ritual convencional, comercial, que cada vez tiene menos que ver con aquello que anhelábamos. Los sueños juveniles poco a poco fueron desapareciendo, en parte por nuestra propia comodidad por dejar la acción pública a los profesionales de la misma.

No es de extrañar que muchas publicaciones como Triunfo, Posible, El Papus, Ciudadano, Destino… desaparecieran en la transición. En vez de ayudar a su consolidación en pro de una mayor calidad democrática, sucumbieron a la lógica de los mercados. Sólo se salvó Cambio 16.

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