Adiós a la fantasía de la paz. [Sobre las elecciones israelíes] por Abdelbari Atuán (II)

Las elecciones han sido una competición entre dos alas del partido de extrema derecha Likud, y no entre la izquierda y la derecha, o entre el bando de los halcones y las palomas como en anteriores comicios. Kadima, liderado por Tzipi Livni, ministra de Exteriores, nació en el seno de la extremaderecha y tiene sus mismas ideas. La divergencia no es una divergencia de programas, sino de personas que compiten por el liderazgo, ya que los programas coinciden en su hostilidad hacia los árabes e insisten en no hacer ninguna concesión en cuestiones esenciales como la Jerusalén ocupada, los asentamientos o los refugiados. Tal vez no exageremos al decir que la victoria del Likud, con su versión original liderada por Netanyahu, tal vez sea mejor para nosotros como árabes y para el mundo entero que la victoria de la «imagen» o de la versión «falsa» que representa el partido Kadima, un partido para el que muchos árabes, y especialmente la Autoridad Palestina en Ramalá, desean la victoria y que forme el próximo gobierno de Israel. Porque la victoria de Kadima significa que los árabes, o algunos árabes, seguirán colgados de los hilos de la fantasía.

Debemos tener presente que aún no se ha secado la sangre de los niños de la franja de Gaza que murieron mártires en la última guerra que puso en marcha el gobierno de Kadima. Debemos recordar que el proceso de paz que se inició hace dos años y medio lideradazo por el dúo Olmert-Livni no se ha movido ni ha avanzado un milímetro, por no decir que ha dado marcha atrás.

La victoria de Netanyahu, de hacerse realidad, tal vez sea más útil para los árabes y los musulmanes a largo plazo porque pondrá en evidencia la naturaleza del pueblo israelí, una naturaleza hostil, de derechas, racista, radical, que rechaza la paz y la convivencia según las premisas de la comunidad internacional y las resoluciones de su sistema. Su victoria podría hacer realidad un milagro si consigue que el bando palestino se una de nuevo y que quienes apuestan por el proceso de paz sean conscientes de que ha llegado el momento de retomar todas sus disparatadas opciones previas, lo que implica la necesidad de hacer una revisión global que incluya la autocrítica y la búsqueda de una estrategia nueva que no descarte ninguna opción, incluida la reanudación de la resistencia en todas sus formas.

Incluso la victoria del partido Israel Beiteinu, liderado por el racista y extremista Avigdor Lieberman, con un gran número de escaños que supere los obtenidos por el Partido Laborista podría ser útil a los árabes dentro de los territorios ocupados y fuera de ellos, porque los despertará de su profundo letargo, de ese soñar despiertos en el que han vivido en los últimos veinte años aproximadamente, durante los que se han convertido en evangelizadores de la paz dispuestos a normalizar relaciones con Israel y a hacer de inmediato todas las concesiones que se les pidan.

Leiberman, que amenazó con bombardear la presa de Asuán en Egipto para ahogar a su pueblo, y con borrar a Gaza del mapa y expulsar a los árabes de los territorios ocupados en 1948; que insultó al presidente Mubarak de una forma racista y altiva acusándole de estar implicado en los túneles de Rafah y en el contrabando de armas a través de éstos diciéndole que «se fuera al infierno»; que es candidato a la Cartera de Defensa en el próximo gobierno israelí, esté presidido por Netanyahu o por Livni; tal vez él lleve a los árabes «moderados y opositores», todos juntos, a dar el tiro de gracia a la iniciativa de paz árabe, después de pudrirse en la UCI en la que vive desde su lanzamiento hace al menos siete años.

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