Grandes republicanos ignorados por los republicanos de hoy

 
Texto publicado el pasado día 14 de abril en El Asombrario


Siempre que se habla de la Segunda República se suele mencionar como “la Edad de Plata de nuestra cultura”. La invitación para el acto que esta tarde, 14 de abril, se celebra en el Ateneo de Madrid como ‘Homenaje al 90 aniversario de su proclamación’ lo reitera. Pero llama la atención, año tras año, el silencio sobre algunos creadores, obras, propuestas e iniciativas desarrolladas en aquel periodo. Olvidados por el franquismo, silenciados en la restauración borbónica, no valorados ni recuperados, pese a que proclamemos siempre interés por rehabilitar la memoria oculta de nuestro país. La historia que escriben los vencedores los perdedores la forjan a su manera, borrando lo que perturba, esos espíritus libres a contracorriente de modas, tendencias y/o consignas. Vaya este artículo como reivindicación de los olvidados entre los olvidados, como los vinculados a la revista ‘Postguerra’ y Ediciones Oriente.



Viene a cuento todo esto por la singular relevancia que se ha dado a determinados nombres de la Generación del 27 frente a los significativos olvidos de otros. Algunos felizmente se van visibilizando, como Las Sinsombrero y humoristas como López Rubio, Mihura, Poncela, Tono o Neville, todos integrantes de la denominada Otra Generación del 27. Mientras que otros contemporáneos, por la edad y fecha de sus primeras obras, siguen siendo obviados y silenciados, como los que asociamos al movimiento –sería más lógico denominar tendencia o grupo– Nuevo Romanticismo: escritores y periodistas con visiones y posiciones comunes sobre cuestiones artísticas, el papel de las vanguardias y el compromiso social y político. Desde el ámbito cultural algunos los consideran entre los más activos en crear ambientes que acabaron con la dictadura de Primo de Rivera y el exilio de Alfonso XIII.


El embrión fue El Estudiante, revista de la juventud escolar española, cuyo primer número vio la luz el 1 de mayo de 1925, gracias al amparo de Wenceslao Roces Suárez desde la cátedra de Derecho Romano en la Universidad de Salamanca. Tras la publicación de 13 números, reaparece en Madrid en diciembre de ese año. Si hubiéramos de definir la intención de este semanario, en atención a sus más hondas ambiciones, concluiríamos por afirmar, en último término, que El Estudiante vuelve a la publicidad con el deseo explícito de crear necesidades”manifestaban en el primer número madrileño. Profundizar en esas necesidades motivó que algunos de sus integrantes editaran Post-guerra, alternativa a Revista de Occidente, donde José Ortega y Gasset defendía estar de espaldas a toda política, y a La Gaceta Literaria, dirigida por el ideólogo del fascismo nacional Ernesto Giménez Caballero. En ambas publicaciones era habitual leer a algunos de los integrantes más conocidos de la Generación del 27.


El arte por el arte ha muerto, hay que humanizarlo

Post-guerra denunciaba el papel acomodaticio de los intelectuales, el de las vanguardias, que eran todo menos vanguardias, al servicio de las clases dominantes prevaleciendo siempre lo artístico, como manifestara el mismo Ortega y Gasset en La deshumanización del arte (1925). Aquellos jóvenes disidentes proponían justamente lo contrario: “el arte por el arte ha muerto”, apostando por su humanización y contribuyendo a mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos, buscando confluencias artísticas y políticas. Denunciaban el papel reformista de los partidos de izquierdas al priorizar políticas laicistas antes que las transformaciones socioeconómicas. Apostaban por la unidad de la izquierda, el encuentro entre trabajadores y creadores, donde la cultura popular fuera relevante, huyendo de la vulgaridad con la que habitualmente las élites la asociaban para menoscabarla. En uno de sus números señalan: “El interés histórico de los intelectuales exige que lleven a cabo, al lado del proletariado, la lucha contra la producción y la dominación burguesa”. La revista crea su propia biblioteca para acceder a títulos de difícil acceso para la mayoría de la población.



Quien de manera más notable desarrolló aquellos postulados fue José Díaz Fernández en novelas como El blocao (1928), crítica a la guerra colonial en Marruecos; La venus mecánica(1929), protagonizada por una mujer luchadora que se alejaba de los tópicos de la época, la españolada y el casticismo, y Octubre rojo en Asturias, relato firmado con el seudónimo de José Canel sobre la revolución de 1934, la última proletaria realizada en Europa y que presenció en primera línea. En un papel reflexivo, recopila textos publicados anteriormente, en El nuevo romanticismo: Polémica de arte, política y literatura (1930), publicación trascendente y relevante, prácticamente desconocida, que simboliza al grupo alejado de cualquier visión elitista. Posteriormente dirige la revista Nueva España; gran parte de su obra fue publicada en una excelente edición por la Fundación Banco Santander, difícil de conseguir en la actualidad. Belicismo, feminismo, movimiento obrero y reflexión permanente, reflejo de los planteamientos de sus integrantes.


Nace Ediciones Oriente para difundir cultura

Aparte de cuestiones artísticas, teóricas e ideológicas, conocedores de que el acceso a la cultura es un privilegio de clase, dan un nuevo paso cerrando Post-guerra, que había sufrido una serie de prohibiciones, para poner en marcha una editorial. Todas las publicaciones que tuvieran hasta 200 páginas estaban sometidas a censura; la mayoría de las revistas y periódicos, a partir de ese número, estaban exentas; el carácter elitista de los gobernantes les hacía pensar que a mayor paginación, edición más costosa y, por lo tanto, precio más elevado impediría a las clases populares acceder a ellas.


La editorial la constituyen diez de estos escritores; cada uno aporta 2.000 pesetas, pagadas a plazos en mensualidades de 100; dan vida así a Ediciones Oriente, especie de cooperativa autogestionada que trata de marcar una diferencia desde su propio nombre con la revista orteguiana. Nace sin ninguna pretensión comercial; su objetivo es difundir la cultura a aquellos que no tienen acceso a ella, con ediciones a precios accesibles, vinculando así al movimiento obrero, a intelectuales y artistas. Publicaciones propias más otras de autores foráneos, que las editoriales burguesas se niegan a publicar en colecciones diferenciadas: Historia Nueva, para autores españoles e hispanoamericanos; Avance, para títulos feministas, etc… Algunos supusieron todo un acontecimiento: Julio Jurenito y sus discípulos, de Elías Erenburg; La bolchevique enamorada, de Alejandra Kolontay; Los conquistadores, de André Malraux; Corydon, de André Gide; El país de la broma, de Conan Doyle; Lenin y el mujic, de Máximo Gorki; ¿Adónde va Rusia?, de León Trotsky; Vida amorosa, de Baudelaire; Locura y muerte de nadie, de Benjamín Jarnés… Y por supuesto, los de sus fundadores, Joaquín Arderíus, José Antonio Balbontín, José Lorenzo, José Venegas, Juan de Andrade o Justino Azcárate, mezclando ficción, realidad y temas actuales como los relacionados con El pacto de San Sebastián o La sublevación de Jaca.


El Blocao agotó en pocos meses tres ediciones, y fue traducida al alemán, francés e inglés. Otros títulos también vendieron miles de ejemplares. Éxitos más que relevantes, ya que editoriales como Espasa-Calpe se negaron a distribuirles y tuvieron que recurrir a vías que durante años había practicado durante años el movimiento libertario: venta en quioscos, tabernas, estancos, suscripciones, contra-reembolso o vendedores ambulantes para conseguir llegar a barrios populares, zonas industriales y rurales, y alcanzar así una difusión a la que no llegaban las editoriales convencionales. Además de por los precios y la distribución, buena parte de la repercusión llegó por sus innovadores diseños, portadas a duotono realizadas por ilustradores que con el paso del tiempo se convertirían en cartelistas de referencia, como Ramón Puyol.


Aquella literatura y prensa fueron relevantes para la llegada de la República; algunos de sus miembros tuvieron una participación apreciable en la vida política desde entonces. Sus pasos fueron seguidos con propuestas como OctubreTensorLínea o el Mono Azul; algunos nombres que pusieron en marcha estas últimas son conocidos, estudiados y difundidos, mientras precursores como Isidoro Acevedo, Juan Andrade, César M. Arconada, Joaquín Arderíus, José Antonio Balbontín, Manuel Benavides, Andrés Carranque de Ríos, José Díaz Fernández, Alicio Garcitolar, Ramón Sender, José Venegas o Julián Zugazagoitia siguen siendo prácticamente ignorados, desconocidos, escasamente estudiados, poco valorados, obviando su compromiso artístico, social y político, causa de sonrojo para los que los excluyen de nuestra memoria histórica y cultural.

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