La cultura como enemiga de la igualdad
Paula Ortiz estuvo nominada este a los premios Goya como mejor directora
Columna de opinión publicada en el blog en El País de la Fundación Alternativas hace unos días.
Mucho se habla de la cultura (de la intervención cultural habría que decir) y de su papel para generar espacios de igualdad. Argumentos, estrategias y herramientas más que dudosos. Discursos que en la práctica parecen alejados de la realidad.
La música y la cultura durante siglos se transmitieron de forma oral. Palabras entonadas con cánticos permitieron que se preservaran costumbres y tradiciones. Madres y abuelas desde la infancia trasfiriendo saberes y cantares, canciones de cuna, juegos. Muchas de ellas entonadas también fuera del hogar y de las labores cotidianas en plazas, mercados o castillos. Cantaderas y juglaresas anónimas, apenas reconocidas. Mujeres que tuvieron que ingresar en conventos para poder desplegar su talento. Creaciones sin reconocimiento de la autoría o bien atribuida a varones cercanos. Folcloristas elaborando trabajos a partir de los que ellas aportaron (sin visibilizar nunca) las fuentes reveladoras.
Escasa notabilidad en manifestaciones más actuales como el punk (cuando ellas han integrado muchos grupos desde el inicio del movimiento), en la electrónica, tras los platos de cualquier sesión de baile o en una rave clandestina.
Cultura antipática con la igualdad. En programaciones, mesas, debates, ediciones y cualquier actividad cultural ellas ocupan siempre un papel secundario, cuando lo tienen. Un estudio sobre el hip hop hispano mostraba que la programación de raperas en grandes festivales de nuestro país pasaba escasamente de un dos por ciento. En los últimos Goyas se comentaba con cierto embeleso la nominación de un par de candidatas a la mejor dirección. Ejemplos donde el lenguaje tiene un papel determinante. Visión sexista histórico-cultural del mundo.
Todo ello en un mundo donde productoras, mediadoras gestoras, dinamizadoras, economistas e investigadoras forman parte de un tejido donde son mayoritariamente invisibilizadas. Que lo femenino tenga mucho que ver con el trabajo en común, con compartir el conocimiento, puede que sea otro de los motivos. Es más cómodo difundir lo individual y lo competitivo que apostar por modelos que pongan en evidencia lo habitual.
Hablar de igualdad es denunciar la cantidad de trampas que se esconden tras muchos discursos igualitarios. El escaso interés, por ejemplo, por revisar una historia contada de manera unilateral y sesgada, llena de falsedades, ficciones y secretos donde la cultura tiene su papel de cómplice contribuyendo a mantener una realidad distorsionada.
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Subrayo.