Los donjuanes de El Campo de Cebada

Con motivo de la representación de @dJuanTenorio13 en el @campodecebada se ha abierto un debate, que ha saltado incluso a determinados medios de comunicación, sobre las actividades que deben albergar espacios gestionados, cogestionados o autogestionados directamente por vecinas y vecinos.

La primera opinión sobre el tema la plasmó @NuriaVarela en La Marea planteando si el espacio era el más apropiado para representar este tipo de obras. Nuria acierta aunque su texto puede crear controversia al afirmar “el Campo de la Cebada, uno de los lugares más emblemáticos de la organización de los barrios, de la participación ciudadana y autogestión cultural que el 15M trajo consigo en Madrid”. La gestión vecinal de El Campo de Cebada es anterior al 15M y aunque la participación en red en el espacio público sí es muy consonante con la acampada de la Puerta del Sol y con la activación de los barrios de la ciudad en asambleas, El Campo de Cebada es un espacio heterogéneo.

A este primer texto respondió @ErnestoFilardi con Propuesta de libros para desterrar tras la revolución. Sin entrar en fondo de la cuestión, pasó a enumerar  argumentos que poco tienen que ver con lo planteado, relacionando censuras y quema de libros con el texto de Varela, haciendo un elogio de la compañía y de su director -que nadie ha puesto en duda- lo que permite pensar en un cierto gremialismo. El mismo Filardi comenta que “su doble formación universitaria le ha llevado a compaginar su labor teatral con la docente” (http://ernestofilardi.com/sobre-mi) e incluso ataca a un medio como La Marea,  ejemplo de compromiso de trabajadores y lectores de un medio de comunicación con la ética y la transparencia. De paso olvida la extrema modestia del medio donde publicó su texto, JotDown Magazine, del cual uno de sus responsables afirmaba hace más de un año “aspiramos a ser el New Yorker español”.


Varela sufrió continuados ataques a través de comentarios y redes sociales, incluidos comentarios sobre su pasado profesional en algún medio de comunicación, algo que evidentemente nunca se menciona cuando se habla de periodistas hombres. Esto la llevó a publicar un nuevo texto en su blog. Lo alucinante es que casi ninguno de los comentarios valoraba el fondo de la cuestión. La mayoría eran un ataque al feminismo, a las feministas y a temas de género.  Evidentemente, esto constituye uno de los grandes miedos de la izquierda y la cultura y todos deberíamos reflexionar sobre ello y la cuota de responsabilidad individual y colectiva de cada uno.


Algunos de los integrantes del @c4c_colectivo, que participa activamente en El Campo, intervenimos en la controversia. Primero
@carmenlozano comentaba en su blog la realidad de los tenorios del siglo XXI "que ridiculizan, infantlizan y etiquetan de vulnerables a las mujeres solo por el hecho de serlo". Días más tarde @FitoHumorista publicó una viñeta en Huffington Post que originó una fuerte controversia con algunas personas transexuales que consideraban la misma una mofa sobre ellas, cuando en el fondo lo que se pretendía era mostrar la diversidad sexual real y preguntarse ¿qué pasaría si se realizara un Don Juan políticamente incorrecto? El debate continúa en redes sociales con todo tipo de argumentos, explicaciones, disculpas y con valoraciones y reconocimientos sobre la labor cotidiana que las personas trans tienen que hacer para ser reconocidas y respetadas tal y como ellas deseen.

Lo anterior forma parte del relato. Intentando ceñirme al tema de fondo planteando por Varela, pienso que espacios alternativos de construcción de realidades urbanas y culturales desde abajo no deberían servir de escenarios para actividades que bien podrían tener su lugar en otras infraestructuras ya sean profesionales o aficionados, públicas o privadas. La realización de actividades culturales en estos lugares puede suponer fácilmente una justificación para recortes, para que la Administración tenga argumentos para dejar de atender servicios que son su responsabilidad.


No podemos convertirnos en cómplices de la precariedad a la que se pretende reducir a la cultura independiente. Estos espacios deben ser utilizados por aquellos que no tienen oportunidad de acceder a los teatros, centros culturales, equipaciones e infraestructuras públicas o privados destinados habitualmente para ese fin. Lugares donde los que no tienen voz la adquieran, libres de censuras, pero también con unos valores y principios que fomenten la igualdad, la diversidad, la rebeldía, el compromiso, la transformación.


En cualquier acto que se realice dentro de El Campo de Cebada, el poder de decisión recae en la asamblea semanal, debe garantizar que las pocas normas consensuadas se cumplan. Este fin de semana ha habido quejas sobre nivel de ruido, cierre temporal del espacio, etc. Se han ignorando las protestas con el peligro que supone que los vecinos y vecinas más próximas vean El Campo como un espacio ajeno, molesto, dañino para la convivencia. A estas quejas, que no son nuevas, no se ha dado respuesta.


Aunque siempre parecemos dispuestos a manifestar nuestra protesta por las contaminaciones visuales que padecemos en toda la ciudad (propaganda en cualquier plaza pública), callamos cuando la padecemos en nuestro entorno más próximo camuflando una actividad comercial, a la que no pueden acceder libremente los vecinos y vecinas del barrio, bajo un soporte cultural que incluso modifica normas y horarios, todo al servicio de una marca. No solo callamos, a veces aplaudimos.


La experiencia, la riqueza y la realidad de El Campo son únicas. Por eso no se debe considerar más importante salir en los medios de comunicación o fomentar lo espectacular en vez de cuidar la convivencia, el respeto vecinal, y el fomento de ciudadanía con criterio propio. Aplaudir lo ajeno, despreciar lo propio.


Es intolerable permanecer callados ante tanta represión en la ciudad. El pasado martes, las excavadoras de Ana Botella arrasaron el huerto urbano La Revoltosa en el Pasillo Verde de Arganzuela. Contribuir a que el Campo sea una marca, un reclamo turístico ajeno a lo que ocurre en el resto de la ciudad es un flaco favor al barrio y a Madrid.


Huir de convertirnos en instigadores de un consumo cultural-emocional al servicio y justificación de los que recortan derechos y servicios; no formar parte de la mercadotecnia alternativa tan de moda; abandonar un cierto fetichismo neoindividualista, esnobismo diferencial, elitismo cultural de autocomplacencia y autosatisfacción; no olvidar que los signos son lo que realmente marca a las sociedades, incluso a nuestro pequeño monopoly de barrio. Todas y todos debemos y podemos tener nuestro espacio. Depende de la voluntad colectiva.


Este domingo ha sido emocionante el cierre del Encuentro Voces del Extremo en el propio Campo. Poesía de conciencia crítica desde muchos rincones coordinada por un nutrido grupo de poetas. Micrófono abierto para todas y todos los asistentes que han querido participar. Mañana de domingo muy concurrida, desde el respeto en la convivencia y hacia el espacio. En paralelo los responsables del Don Juan continuaban con los preparativos para su última función de la noche.


Ellos han sido responsables de un debate que no parece interesar a la mayoría. Los que creemos en el papel social de la cultura no podemos renunciar al mismo, al contrario tenemos que alentarlo, propiciarlo, promoverlo.


Parece evidente hay muchos donjuanes. Unos en los escenarios, otros participando día a día, otros paseando. El equipo de César Barló ha conseguido transformar El Tenorio más tradicional. Los habituales de El Campo debemos reinventarlo. Si realmente queremos ser un espacio transformador, de incidencia real, no vale solo con la crítica y la denuncia. Para lograrlo es imprescindible mayor implicación y participación de vecinas y vecinos sin los cuales cualquier proyecto de esta índole no tiene sentido. Cultura crítica para dar sentido al quehacer diario. Tiempo de brujas más que de donjuanes.

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