El IVA no es el problema más acuciante de la cultura
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http://www.lamarea.com/2013/10/19/el-iva-es-el-problema-mas-acuciante-de-la-cultura/
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En los últimos días he asistido a diversos encuentros con
trabajadores del Ayuntamiento de Madrid y acudido a reuniones con
representantes de colectivos, sindicatos y asociaciones, relacionadas
con el sector cultural, sector que pasa por su momento más difícil desde
que se instauró la libertad en nuestro país. Lo que acontece no se
puede reducir exclusivamente a un ataque de los diferentes gobiernos del
PP, ya sea central, autonómico y/o local, contra los trabajadores de la
cultura por el posicionamiento político de la mayoría de ellos, error
de los que piensan de esta manera para justificar una política tan
agresiva.
La política cultural de Madrid solo se puede comprender si se enmarca
en el modelo de ciudad en su conjunto. Los conservadores lo tienen muy
claro, nunca han engañado a nadie, el problema es que ni oposición, ni
entidades, ni colectivos, han presentado un modelo de metrópoli
claramente diferente.
Los ejes en los que se vertebra la ciudad –el económico en torno a
Azca-Castellana, el comercial de la Gran Vía-Fuencarral y el cultural
Atocha-Recoletos– proyectan un modelo concreto y centralizado de ciudad
alejado de la ciudadanía, donde prima un desarrollo más o menos ordenado
a su manera, con un claro cariz ideológico sustentado en normas
represivas inimaginables en democracia. Hace unos días el diario
británico The Independent comentaba que las medidas que pretende
aprobar el gobierno de Ana Botella son más represivas que las de la
dictadura franquista. En ese contexto hay que entender la gestión
institucional de la cultura y la de los agentes que intervienen en ella.
El papel crítico de la cultura ha sido inexistente salvo en casos muy
concretos como el ‘No a la guerra de Irak’. La cultura vive encerrada
en su particular burbuja, perdiendo el contacto con la realidad.
Mientras los profesionales de la sanidad o de la educación salen de
institutos y centros de salud para mezclarse en calles y plazas con la
ciudadanía, la cultura sigue encerrada en centros culturales y teatros.
Mientras los primeros denuncian a los lobbies farmacéuticos y
educativos como responsables de lo que acontece, los culturales siguen
pensando en la industria cultural como aliada, sin diferenciar entre
entretenimiento y cultura. Cuando escuchas a un dirigente político
denominado de izquierdas o a un dirigente de un sindicato que se define
como de clase, haciendo un alegato en defensa de las industrias
culturales, entiendes algunos de los motivos por los que la cultura no
puede conectar con la ciudadanía.
Puede desaparecer un festival de jazz, privatizar y cerrar centros
culturales o que desaparezcan cientos de puestos de trabajo ante la
indiferencia general, sin que trabajadores y agentes culturales hagan la
mínima reflexión sobre ello. En momentos económicos menos duros que los
actuales, el entretenimiento se camufló como cultura y el compartir
como delito, sin ser capaces de comprender que la liberación del trabajo
solo será posible entre pares, entre iguales, en común. Se vivía bien,
no era necesario tejer redes, crear asociaciones de usuarios, contar con
el público. La creación de nuevos espectadores no era una prioridad, ni
la creación de procesos de auto-organización, ni la formación
ciudadana. Solo importaba el consumo, la rentabilidad próxima, la más
cómoda.
La cultura que promueve el cambio no está ni en las instituciones ni
en las industrias. Está en pequeños laboratorios urbanos y rurales,
promoviendo el teletrabajo, la cooperación, el compartir. Tomando calles
y plazas, desobedeciendo normas y reglas, mezclados con vecinas y
vecinos compartiendo luchas y realidades, muy preocupados por el
quehacer diario pero sin miedo al futuro.
Un sector que aglutina a miles de trabajadores autónomos, la mayoría
en condiciones de precariedad, a pequeñas empresas que hacen esfuerzos
inimaginables para no sucumbir ante una realidad muy adversa de la que
no son responsables pero que sí padecen, soportando una presión fiscal y
económica que no sufren ninguno de los grandes lobbies
culturales que, a pesar de tener deudas e irregularidades de todo tipo,
siguen siendo contratados y valorados por la administración, algo
imposible para las pequeñas y medianas, para trabajadores autónomos con
la mínima deuda, irregularidad o anomalía.
Trabajadores que hacen que innovación y emprendimiento no sean
palabras huecas, vacías de contendidos como cuando se utilizan en foros
institucionales y en medios de comunicación. Son los grandes olvidados
de los que depende que los cambios sean realmente estructurales y no de
maquillaje, donde no se relega la cultura a su versión economicista. El
estar centrados en ella durante años ha traído consigo el escenario
actual. Volver a la creatividad, a los creadores, a los públicos, a la
diversidad, la pluralidad, la cooperación en definitiva a la sociedad.
Cultura como elemento transformador; el consumo banal es otra cosa.
El IVA cultural es un atentado contra profesionales y públicos. Los
que reducen las dificultades de la cultura exclusivamente a su subida,
olvidan el papel histórico de la misma, el compromiso con los más
desfavorecidos, convirtiéndose, además de en victimas, en promotores y
cómplices de la realidad actual.
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