Música y Memoria Histórica
VIGO // Este último fin de semana ha tenido
lugar el Festival Sinsal San Simón
en la Isla de San Simón en la ría de Vigo. Un encuentro singular con
algunas peculiaridades que lo diferencian de la mayoría de los festivales y de
aquellos que podríamos denominar “con encanto”, como Pirineos Sur o Enclave de
Agua.
En primer lugar, el espacio: una isla a la que sólo se puede
acudir en barco, y que no sólo depende de este medio de transporte, sino
también de las mareas. En segundo lugar, la capacidad, con un número limitado
de asistentes –setecientos como máximo cada día– que hace que los artistas
participantes repitan las dos jornadas. En tercer lugar, la programación, que
se mantiene en secreto hasta que desembarca el primer espectador. Una vez llega
se hace pública y la mayoría la difunde a través de las redes sociales, creando
una viralidad difícil de conseguir de otra manera. La cuarta, el carácter
ecléctico de la misma; de la música más tradicional, tanto en repertorio como
en instrumentos, de Germán Díaz, al contundente, corrosivo y
distorsionado directo de Triángulo de Amor Bizarro. Por último, su carácter
diurno, de 11 a 21 horas. Después todos, a excepción de trabajadores y
artistas, abandonan la isla. Todas estas peculiaridades le dispensan una seña
de identidad –ni mejor, ni peor– que ningún otro festival alcanza. Es,
sencillamente, diferente.
Si lo expuesto podría servir para reflexionar sobre los
espacios para la cultura, la relación entre estilos musicales supuestamente
antagónicos o la respuesta del público ante lo desconocido, en el caso que nos
ocupa se han centrado, casi en exclusiva, en la conveniencia o no de realizarlo
en un lugar que fue prisión-campo de concentración franquista. Es decir, reducirlo
a la Memoria Histórica.
No se puede obviar ni minusvalorar lo ocurrido tanto en la
isla como en otros lugares, pero tampoco convertir recuerdos y gemidos sinceros
en relatos y acciones tan excluyentes como los protagonizados por aquellos que
quieren ocultar la parte más atroz, feroz y caníbal –que diría Servando Rocha–
de nuestra Historia. Quizás algunos artistas y público no conocían esta
siniestra realidad cuando decidieron acudir, pero con toda seguridad todos se
preguntaron y especularon sobre lo acontecido una vez allí.
El lugar, el espacio y la placa en la entrada, dedicada a las
victimas antifascistas que perdieron allí sus vidas, despiertan como mínimo
curiosidad. Desde el escenario, los artistas pusieron voces y proclamas sobre
memorias pasadas y presentes, estas últimas a veces olvidadas con suma
prontitud. Le
Parody no dudó en hacer una versión
hipnótica del tema que la argentina Juana Molina dedicó
a los desaparecidos por la dictadura de su país. El “¿Adónde están los muertos?” sonó con una intensidad, un simbolismo
y una complicidad electrizantes. Los más de treinta grados imperantes no fueron
obstáculo para que el ambiente se congelara durante unos minutos.
La reivindicación
activa pasa por cambiar normas y modelos. Transformar la realidad a partir de
la existente, no la que nos gustaría que fuese. Transformar y modificar
comportamientos. Recurrir a herramientas y maneras de intervención acordes con
las circunstancias actuales. Sumar a partir de lo próximo para ser más.
Utilizar útiles activos que permitan un mayor recorrido y complicidad.
Construir en común, no a la contra. Ir despacio para llegar lejos. El Festival de San Simón muestra otra
manera de entender el papel de la cultura y su relación con la Historia. Quizás
algún día veamos el Valle de los Caídos
como museo de nuestro holocausto y en su explanada se desarrolle un concierto
de punk, de heavy y/o de hip hop. Quizás entonces la Transición haya concluido.
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