El precariado

El pasado sábado 15-O acudí, antes de ir a la Asamblea Popular de Austrias para asistir a la manifestación global, a la conferencia que Zygmunt Bauman pronunció, en Matadero de Madrid, con el título “¿Tiene futuro la solidaridad?” Interesantes reflexiones, algunas más que discutibles, del autor de la famosa “modernidad líquida” que evidentemente han sido recogidas ampliamente por algunos medios de comunicación.
Su comentario más amplificado, refiriéndose al 15-M, fue el carácter emocional y la falta de pensamiento de este tipo de movimientos. Cualquier motivo es bueno para poner en evidencia iniciativas que no estén controladas o auspiciadas por los detentores del poder. La portada del diario ABC del día siguiente era indiscutible. Imagen de los disturbios acaecidos en Roma y para nada de lo ocurrido en más de sesenta ciudades españolas, donde no hubo el más mínimo incidente. El todo vale para vender ideas y ejemplares es una forma muy grave de debilitar la democracia. El cuarto poder convertido en un apéndice y altavoz de los otros.
Se reclaman soluciones a los indignados por una realidad que ha traído consigo que la mayoría de la población forme parte de una nueva clase social: “el precariado”. Desaparecido el proletariado, tras tanta reconversión industrial, la clase mayoritaria es la que conforman millones de personas que no tienen esperanza en que nadie trabaje por el bien común, por la solidaridad y cuyo futuro es más que incierto. Los trabajadores dejan de combatir, el fuerte paro, la facilidad del despido y la debilidad sindical impide cualquier acción.
La política no va más allá de proyectos coyunturales, como máximo de cuatro años. Se menos valora a una ciudadanía que es consciente de que la política como se ha entendido hasta ahora no tiene sentido. Estamos en un mundo global, cuya dirección es marcada por los mercados y las agencias de calificación. El economista Arcadi Oliveres señalaba esta misma semana que “los 10.000 millones que pagamos a Grecia fueron a parar a empresas francesas y alemanas”. Ante esa evidencia la política local solo sirve para entretener y que algunos busquen un cierto éxito. Gobierno global y política nacional son incompatibles. El divorcio entre el poder real y la política es innegable, como el de ésta y la ciudadanía.
Ante esta realidad surgen otras que intentan simplificar el mundo. La colaboración común para poner en marcha ideas no preconcebidas, fomentar el diálogo sincero y la autogestión de lo acordado, formado parte de un gran laboratorio integrado por millones de personas que no pierden/perdemos la esperanza de trabajar por otro mundo. Conscientes de lo que no hay que hacer, sabedores del destino final, buscando los caminos más útiles para lograrlo. Son los integrantes de la marcha global del 15-O que sacó a la calle a millones de personas en más de mil concentraciones en un centenar de países. Individualidad personal al servicio de un proyecto común, en condiciones de igualdad.
La fuerza del precariado son los sentimientos, las ideas, las convicciones en contraposición al interés y la búsqueda del interés fácil. Posiblemente no sirvan para cambiar el mundo, pero son una puerta a la esperanza, a la ilusión. Contribuyen a alejar el pesimismo y el derrotismo logrando el regreso a la calle, compartiendo plazas y avenidas, superando el individualismo y la soledad que el sistema impone, consciente que es la mejor manera para la desmotivación. Siempre es más saludable que primen los sentimientos a los intereses. En eso el 15-M puede presumir de ser la mejor universidad, y la más diversa.

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