Excelencia musical
Llega el buen tiempo y con ello la proliferación de festivales de todo tipo, siendo los musicales los que generan más atención de público y medios de comunicación. Han proliferado como las setas y no hay lugar que se precie que no quiera o no pretenda tener uno. Mientras la industria discográfica tradicional está en crisis con la aparición de nuevas vías de difusión y formato a los que cuesta adaptarse, la música en directo crece cada año y muchos se han apuntado, o quieren apuntarse, a esta nueva gallina de los huevos de oro. Muchas de las nuevas propuestas tienen un carácter exclusivamente mercantil y en cada vez son más los lugares con claros signos especulativos. Algunos que hasta hace poco participaban del boom inmobiliario, ahora pretenden pasarse al negocio musical con métodos similares a los del “ladrillazo”. La desregulación del sector, la falta de una política cultural clara, el carácter ególatra de algunos responsables políticos y que en nuestro país se paguen los cachés más elevados de Europa, están abriendo la puerta al despilfarro y al enriquecimiento fácil. Siempre hay alguien dispuesto a dejarse cortejar y repartir beneficios, no sólo en el terreno público, también entre promotores y responsables de patrocinios y marcas. Por eso no nos debe sorprender la simultaneidad de fechas entre festivales del mismo signo y con artistas parejos. Cabezas de cartel para nada novedosos. Incremento de cachés inimaginables en otros países ante tanta puja y demanda. Reconversiones obligadas ante tanta competencia. Apoyo a las grandes industrias mediáticas y del espectáculo en detrimento de las locales y propias, desapareciendo con ello el tejido asociativo de base.
Pero un festival es mucho más. Debe tener sus propias señas de identidad, son su marca, su ideología, lo que le diferencia de otros. Debe estar bien ubicado, tener presente su realidad más próxima, arriesgar y ser original en la programación, obtener autonomía para realizarla y profesionales para llevarlas adelante. Garantizar los servicios necesarios y atender al público con atención y respeto. Obligado a reportar beneficios, no necesariamente económicos, en su zona de influencia, defender determinados valores y contar con un código de buenas prácticas. Por eso es digno de resaltar la propuesta de Ramón Miranda, Director General de Cultura del Gobierno de Aragón, de dotar a determinados festivales de su comunidad la denominación de “Excelencia Cultural”.
La excelencia debe ser la denominación de origen, un sello de calidad, una apuesta por la cultura que, por supuesto, debe tener su beneficio económico desde lo privado. Desde lo público apostar por la innovación, el riesgo, la diversidad, pluralidad y el compromiso. Ese marchamo hay que lograrlo con el tiempo y el buen hacer. No se puede regalar alegremente, debe tener el mismo valor que en otros sectores de la economía y de la sociedad. Es sólo un paso, pero puede ser un primer movimiento trascendental para que las músicas menos convencionales puedan sobrevivir ante la presión mediático-industrial de unos, y la dejadez y/o las apetencias especulativas de otros.
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