"Eliminar la violencia de género con un clic" por Marianne Díaz @derechosdigital
Existen en el mercado diversas aplicaciones orientadas a la protección de las personas cuando enfrentan situaciones de riesgo. Es importante reconocer la utilidad de dichas soluciones tecnológicas frente a problemas tan complejos y extendidos como la violencia de género, pues para las mujeres -principales víctimas de este tipo de violencia- la seguridad no puede alcanzarse a costa del derecho a la privacidad.
Artículo publicado el 12 de enero por Marianne Díaz Derechos Digitales bajo una licencia C.C.
La
violencia contra las mujeres está clasificada como un problema global de salud
pública: 35% de las mujeres en todo el mundo han experimentado violencia física
o sexual a lo largo de su vida, según cifras de la Organización Mundial de la
Salud. La ubicuidad de la tecnología con frecuencia hace aparecer intentos de
solucionar problemas humanos y sociales a través de implementaciones de
software, y es así como en años recientes se han desarrollado aplicaciones en
diversas partes del mundo con miras a resolver este problema, a través de
diferentes aproximaciones. Algunas intentan educar a las mujeres sobre las
señales tempranas del abuso doméstico, otras ofrecen mecanismos para alertar a
ciertos contactos en caso de emergencia. Pero ¿pueden ofrecer estas
aplicaciones una solución real a un problema tan complejo? ¿Cuáles son las
implicaciones de entregar nuestra información personal en este tipo de
aplicaciones?
El mismo principio se repite a través de diferentes
aproximaciones tecnológicas: aplicaciones como Circle of 6 maria
o EasyRescue permiten a la persona en riesgo enviar una alerta con su ubicación
a un contacto de confianza. En Chile hace poco se desarrolló la
aplicación Caperuza,
que accede a la información de contactos de Facebook de
la usuaria así como a sus datos de GPS y le permite elegir a uno o varios
contactos que pueden acceder a su información de ubicación. Además, la mitad de
las aplicaciones existentes en el mercado y orientadas a mitigar la violencia
de género ofrecen algún tipo de “botón de pánico”, mientras que “Contactos de
Confianza”, aplicación nativa de Google, lleva a cabo una función similar al
permitir a una persona solicitar la ubicación del GPS del dispositivo de otra,
que previamente le ha designado como su contacto de confianza.
Sin embargo, la utilización de este tipo de aplicaciones plantea
una serie de preocupaciones respecto a la privacidad de la usuaria. Iniciar
sesión en una aplicación de este tipo a través de Facebook permite a esta red
social acceder a nuestra ubicación; en el caso de “Contactos de Confianza”, la
aplicación requiere acceso constante al GPS del dispositivo; esto sin contar
con que los teléfonos móviles son los dispositivos más inseguros y
los que poseen mayor información sobre nuestras actividades. Y no se trata solo
de que una empresa tenga acceso a los datos de sus usuarios; monitorizar la
actividad del teléfono o la computadora de una víctima es una práctica común
por parte de personas abusivas, y dependiendo de la situación, muchas de estas
aplicaciones podrían facilitar, en vez de dificultar, la vigilancia de la
víctima por parte de su abusador. Según el grado de capacidad técnica del
agresor, la cantidad de información a la que sea capaz de acceder a través del
dispositivo de la víctima o de sus redes sociales puede incluso comprometer a
sus contactos de confianza.
Dependiendo del contexto, una aplicación puede resultar útil o
agravar un riesgo. Si quien agrede forma parte del entorno cercano a la
víctima, y por ende está en capacidad de revisar sus dispositivos, podría
encontrar la aplicación y reconocerla. Por esta razón, muchas de ellas utilizan
un icono que disimule su verdadera función u ofrecen protección bajo
contraseña, aunque en ciertas ocasiones una aplicación protegida con contraseña
puede llamar más la atención del agresor y aumentar así el riesgo. Por otra
parte, el agresor podría ser un desconocido, y en este caso la posibilidad de
indicar con rapidez a un contacto de confianza la ubicación específica de la
víctima resulta más valioso.
Por eso es tan importante comprender el modelo de amenazas que
cada persona enfrenta, antes de elegir una pieza de software que ofrezca mayor
seguridad. Una aplicación que requiera acceso físico al teléfono para enviar
una alerta puede no resultar útil si el modelo de amenazas considera la
posibilidad de que el agresor restrinja el acceso de la víctima al dispositivo.
Lo que es más grave, un estudio del Centro de Investigación sobre
Violencia y Abuso (CRiVA) que examinó el uso de estas aplicaciones, llegó a la
conclusión de que su eficacia no está clara y, en muchos casos, un SMS podía
producir el mismo efecto. Según la investigación, este tipo de aplicaciones
podrían incrementar la tendencia a culpar a las víctimas y así contribuir a la
mercantilización de la seguridad de las mujeres. Al generar una expectativa de
que las mujeres inviertan tiempo y energía en su propia seguridad, la atención
sobre la responsabilidad de la violencia de género se transmite a la víctima.
Estas consideraciones nos llevan de vuelta a uno de los grandes
problemas que plantea el uso de tecnología para la solución de problemas
sociales complejos. Intentar resolver problemas a través de una aplicación con
frecuencia no es más que aplicar compresas tibias a una enfermedad grave: sí,
debemos ofrecer a las mujeres (y en general, a las víctimas de violencia)
herramientas para protegerse de situaciones de riesgo, pero no debemos permitir
que esto oculte el origen estructural, social y cultural de la violencia de
género, cuya solución requiere de la implementación transversal de políticas
públicas adecuadas. Mientras las raíces profundas del problema no sean
resueltas, fomentar el uso de aplicaciones para minimizar las consecuencias de
la violencia de género podría estar contribuyendo a perpetuar la peligrosa
creencia de que la seguridad de las mujeres es su propia responsabilidad.
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