Calle Amazonas, oficio de periodismo


Después de leer Calle Amazonas del periodista y amigo, Bernardo Gutiérrez, uno se vuelve a preguntar hasta dónde puede llegar la codicia humana.

En su recorrido de cinco semanas por la Amazonia, nos muestra la miseria de un mundo donde el ser humano es solo una mercancía al servicio de unos pocos tristes, que algunos denominan como privilegiados.

Misioneros, telepredicadores, sacerdotes, monjas, clase política, dirigentes regionales y locales, policías, jueces, empresarios, sindicalistas… todos implicados en un desarrollismo que no tiene escrúpulos para extinguir razas y pueblos con el único propósito de lucrarse.

Esclavitud, prostitución, exterminio, usurpación, contrabando, armas bacteriológicas, comida envenenada… todo ello al servicio de la iglesia que a todos une, la del peculio. Cuentan para ello con el apoyo y beneplácito de las congregaciones más reconocidas y bendecidas, la católica y la evangélica, las mejores aliadas de gobernantes y comerciantes, sin recordar que a estos últimos les echaron del templo.

En la presentación en Casa de América de Madrid, el escritor Use Lahoz comentó que un libro tiene que “conmover, entretener y enseñar”, el de Gutiérrez además apasiona.

Disfrutas con una lectura que te conduce a Antonio Viera, Fray Gaspar de Carvajal, Milton Hatoum, Claude Lévi-Strauss, Norman Lewis, cuyo Misioneros, dios contra los indios, compré hace poco en un quiosco de segunda mano en la plaza de Alonso Martínez, consciente de que queda mucho por revelar y que cada lector tiene el deber de descubrir.

Vuelves a ver películas prácticamente olvidadas de tu memoria, Aguirre, la cólera de Dios y Fitzcarraldo de Werner Herzog, descubriendo con cierto conocimiento y compresión las disputas entre el director y su actor favorito, Klaus Kinski, que hace años no lográbamos discernir en su totalidad. Por fin pareces entender los motivos que acarrearon a Francis Ford Coppola para embarcarse en Apocalipsis Now. Por casualidad, gracias al canal 8Madrid de Enrique Cerezo, ves por primera vez El Dorado de Carlos Saura en una tarde de sábado lluviosa en la ciudad.

Bernardo Gutiérrez consigue lo que debería lograr cualquiera que se dedique a escribir: las ganas de profundizar en lo narrado. Lo hace con total acierto, mostrando que frente a la frivolidad imperante existe un tipo de periodismo y de periodistas, que creen que la profesión tiene una función social, un compromiso ético y ciudadano que está por encima de cualquier otra consideración.

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