No todo vale para conseguir los objetivos

El buen amigo Jon me manda el video incluido al final de este texto para que reflexionemos sobre la forma de actuar y comportarnos para conseguir los objetivos. ¿Hasta qué punto da lo mismo lo que hagamos para conquistar lo propuesto y alcanzar reconocimiento?

Muchos supuestos y elogiados buenos resultados y triunfos encubren muchas bajas, traumas, catástrofes, heridos y damnificados que acarrean los mayores fracasos tras una falsa fachada exitosa. Sin contar los daños colaterales que parece que sirven, como las razones de Estado, para encubrir las miserias y abusos de un poder que cada vez más alejado de la colectividad, de la metrópoli, del espíritu, las emociones y la sensibilidad de la ciudadanía que poco a poco se va convirtiendo en súbdito sin más valor que un voto cada cuatro años. Miseria democrática que abre puertas a planteamientos autoritarios sin apenas respuesta.

Determinados dirigentes de nuestro país han dado buen ejemplo de ello la última semana al mandar callar a personas como Javier Bardem por opinar sobre el conflicto del Sahara o sugerir que determinadas propuestas de expertos en La Red, realizadas en el Senado, no sean tenidas en cuenta por ser realizadas por personas corrientes y no por los senadores. Por la misma razón habría que demandar que buena parte de la clase política dejara de hablar de la mayoría de temas, ya que es incomprensible que haya una casta dirigente que sepa y conozca de todo teniendo autoridad para que lo manifestado por ellos sea la única realidad que todos debemos asumir.

En esta sociedad del espectáculo, solo parecen importar los resultados. Lo grave es que ese comportamiento está instalado en todos los segmentos sociales. La economía y política solo busca resultados que permitan mantener un sistema injusto e insolidario. La situación en la UE lo pone de manifiesto cada día. Rescates para salvar a los poderosos sin apenas ayudas para los sectores que realmente crean riqueza no solo económica, sino también cultural, intelectual y medioambiental. Una política que va ahogando a emprendedores, dinamizadores, creadores y pensamientos independientes. En diario El País del pasado viernes se publicaba 

(www.elpais.com/articulo/madrid/deudas/Consistorio/ahogan/pymes/actividades/culturales/elpepuespmad/20101119elpmad_2/Tes9) cómo el Ayuntamiento de Madrid, del siempre bien tratado por el mismo medio Ruiz Gallardón, está asfixiando y hundiendo a pequeñas empresas de servicios culturales, en las que se han apoyado en algunas de ellas durante más de treinta años.

¿Dónde queda aquel humanismo que diferenciaba al viejo continente? ¿Hacia dónde se va cuando ciudadanos y ciudadanas solo son números en puras estadísticas? ¿Qué compromiso puede esperarse de una ciudadanía que cada vez es más consciente que solo es pura mercancía que se utiliza para conseguir determinados objetivos y cuando se han logrado deshacerse de ella? ¿Dónde quedan los valores que diferenciaban a Europa? ¿Qué futuro estamos construyendo?

La propuesta de un cambio de modelo económico debe ser un paso importante, pero no será viable si la democracia no avanza hacia una mayor participación e implicación de todas y todos. Leyes como las de igualdad o dependencia son ejemplo de buenos propósitos y escasos resultados. El haber reducido la participación ciudadana a solo consultas electorales ha originado una desmovilización y apatía colectiva que nos está llevando al mayor conservadurismo en años.

Todavía queda cierta resistencia ciudadana que suele manifestarse a través de Internet, a la que también se quiere acallar como hemos podido observar esta semana con todos los debates, comentarios e iniciativas sobre “la neutralidad en La Red”. Como mantenía hace años el Profesor Manuel Castells “europeos contra Europa”.

Triste realidad que está acabando con señas de identidad, historia y conocimiento de un territorio admirado que cada vez genera mayor rechazo. Para conseguir los mejores resultados no todo tiene sentido, ni todo debe ser consentido. La gestión pública solo en manos de profesionales y sin apenas mecanismos de participación conduce a reducir la democracia y a expulsar de la misma a los agentes más activos y a los colectivos más comprometidos. Unos se retirarán y otros emigrarán a territorios donde los valores todavía tengan algún sentido. Sobrevivirán dejando un futuro lúgubre para generaciones que por primera vez en décadas tendrán menos posibilidades que las anteriores. Es lo que estamos abonando y todos tenemos nuestra responsabilidad, aunque algunos tienen mucha más que otros.

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